Cuando leemos las Sagradas Escrituras, encontramos que todo cuanto Dios ha creado tiene un sentido profundo de orden, propósito y razón. Y que cada cosa tiene una función, algunas veces difícil de entender cuál sea; y quizás con el tiempo lo descubrimos y comprendemos. Debemos reconocer que hay muchísimas cosas que nunca se entenderán a cabalidad, dado la complejidad de las mismas. Dice el profeta Isaías: “Porque así dijo Jehová, que creó los cielos; él es Dios, el que formó la tierra, el que la hizo y la compuso; NO LA CREÓ EN VANO, PARA QUE FUESE HABITADA LA CREÓ: Yo soy Jehová, y no hay otro” (Is. 45:18). Note la profundidad de esas palabras: “Para que fuese habitada la creó”.

Sí, mi amado hermano y lector. Cada elemento que nos rodea, como: el aire, la atmósfera, el mar, los ríos, los lagos, las fuentes subterráneas de agua, las nubes, la luna, el sol, las estrellas, los campos magnéticos polares, etc., son elementos básicos para la existencia de la vida. Y esto nos facilita comprender, por qué en todo nuestro sistema solar no hay otro planeta con características para ser habitado por el hombre. Es que Dios eligió la tierra y LA COMPUSO para crear la vida en ella.

No fue Marte ni Júpiter ni Plutón, fue la tierra. Este hermoso planeta azul y verde; único y perfecto. Para que se creara con el poder de Dios la vida en todas sus formas, tales como: las plantas y los insectos con toda su diversidad, las aves de los cielos, los peces del mar, las bestias del campo y cuanto animal se arrastra sobre la faz de la tierra. Y por último puso al hombre, creado conforme a la imagen del creador. Dotado de cualidades especiales y divinas, para que gobernara sobre todo lo que se movía en este planeta.

Pero toda aquella hermosa y perfecta creación fue contaminada por el pecado, el cual provocó, no sólo la contaminación genética y espiritual de todos los seres humanos, sino también contaminó la “rueda de la creación”. A tal punto, que el apóstol Juan dice que: “…el mundo entero está bajo el maligno” (1 Jn. 5:19). Y el apóstol Pablo le da una cobertura aún más grande, cuando dice: “…la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad (…) porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios” (Ro. 8:20-21).

          Las consecuencias del pecado son terribles, destructoras y mortales. Es el arma que Satanás, el enemigo número uno de Dios y sus criaturas, está utilizando para destruir y matar todo lo que encuentra, manifestando de esta forma el odio que tiene contra Dios y su creación. El Señor Jesús le llama “el enemigo” (léase Mateo 13:39), al cual Cristo Jesús vino a vencer, para dar paso al milagro más glorioso en el que estamos en pleno desarrollo, que es: la formación del “nuevo hombre”. Este es un proceso espiritual-práctico, aplicando Dios el mismo sentido, propósito y dirección que le dio a la creación de todas las cosas que hoy vemos y aun las que no vemos.

 

Formando el nuevo hombre

          “Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros” (Gá. 4:19). Siendo el apóstol Pablo conocedor de los misterios divinos, tocante al proyecto de cielos nuevos y tierra nueva en donde morarán sólo hombres nuevos, él se presta para ser un instrumento en las manos de Dios, para forjar y formar a Cristo en los creyentes. Igual que en la creación inicial, Dios crea todo el entorno en donde habría de morar su principal criatura. En este caso es igual. Dios ya tiene definido todo: morada nueva, cielo nuevo, tierra nueva, ecosistema nuevo y universo nuevo.

Desde Cristo Jesús a la fecha, está en la formación de lo más delicado y perfecto, que es la formación del nuevo hombre, leamos: “…y vestíos del NUEVO HOMBRE, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Ef. 4:24). Mi amado lector, no basta con asistir a la iglesia y decir que somos bautizados, y participar de una serie de privilegios, y dar ofrendas o diezmos. ¿Cuántos están en la iglesia pero no se está formando Cristo en ellos? No están dispuestos a someterse a ese proceso de sufrimiento, pruebas y dolores, hasta que Cristo sea formado en ellos. No están dispuestos a renunciar a los deleites temporales de la vida, a la fama, a la gloria efímera y mundana; permitiendo de esta manera la formación del hombre interior en santidad y justicia.

Es que nuestro Dios ha dicho: “…He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas” (Ap. 21:5). Así como son de perfectas y verdaderas las leyes que Dios ha dejado en este cosmos que conocemos, así son de verdaderas y perfectas las leyes que Dios ha definido para ese nuevo mundo. Debemos ser: “…transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Co. 3:18). Para que seamos capaces de deleitarnos según el hombre interior, en las cosas que le pertenecen a Dios.

Así que, mis queridos hermanos: “…no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día. Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria…” (2 Co. 4:16-17). “Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo (…) para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu…” (Ef. 3:14 y 16). No cantemos victoria hasta que estemos en la presencia de nuestro buen Dios y Salvador Jesucristo. Que Dios nos sostenga fieles hasta el final. Amén.