Dentro de los mandamientos que el Señor Jesús dejó establecidos para su iglesia, está el bautismo por agua. Es tan importante, que Jesús lo estableció como parte inseparable del proceso salvífico para el ser humano. Leamos: “El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado” (Mr. 16:16). Es importante tomar en cuenta que el bautismo se practicaba en las antiguas culturas helenísticas. También era el paso inicial que daban los que querían pertenecer a la congregación de Qumran. Practicaban lo que se conocía como el lavamiento por bautismo, el cual consistía en que la persona se introducía en una pila de agua hasta quedar completamente sumergida. Esto era un “auto bautismo”, que representaba la purificación para pertenecer a aquella congregación. El lavamiento por agua está asociado con la aceptación o incorporación a un determinado grupo o creencia.

 

El bautismo de Juan el Bautista

Juan, el profeta, practicó un bautismo diferente al de su época. En este caso había un bautizante que era Juan, leamos: “Y decía a las multitudes que salían para ser bautizadas por él: ¡Oh generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera?” (Lc. 3:7). Aquellas multitudes eran los israelitas que estaban siendo advertidos de un juicio de Dios sobre aquella nación. Aquel era un bautismo de arrepentimiento y conversión hacia Dios. De alguna forma venía a sustituir la circuncisión como señal emblemática para pertenecer a Dios y así formar parte de su pueblo. Era un bautismo exclusivo para los judíos.

Juan anunció la manifestación de Jesús, El Mesías, y advirtió del bautismo que él traería, el cual era con Espíritu Santo y fuego. En esta afirmación, Juan advierte la diferencia que contenía el bautismo que Jesucristo trajo. Y era la presencia de Dios por medio del Espíritu Santo y en su defecto -el que no fuere bautizado por el Espíritu de Dios, quedaba sujeto al fuego del juicio eterno-. De allí, la afirmación del Señor  Jesús: “El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado” (Mr. 16:16).

 

 

El bautismo en la fe cristiana

La palabra “baptisma” del griego, significa inmersión y sumersión. Por lo tanto, debe ser practicado conforme la palabra lo da a entender y no por aspersión ni por un “chorrito” de agua.

El bautismo se fundamenta en la comprensión del mensaje salvador del evangelio de Jesucristo, el cual tiene una proyección universal y no a una sola nación. El Señor Jesús dijo a sus discípulos: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos…” (Mt. 28:19). En esto hay una perfecta congruencia con el versículo del inicio de la carta, primero se cree y luego se bautiza.  Por lo tanto, bíblicamente, según el evangelio no se debe bautizar a un niño, el cual no tiene conciencia de pecado, mucho menos de juicio.  El bautismo en la iglesia no es tanto la confesión pública de pecados, sino más bien una confesión pública de fe en Jesús.

“Dijo Pablo: Juan bautizó con bautismo de arrepentimiento, diciendo al pueblo que creyesen en aquel que vendría después de él, esto es, en Jesús el Cristo. Cuando oyeron esto, fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús.  Y habiéndoles impuesto Pablo las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo; y hablaban en lenguas, y profetizaban” (Hch. 19:4-6). Observe que tanto el bautizante como el bautizado, invocan el Santo nombre de Jesús. Dando fe con esta afirmación que el bautizado esta “asimilado” en Cristo Jesús y que la salvación y libertad del pecado ofrecida por el Señor Jesús lo cobija completamente. En otras palabras, entra a la esfera de las promesas hechas por Jesús.

 

¿Qué sigue después del bautismo?

Después de hacer pública mi confesión de fe en Jesús, mediante el bautismo, debe seguir una búsqueda del bautismo del Espíritu Santo, el cual me da la capacidad de poner por obra todos los mandamientos enseñados por Jesucristo en mí. El bautismo en la iglesia es totalmente Cristo céntrico, toda mi vida y mis acciones giran alrededor de él.  “Yo debo andar como él anduvo”. Esto me identifica con él y su pueblo; mi conducta y praxis revelan a Jesús en mí y puedo decir: “…ya no vivo yo, mas vive Cristo en mi…” (Gá. 2:20).

No es un acto litúrgico el bautismo por agua, sino el primer paso fundamental para iniciar la carrera de la salvación, prometida por nuestro Señor y Salvador Jesucristo.  Que Dios les bendiga. Amén.