Estamos en medio de un mundo lleno de bullicios, que reparte glorias y alabanzas a todas las cosas posibles de imaginar, como por ejemplo al amor, a la luna, a las estrellas, a la mujer, al hombre, a las montañas, a los ríos, a los lagos, a las aves, etc. Existe una peculiaridad propia del ser humano, producto de una capacidad dada por Dios, y es la de reconocer, considerar, analizar las cosas y todo cuanto le rodea; y como resultado de este análisis alabar aquello que para él es bello, sublime, alto, inexplicable, etc. Es, pues, la alabanza un efecto de esa capacidad única del hombre.

No esperamos ver a un animal expresar pensamientos acompañados de un ritmo inteligente y de música producida por instrumentos, producto de la inteligencia humana, que emiten sonidos tan gratos al oído, creando una agradable armonía entre voces e instrumentos. Esto no se podría dar, pues las bestias del campo, las aves de los cielos (aun con todo lo precioso de su dulce cantar, el cual es más un adorno a la naturaleza creada por Dios en beneficio del hombre) y los habitantes que moran en las aguas, ninguno de ellos podría con inteligencia propia adorar a Dios. Sencillamente no pueden.

El hombre, corona preciosa de la creación divina, es el único ser creado capaz de rendir el culto debido que merece nuestro buen Dios y exaltar sus maravillosos atributos, de los cuales somos objeto de su manifestación en el universo creado por Dios. Leamos: “Cantad a Jehová, que habita en Sion; publicad entre los pueblos sus obras” (Sal. 9:11). “Aclamad a Jehová con arpa; cantadle con salterio y decacordio” (Sal. 33:2). “Te alaben los pueblos, Oh Dios; todos los pueblos te alaben. Alégrense y gócense las naciones…” (Sal. 67:3-4).

Sí, mi amado hermano y lector, Dios nos invita a que reconozcamos sus maravillosas obras mediante cánticos espirituales que impacten al alma del hombre y lo estimulen a un verdadero sacrificio voluntario e inteligente a Dios. No a la música que estimula la carne, que deja sin impacto a la conciencia. No anulemos el razonamiento espiritual por el ritmo sensual y carnal que enajena o entorpece la razón o los sentidos. Dios pide un sacrificio racional y no tanto emocional (Léase Romanos 12:1).

Cantemos con instrumentos musicales a nuestro bendito Dios y usemos dichos instrumentos con gozo y alegría, acompañados de humildad y sencillez de espíritu, pues es para la gloria de Dios y no la nuestra. Sí hermano, que tu alabanza a Dios sea de dimensiones universales «todos los pueblos te alaben» y que tenga un carácter perpetuo y permanente, pues es un don único dado a los hombres. “Bendeciré a Jehová en todo tiempo; su alabanza estará de continuo en mi boca.  En Jehová se gloriará mi alma…” (Sal. 34:1-2).

 

¿Quiénes alaban a Dios?

En el entendido que la alabanza es el producto de un corazón convencido y convertido de las tinieblas a la luz admirable de Dios, no debería venir de cualquier expresión habilidosa de algún poeta y músico. Sino de un corazón en cuyo interior mora Dios y ha experimentado el poder sanador y liberador de la sangre del cordero de Dios, Jesús Cristo. Por eso dice la palabra de Dios: “Alegraos, oh justos, en Jehová; en los íntegros es hermosa la alabanza” (Sal. 33:1). Observe que dice: «en los justos y en los íntegros es hermosa la alabanza».

Lastimosamente, vemos cómo en el tiempo actual se ha comercializado y mundanalizado la alabanza y adoración a Dios. Se utilizan las habilidades del canto y la destreza en la ejecución de instrumentos musicales para beneficio mezquino y personal. Se desarrollan una andanada de alabanzas que sólo tienen un fin lucrativo y carnal. Buscadores de gloria y fama sacrifican lo santo y lo sustituyen por “alabanzas” que sólo estimulan lo sensual del hombre y menosprecian la verdadera razón íntima y profunda que debe contener la verdadera alabanza, que es engrandecer al: “…bienaventurado y solo Soberano, Rey de reyes, y Señor de señores, el único que tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver, al cual sea la honra y el imperio sempiterno. Amén” (1 Ti. 6:15-16).

Este es el corazón y el alma de la alabanza a nuestro santo Dios: “Por tanto, al Rey de los siglos, inmortal, invisible, al único y sabio Dios, sea honor y gloria por los siglos de los siglos.  Amén” (1 Ti. 1:17). Cuando cantes al Dios nuestro, hazlo con plena certidumbre de fe y plena convicción que estás elevando tu oración y adoración, expresada mediante ese formato precioso que es la alabanza nacida de un corazón puro. Por eso «adora a Dios», sacrifica a Dios alabanzas y dile: “Señor, abre mis labios, y publicará mi boca tu alabanza” (Sal. 51:15). “Te alabaré, oh Jehová, con todo mi corazón; contaré todas tus maravillas” (Sal. 9:1). Que la perfecta paz de Dios sea con todos. Amén.