Creo que no hay sueño más grande para un niño o para alguien pequeño en cualquier área de su vida, que el profundo anhelo de poder crecer un día. Y en cuanto más rápido mejor. Dile a algún pequeño: ¡oh, cuánto has crecido! Y será intensamente feliz y lo disfrutará en lo más íntimo de su ser. Creo que el crecer es indispensable en el desarrollo integral del hombre como ser. Nunca dejamos de crecer y crecer. Pero, ¿hasta dónde y cómo debo de crecer? Pues creo que en esto ha de estar el éxito o el fracaso para todo ser viviente.

Crecimiento amorfo

El crecimiento amorfo es aquel que nos permite crecer y crecer, pero sin forma ni figura definida; sin una estructura interna sobria ni clara. No tiene características claras, estables ni precisas de algo en especial. Más se parece a “nada” o a las imágenes varias de las nubes en el cielo o al vapor del agua que escapa de una olla al calor del fuego. Se es, pero a la vez, no se es. Y si se es, al final saber qué será. Bueno, tal vez todo esto pareciera una filosofía o un juego de palabras. Sin embargo, lamentablemente es la realidad evidente en la vida de muchos seres humanos, quienes creyendo que el crecer -aun sin forma es una buena meta y se realizan, equivocadamente, con ello.

Somos seres creados a la imagen y semejanza de Dios, en los cuales la integración de sus tres elementos: “espíritu, alma y cuerpo”, coexisten. Y en el crecimiento armónico y definido de esa unidad tridimensional, íntimamente ligada, tenemos que avanzar, creciendo para un adecuado desarrollo integral. Leamos: “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo” (1 Ts. 5:23). Es de hacer notar en este pasaje, en primer lugar, que sea Dios mismo el que nos haga crecer en toda nuestra dimensión como criaturas. Y llama la atención cuando habla “en singular”, es decir, como una -unidad íntimamente ligada- y dice: “todo vuestro ser”. Es decir, que sólo Dios puede lograr el crecimiento integral y perfecto, plasmado en un ser creado por él mismo y con propósitos sabios e inteligentes para un futuro con él. ¡Aleluya! ¡A Dios sea la gloria y la alabanza por siempre y para siempre!

Es innegable, además, que el hombre en su soberbia, asistida directamente por el adversario, ha formulado mediante la “mal llamada ciencia”, conceptos filosóficos. Y mediante planteamientos hipotéticos, que a la vez son comprobables mediante el “método científico inductivo y deductivo”, ha logrado el crecimiento intelectual. Y fundamentado en el materialismo y la evidencia sensorial, algún crecimiento y desarrollo en la humanidad entera. Pero es de advertir que Dios, desde el principio evidenció la dualidad y la parcialidad del intelectualismo, al ejemplificar metafóricamente este árbol así: “…árbol de la ciencia del bien y del mal…” (Gn. 2:17). Y advierte que al comer de él, se iniciaría un proceso de degeneración y “crecimiento amorfo”, el cual lo llevaría a la muerte misma. Y esto es “palabra de Dios”.

Crecimiento integral y divino

Qué podemos decir entonces, ante la idea de crecer: ¿debemos de crecer o no? Pues claro, debemos de crecer, pero asistidos con inteligencia, perfección, sabiduría,  poder, eternidad, equilibrio y unidad; y eso, sólo el fabricante de todo lo existente lo podrá realizar y plasmar en sus criaturas, leamos: “De Jehová es la tierra y su plenitud; El mundo, y los que en él habitan. Porque él la fundó sobre los mares, Y la afirmó sobre los ríos” (Sal. 24:1-2).

Entonces, el crecimiento que la ciencia humana ofrece es amorfo, porque hace crecer desmedidamente los valores de la autoestima y el individualismo, fomentando mediante cultivar el intelecto, el no depender de nada más que en él mismo. Divorciando su existencia de la fuente de la vida y el conocimiento verdadero de lo que es un ser integral. Fomentando toda tesis en el bienestar material, físico, en lo que se puede ver y comprobar o disfrutar sensorialmente.

Olvidándose que es un ser creado dentro de un coordinamiento universal. En donde la luz misma emitida por nuestro sol, desde 150 millones de kilómetros, tarda 8 minutos en llegar a la superficie terrestre, produciendo vida vegetal, hierba para el ganado y demás animales, los cuales se mantienen exitosamente en las diferentes cadenas de alimentación y subsistencia. Así, los microorganismos en el mar y la tierra producen oxígeno, nitrógeno y otros, para crear la capa de ozono y el oxígeno para suplir el respirar de cada criatura viva. Entonces, Dios mismo creó un ecosistema perfecto, en un más que milimétrico equilibrio (esto sí es ciencia verdadera y creadora) el cual si se perdiera, haría reinar la muerte y el caos cósmico.

No podemos vivir solos ni independientes. Jesucristo mismo se refiere en cuanto a la subsistencia espiritual e integral, de la siguiente manera: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque SEPARADOS DE MÍ NADA PODÉIS HACER” (Jn. 15:5). El primer Adán escogió su propio proceso de crecimiento al atender a la serpiente y su consejo. ¡Ya fracasó! Y aún en su “estúpida soberbia y rebeldía” sigue buscando en cuevas, debajo del mar y en las piedras, sus orígenes y existencia, con el anhelo de un lugar estable como el hogar que perdió en el Edén junto a Dios. Irá hasta el último rincón del universo, buscando en algún planeta o estrella lejana, “un hogar, un padre y un crecimiento”. Que al final será su propia tumba, la cual con su ciencia está cavando sin encontrar la paz ni la eternidad.

El postrer Adán, Jesucristo siendo el mismo Dios, nos ha mostrado: “el camino, la verdad y la vida”. Y es mediante la humildad: entregar las armas del intelectualismo y postrarnos en una actitud de discípulos, ante la única alternativa de “crecimiento integral”, la cual mediante una guianza dirigida y aceptada voluntariamente, nos llevará hasta la eternidad con él. Así sea. Amén y Amén.