“En sus pastos se saciaron, y repletos, se ensoberbeció su corazón; por esta causa se olvidaron de mí” (Os. 13:6). En nuestro diario vivir, estamos rodeados y absorbidos por una ola gigantesca de obligaciones y responsabilidades que van, desde el orden doméstico, pasando por las personales y llegando a las laborales. Toda esta andanada de actividades sepulta nuestra pobre vida. Y cada una de estas actividades, puede que estén revestidas de la característica de ser imprescindibles y muy necesarias; por lo tanto, no puedo dejar de hacerlas.

Ante esta situación, soy condicionado a pensar que lo que hago, materialmente, es más importante que lo espiritual. Casi de manera automática relego lo espiritual a un plano muy secundario, dejando mi vida espiritual totalmente vulnerable y a merced de mi enemigo acérrimo Satanás, leamos: “Bien pronto olvidaron sus obras (las de Dios); No esperaron su consejo. Se entregaron a un deseo desordenado en el desierto; Y tentaron a Dios en la soledad” (Sal. 106:13-14). Corremos el peligro de que nuestros valores espirituales, se diluyan en ese mar de tareas materiales y caer en el peligroso campo de la mediocridad espiritual. Y por consiguiente, nos convertimos en creyentes tibios y fluctuantes.         Nuestra fe, que debería de ser poderosa en el Dios vivo, se debilita; y esa impotencia se deja sentir cuando vienen las tentaciones, ante las cuales podemos caer derrotados, sintiéndonos incapaces de presentar batalla. No podemos resistir a Satanás, por lo tanto no huye de nosotros sino que nos domina y esclaviza, leamos: “No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias; ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad…” (Ro. 6:12-13). En la feroz búsqueda de una condición de vida más holgada y cómoda, y digo feroz porque cada día nos enfrentamos a condiciones sociales y económicas más hostiles y difíciles, nos olvidamos peligrosamente que lo más importante no es lo material, lo cual es mundano y efímero, sino lo espiritual.

Si nos damos cuenta hay un peligro mortal en la pérdida de la memoria espiritual. Esta fue la causa fundamental de que Dios se viera obligado a tener que castigar a su pueblo Israel en el tiempo antiguo, para recordarle de dónde lo había sacado y librado. También en la era cristiana el pueblo de Israel ha sufrido duros castigos y escandalosos y dolorosos acontecimientos de conocimiento mundial. Y a pesar de todo esto, su corazón permanece endurecido y no se vuelven a su creador ni se acuerdan de cómo Dios los sacó de la esclavitud y servidumbre, leamos: “Hicieron, pues, los hijos de Israel lo malo ante los ojos de Jehová, y olvidaron a Jehová su Dios, y sirvieron a los baales y a las imágenes de Asera. Y la ira de Jehová se encendió contra Israel…” (Jue. 3:7-8). “…Se postraron ante una imagen de fundición. Así cambiaron su gloria por la imagen de un buey que come hierba. Olvidaron al Dios de su salvación, Que había hecho grandezas en Egipto, Maravillas en la tierra de Cam…” (Sal. 106:19-22). “No guardaron el pacto de Dios, Ni quisieron andar en su ley; Sino que se olvidaron de sus obras, Y de sus maravillas que les había mostrado” (Sal. 78:10-11). “Por tanto, oyó Jehová, y se indignó; se encendió el fuego contra Jacob, Y el furor subió también contra Israel, Por cuanto no habían creído a Dios, Ni habían confiado en su salvación” (Vs. 21-22).

 

No somos mejores que ellos

El pueblo de Israel tiene cicatrices profundas, debido al trato de Dios sobre ellos a lo largo de los siglos y nosotros no somos mejores que ellos. Por lo tanto, podemos caer en el mismo error garrafal y fatal. Consideremos nuestros caminos, escudriñemos nuestro corazón, y no permitamos que los afanes de la vida ahoguen la memoria de las maravillas de Dios hechas en nuestro corto existir ¿o acaso no ha hecho Dios maravillas y portentos en su vida, mi amado hermano?

No permita que su fe se debilite y que su corazón y ánimo decaiga. No permita que la impotencia de la religiosidad domine su vida espiritual. Huya del pecado y en ningún momento dude del poder de Dios nuestro Salvador. No, no hermano, el Dios nuestro sigue haciendo sus obras, leamos: “Tú, oh Dios, eres mi rey; Manda salvación a Jacob. Por medio de ti sacudiremos a nuestros enemigos; En tu nombre hollaremos a nuestros adversarios. Porque no confiaré en mi arco, Ni mi espada me salvará; Pues tú nos has guardado de nuestros enemigos, Y has avergonzado a los que nos aborrecían. En Dios nos gloriaremos todo el tiempo, Y para siempre alabaremos tu nombre” (Sal. 44:4-8).

El Señor Jesús nos invita a que tengamos memoria de él y sus palabras, al decir: “Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Jn. 14:26). Y dejó instituida la Pascua para que “Todas las veces que la comamos y bebamos lo hagamos en memoria de él”, por esto, Señor: “…con labios de júbilo te alabará mi boca, Cuando me acuerde de ti en mi lecho, Cuando medite en ti en las vigilias de la noche. Porque has sido mi socorro, Y así en la sombra de tus alas me regocijaré. Está mi alma apegada a ti; Tu diestra me ha sostenido” (Sal. 63:5-8). Que Dios les bendiga y nos sostenga fieles hasta el final. Amén.