La vida moderna es ajetreada, violenta, agresiva, impulsiva, afanosa, etc. Y esto ha influido poderosamente en el comportamiento social de la humanidad, cambiando antiguas costumbres revestidas de mucho calor humano, pureza y sencillez. La comunicación intersocial se ha convertido en una relación frívola, ausente de comunión y comunicación personal. La sociedad se ha vuelto aislada, introvertida, desconfiada y maliciosa. Manteniendo una relación muy superficial e interesada egoístamente. Cultivar amistades honestas, cargadas de lealtad y sinceridad, ya casi no es posible.

Los jóvenes, para divertirse, tienen que echar mano de drogas, licor y cuanto recurso tengan para disque “alegrar el momento”. Y cuando se relacionan varones con mujeres, todo tiende al sexo y a la picardía maliciosa y morbosa. Dice la palabra de Dios: “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos! Vuestra gentileza sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca” (Fil. 4:4-5). En la iglesia, mis queridos hermanos, a diferencia del mundo gentil, debe predominar otro espíritu, otro nivel de relación social y no tiene que ser igual que el mundo.

Somos una familia, con el mismo Padre celestial; un pueblo diferente cuya cultura no es de abajo, sino que proviene del Dios altísimo, del cielo. Debe imperar la ministración de Cristo Jesús en nuestras vidas, su manera de ser, su manera de ver las cosas, su sencillez y pureza, exenta de hipocresías y falsedades. Leamos: “Mas vosotros no habéis aprendido así a Cristo, si en verdad le habéis oído, y habéis sido por él enseñados, conforme a la verdad que está en Jesús. En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos…” (Ef. 4:20-22).

Observe la afirmación que hace el apóstol Pablo: “Mas vosotros no habéis aprendido así a Cristo, si en verdad habéis sido por él enseñados”. Una manera de demostrar la presencia de Cristo Jesús en nosotros es nuestra conducta espontánea, no prefabricada ni simulada. Esa manera de amar al prójimo, esa forma de identificarse con su necesidad, no imponiendo leyes ni mandamientos a tu estilo, sino mostrando una actitud comprensiva y misericordiosa. Claro, no tolerando la maldad, pero curando el pecado “con misericordia y verdad”, guiados por el Santo Espíritu de Dios, el cual siempre despertará la conciencia para el arrepentimiento.

Otra actitud interesante es ese estado de felicidad permanente que debe caracterizar al creyente verdadero. Sí, ¡Regocijaos! Pueblo santo de Dios, el Señor está cerca; y compartamos al mundo nuestra bienaventurada esperanza en él. Sabes, mi querido lector, la palabra gentileza significa: amable, apacible,  justo, paciente, moderado, sabio, manso y sereno. Cuando pienso en cada una de esas palabras, que le dan el significado a gentileza, estoy seguro que describen la personalidad de mi Salvador Jesús.

El apóstol Pablo le da la siguiente recomendación a su discípulo Tito, para que la misma sea trasladada a la iglesia: “Que a nadie difamen, que no sean pendencieros, sino amables, mostrando toda mansedumbre para con todos los hombres. (Y le trae a memoria su pasado, para que actúe con consideración y misericordia) Porque nosotros también éramos en otro tiempo insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de concupiscencias y deleites diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles, y aborreciéndonos unos a otros” (Tit. 3:2-3).

Algunas veces el celo por la santidad nos puede llevar a actitudes que ni el mismo Jesús haría: condenamos, reprendemos y no exhortamos, casi que queremos obligar a que los demás hagan lo que nosotros decimos. Pero no debe ser así, leamos: “Antes fuimos tiernos entre vosotros, como la nodriza que cuida con ternura a sus propios hijos. Tan grande es nuestro afecto por vosotros, que hubiéramos querido entregaros no sólo el evangelio de Dios, sino también nuestras propias vidas…” (1 Ts. 2:7-8).

No estamos hablando de una relación social, de tipo sensual y carnal, exenta de discernimiento ni justicia. No, sino la que es guiada por el mismo Santo Espíritu de Dios, aquella amistad que por el nivel de confianza nos permite también exhortarnos con mansedumbre. El apóstol Pablo lo deja por sentado cuando dice: “…como el padre a sus hijos, exhortábamos y consolábamos a cada uno de vosotros, y os encargábamos que anduvieseis como es digno de Dios…” (Vs. 11-12).

Esta manera de convivencia a nivel de iglesia es la que Dios pide de nosotros. Era la que el Señor Jesús practicó con sus discípulos. Era una verdadera confraternidad que significa: una relación de afecto y solidaridad entre un grupo de personas. Sí, mi amado hermano, así debemos de ser como iglesia. Estamos reunidos, meditando en esta carta, en diferentes centros de Estudio Bíblico. Y estas pequeñas células de estudio propician la práctica de estos principios de comunión y comunicación. Lamentablemente debo reconocer, que no todos valoran estas oportunidades.

En fin y por último, dice la palabra de Dios: “Porque el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido; que con mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad, y escapen del lazo del diablo, en que están cautivos a voluntad de él” (2 Ti. 2:24-26).

Te invito, hermano mío, que hagas a un lado todos los rencores, amarguras y resentimientos, y procures cultivar esa preciosa relación social con tu pueblo. Se parte de ese cambio y no te detengas sólo a juzgar a los demás. Te dejo las palabras del Señor Jesús que dijo: “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas…” (Mt. 11:29). Que Dios te bendiga. Amén.