El universo entero fue creado mediante la sabiduría y ciencia divina. Y una de las características fundamentales de todo sistema creado, es que está sustentado en el equilibrio, la armonía y la coordinación de elementos tangibles e intangibles, aun desconocidos para la ciencia humana. Y juntos, se fusionan dentro de un todo. Produciendo efectos benéficos para la realización de los proyectos eternos, quizás incomprensibles para esta generación terrenal y materialista, pero siempre para bien. Dentro de una logística e inteligencia superior y perfecta, en la cual está siempre y como núcleo central el amor, el cual constituye la esencia del único y sabio Dios, quien es el centro y energía de todo lo existente. Por eso: “a Dios sea la gloria, la honra y la alabanza, eternamente y para siempre”.

Podríamos concluir entonces, que sin todas las características, formas y leyes mencionadas, no habría nada físico funcionando, ya que el universo y el cosmos, están constituidos de materia y energía. Pero, debemos además, evidenciar categóricamente, que hay también otra forma de vida: intangible y espiritual, la cual se mueve paralelamente y de igual manera, con leyes y principios, que tal vez no coinciden con el razonamiento clásico y mental. Esta forma de vida espiritual, indiscutiblemente y sin ser vista, funciona. Y es una realidad, la cual acciona y reacciona; haciéndose evidente por sus múltiples efectos, los cuales influyen directamente en el funcionar de una realidad integral.

Aquí, tampoco hay nada casual e improvisado. Leamos: “Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de ellos, sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin” (Ec. 3:11). Dice además: “Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten…” (Col. 1:16-17).

Algunos extremistas, argumentan entonces que: si Dios, es Dios y perfecto en todo su actuar, cómo es posible que haya maldad, injusticia, dolor, enfermedades limitantes, crímenes, abusos, razas y élites dominantes, esclavitud, etc. Pues si nos ubicamos como simples humanos, con la mente natural, en la cual la dimensión del entendimiento está limitada a: tiempo, espacio y lugar, caemos en el error de la ignorancia. Y ante este fenómeno, es más fácil “juzgar al mismo Creador”, el cual es eterno, omnipresente, omnisciente y sabio en suprema manera. Dios no actúa ni juzga como hombre, sino ve el interior de cada hecho y ser. Y en amor, siempre se dispondrá en hacer misericordia “de quien él tenga misericordia”.

¿Y qué es eso? Veamos entonces, que Dios no creó lo malo ni a los malos. El creó seres libres. Y les advierte, mostrando sus leyes y principios. Les dota además, de inteligencia. Y de no cumplirse sus indicaciones, indudablemente habrían de sufrir una consecuencia. A esta desobediencia se le llama “pecado” y su pago por ello, es la “muerte o separación” de todo contexto divino. Ya que no se puede subsistir dentro de un sistema equilibrado, estando alejado de los principios o leyes eternas que lo rigen. Leamos: “El alma que pecare, esa morirá…” (Ez. 18:20). Desde que el hombre pecó, marcó su propia condena, siendo él mismo quien determinó su trágico y final destino. Allí, ya no habría ninguna esperanza, la cual culmina cuando Adán es expulsado del Edén.

Pareciera entonces una injusticia, pero yo diría: es sólo una cosecha de una mala siembra. Sin embargo, en amor, el Eterno, el Creador, reconsidera el juicio. Y para ello, el único camino justo es la aplicación de la gracia y la misericordia. Estas se hacen manifiestas por medio de Jesucristo, mediante un sacrificio perfecto. Este sacrificio, sería el único precio excepcionalmente válido para una acción propiciatoria. Y daría como efecto, el quitar la culpa del pecado en el hombre, mediante la activación de la reconciliación con el Altísimo. Ese acto es considerado como la única oportunidad redentora. Y además, reactiva la posibilidad de convivir una vez más, de acuerdo con las leyes divinas, por medio de la verdad y la gracia como regalo de lo alto “¡ALELUYA!”.

Pero ahora, recordemos que el hombre natural, en la herencia adámica, perdió toda capacidad de lo espiritual. Por ello, Dios nos permite como herencia bendita el Espíritu Santo, el cual gobernó la vida misma del Señor. Para que tomando el control de nuestras vidas, mediante un nuevo engendramiento, no de carne sino de espíritu, cada uno podamos más que saber o hablar de Dios. El Espíritu Santo nos capacita en su bondad, para vivir la vida que Cristo mismo vivió, en una actitud de plena obediencia y rectitud de corazón.

Entonces, como efecto secundario, nuestras cosechas en adelante irán superando lo material, hasta alcanzar la plena gracia. Que como fin tendrán la vida eterna, juntamente con la divinidad, leamos: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios” (Ro. 5:1-2).

Amados hermanos, podemos concluir aquí, con una plena seguridad de que el primordial mensaje de Jesucristo es: que trajo la verdad absoluta. Pero junto con ella, la bendita gracia o regalo de nuestra eternidad, por su amor y misericordia. Y dice la palabra: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Jn. 1:14). Acojámonos pues, a estas maravillosas virtudes y corramos hacia adelante, en pro de nuestra salvación. Aleluya. Amén y Amén.