Los países quieren cambios. En cada país delegan esa función a los gobernantes para superar la pobreza, la delincuencia, la desnutrición y la corrupción, por la mala aplicación de la justicia. Quieren frenar las extorsiones y la muerte que cada día se incrementan. Como la solución buscan hombres con capacidad adquirida en los estudios superiores. Lo que no saben es que el mundo está bajo el maligno, que vino para matar, robar y destruir. Dios dice a su pueblo que no nos afanemos por la comida ni por la bebida ni por el vestido, sino: “…buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mt. 6:33). También nos dice: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mt. 11:28). “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Jn. 14:27). “Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (He. 12:14). “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará” (Gá. 6:7). Qué tiempo tan propicio para reflexionar sobre qué hacer como iglesia.

 

¿Qué hacemos cuando no conocemos a Dios?

Sin duda, algunos queríamos ser protagonistas buscando cambios, pero nada funcionó. Trabajamos, estudiamos, o quizás hicimos las dos actividades, pero nos dimos cuenta que nada ni nadie puede cambiar sin el Espíritu y sólo al reconocer que nada cambia, Dios nos llevó a reconocer que teníamos que morir para nacer de nuevo. Gloria a Dios, porque él nos cambió y nos dio la promesa en su palabra: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí (…) voy, pues, a preparar lugar para vosotros” (Jn. 14:1-2).

El hombre sin Dios, para cambiar las cosas que ocurren en el mundo, estudia, se cansa, se enferma, busca satisfacer los deseos del vientre que demanda comida y bebida, por ignorar que: “…el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Ro. 14:17). En esta nueva vida somos llevados a compartir a los necesitados, en casa, en el trabajo, para que ellos alcancen la justificación, porque Dios dice: “…ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al espíritu” (Ro. 8:1).

La carne se opone a la nueva vida cuando damos prioridad a los negocios del mundo, dando valor al trabajo y los estudios, por ignorar las palabras del sabio Salomón, quien nos dice: “…No hay fin de hacer muchos libros; y el mucho estudio es fatiga de la carne” (Ec. 12:12). Dios advierte a su pueblo: “Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición…” (1 Ti. 6:9). Podría ser el director de una gran empresa o bien la misma autoridad de alguna comunidad, estas condiciones pueden proveer dinero, pero Dios nos dice a sus siervos: “…raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores” (V. 10).

La ciencia del mundo separa de Dios, como ocurrió con Adán y Eva, al creerse como Dios. Recordemos que: “…aquel cuya alma no es recta, se enorgullece; mas el justo por su fe vivirá” (Hab. 2:4). Debemos ser humildes y enseñar la humildad, porque: “…Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes” (Stg. 4:6). Y también está la promesa que dice: “Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman?” (Stg. 2:5). Nuestro testimonio y enseñanza, deben ir enfocados en crear cambios positivos en nuestra familia. Por eso el apóstol Pablo le dijo al carcelero “…Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa” (Hch. 16:31). Y también Moisés le dice al pueblo de Israel: “…guarda tu alma con diligencia, para que no te olvides de las cosas que tus ojos han visto, ni se aparten de tu corazón todos los días de tu vida; antes bien, las enseñarás a tus hijos, y a los hijos de tus hijos” (Dt. 4:9).

En el mundo se presentan ofertas para recibir premios y galardones, así como el diablo tentó al Señor, ofreciéndole los reinos y sus glorias si se postraba y le adoraba, y ese espíritu continúa y se acrecienta, por ello Dios dice a su pueblo: “Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman” (Stg. 1:12). El apóstol Pablo nos enseña el testimonio de su nueva vida, diciendo: “Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible” (1 Co. 9:25).

En resumen, el mundo no cambia. Pero el que oye, enseña y vive la palabra, recibirá la promesa que dice: “Los justos heredarán la tierra,
Y vivirán para siempre sobre ella”
(Sal. 37:29). Job nos enseña: “…He aquí que el temor del Señor es la sabiduría, Y el apartarse del mal, la inteligencia” (Job. 28:28). Entendamos y enseñemos esta sabiduría y esta inteligencia. Salomón termina su discurso diciendo: “…Teme a Dios, y guarda sus mandamientos…” (Ec. 12:13).

Oremos por lo que pasa en el mundo y por sus dirigentes, pero enseñemos con nuestro testimonio, tal como dice en Hebreos: “…corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante,  puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios” (He. 12:1-2). Amén.