Estamos viviendo tiempos peligrosos, en medio de una sociedad violenta y afanada que sufre una degradación moral y espiritual, y que afecta negativamente la conducta de los individuos. La comunicación se ha vuelto fría, superficial y egoísta; y aquellos valores que deben predominar en el ser humano, como la armonía y la amistad, están desapareciendo.

La juventud, bajo la influencia maligna de un sistema corrompido y en la necesidad de una aceptación social, promueve y participa de eventos con los que pretende disipar sus problemas. Esto permite la iniciación, para una gran mayoría, a un mundo engañoso que atrapa y esclaviza por medio de las prácticas de pecado. Arrastrándolos a la drogadicción, alcohol, tabaco, pasiones desordenadas y la atracción al sexo, que termina en fornicación o adulterio. Destruyéndose de esta manera muchas vidas jóvenes, con severos daños o efectos colaterales.

Pero las Escrituras nos hablan y nos aconsejan, para que seamos libres de la contaminación de este mundo. Para ello necesitamos entender el amor tan grande de Dios para su pueblo y la instrucción que nos deja para actuar a tiempo, sembrando y trabajando en fe para que Dios complete su obra en nuestras vidas.

La palabra declara: “Oye, hijo mío, la instrucción de tu padre, Y no desprecies la dirección de tu madre…” (Pr. 1:8). Esto es para los que tienen hijos en la etapa de infancia o adolescencia principalmente. Y veamos cómo, los que no conocen a Dios, se entusiasman, se esfuerzan y hacen préstamos para que sus niños y adolescentes asistan a un Centro Educativo, buscando glorias, dinero y fama. Dando importancia únicamente a la preparación intelectual y material. Pero Dios nos lleva también al trabajo espiritual, leamos: “Instruye al niño en su camino, Y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (Pr. 22:6).

Es muy importante saber lo que el Señor quiere de la niñez. Y veamos ahora el llamado a Jeremías: “Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones. Y yo dije: ¡Ah! ¡Ah, Señor Jehová! He aquí, no sé hablar, porque soy niño. Y me dijo Jehová: No digas: Soy un niño; porque a todo lo que te envíe irás tú, y dirás todo lo que te mande. No temas delante de ellos, porque contigo estoy para librarte, dice Jehová” (Jer. 1:5-8). La palabra que recibió Jeremías es con extensión para la iglesia.

El Señor Jesús, sanando a ciegos y cojos en el templo, tuvo una experiencia muy particular, leamos: “Pero los principales sacerdotes y los escribas, viendo las maravillas que hacía, y a los muchachos aclamando en el templo y diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David! se indignaron, y le dijeron: ¿Oyes lo que estos dicen? Y Jesús les dijo: Sí; ¿nunca leísteis: De la boca de los niños y de los que maman Perfeccionaste la alabanza?” (Mt. 21:15-16).

En otra ocasión, dijo Jesús: “…Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó. Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar” (Mt. 11:25-27). La iglesia debe gozar del poder del Espíritu Santo, siendo guiados por la doctrina y por el ejemplo del Señor, su sencillez y humildad.

También dijo Jesús a sus discípulos: “… ¿Quién es el mayor en el reino de los cielos? Y llamando Jesús a un niño, lo puso en medio de ellos, y dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Así que, cualquiera que se humille como este niño, ese es el mayor en el reino de los cielos” (Mt. 18:1-4).

Dios quiere que seamos como niños, aun siendo viejos, leamos: “Desechando, pues, toda malicia, todo engaño, hipocresía, envidias, y todas las detracciones, desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación, si es que habéis gustado la benignidad del Señor” (1 P. 2:1-3).

Estos consejos son para meditarlos en casa y con la familia, para que crezcamos en fe, esperanza y amor. Sumando a esto el testimonio de saber que, en medio de las aflicciones, obra el amor de Dios para nosotros; y confiando en que sus promesas son fieles.

Por último, el apóstol Pablo nos dice: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Ro. 12:2).

         Comencemos en casa con los niños y con los jóvenes, buscando la llenura del Espíritu Santo que nos permitirá fructificar y glorificar el nombre del Señor. Gracias Señor por tu palabra revelada para hacer tu obra. Dios te bendiga. Amén.