Al caminar por la vida me encuentro con hombres “muy sabios”, quienes a pesar del conocimiento de los principios de muchas cosas, dejan por un lado los valores o fundamentos de lo correcto y justo, establecidos por el Dios eterno. Ya que sus perspectivas se van acomodando a intereses eminentemente materiales y personales, leamos: “…y con todo engaño de iniquidad para los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos” (2 Ts. 2:10). En donde la vanidad, la avaricia y la soberbia, se convierten en su nueva base y fundamentos de vida.

Bajo esa nueva visión se origina un verdadero despliegue de acontecimientos y acciones, en una competencia desleal hacia cualquier congénere competitivo, el cual, en adelante, se convertirá en un enemigo acérrimo. Alguna vez escuché un proverbio que reza: “No hay peor enemigo que el de tu propia profesión”. Allí no hay sentimiento alguno de unidad ni mucho menos amor. Por tanto, los cimientos de cada perversa edificación como esta, se van degenerando en odio, egoísmo, envidia, calumnia, avaricia, infortunio, etc. Y todo eso, mediante un progresivo menoscabo, llevará a guerras y contiendas. Y al final, a la destrucción de los mismos proyectos, en los cuales los hombres previamente invirtieron su vida misma.

Es así como han surgido reinos, imperios y potencias mundiales, que han provocado pérdidas incalculables en cuanto a vidas humanas y bienes materiales. Lamentable, pero cierto. Verbigracia: En la Primera Guerra Mundial, murieron más de treinta y un millones de seres humanos en sólo cuatro años. En la Segunda Guerra Mundial, murieron en promedio más de sesenta millones. Aun en muchas pequeñas guerras, como las intestinas de algunos “pueblecillos”, se generan de continuo pérdidas humanas incalculables. Y el colmo, los hogares y familias bajo estos mismos funestos cimientos y fundamentos, como en campos de batallas, se destruyen entre sí. Quedando niños traumados y en la orfandad. Mujeres en la miseria y el abandono. Triste pero real.

En toda esta filosofía de vida como cimientos de maldición, el curso total de la vida cambió y seguirá cambiando. Como resultado de esto vemos grandes edificaciones con una arquitectura excelsa. Y al final, sólo apariencia cosmética, pero sin fundamentos sabios. Y como algunos ejemplos: papel dinero, sin fundamento en oro; matrimonios homosexuales en la diversidad de géneros, no como Dios lo estableció: “Varón y hembra los creó; y los bendijo…” (Gn. 5:2).

Papás y mamás que en realidad, no lo son. Artículos lindísimos, con el brillo del oro y la plata, sin serlos. Grandes y bellos edificios, pero de chatarra y cartón, que cualquier viento o fuego los consumirá en el acto. Paisajes e imágenes bellísimas, pero únicamente fantasías virtuales. Pero lo más lamentable es, que cuando el fundamento es malo o nulo, tarde o temprano, ante cualquier prueba o adversidad, tanto el edificio como las bases quedarán totalmente destruidos. Y no hay más nada, que una verdadera tragedia irreparable.

Desde las postrimerías de los tiempos y las diversas generaciones, los hombres tomamos como cimiento y fundamento nuestra propia sabiduría, razonamiento e inteligencia secular. Desechando a Dios y sus valores eternos como cimiento. Y los hombres iniciaron la construcción de sus edificios personales, ilusionados y manejados por la vanidad de sus mentes. Sigue creciendo aquel edificio utópicamente, provocando con esto su autodestrucción.

¿Qué hizo Dios ante la torpeza humana?

Dios decide venir al mundo con el valor más grande del universo. Esta es la fuerza creadora de todo lo existente: “el amor”, la esencia de su ser mismo. Y establece mediante la persona de Jesucristo, una actitud de obediencia, negación, sufrimiento y entrega total, hasta la muerte. Los cimientos verdaderos, capaces de sostener cualquier edificio, del material que fuere. Pero siempre y cuando, ese fundamento sea aceptado voluntariamente por los hombres. Podría este edificio, debilitarse y aun caer, ante cualquier sobre edificación en soberbia y vanidad.

Sin embargo, el fundamento seguirá allí, permanentemente. Es que Dios lo puso, permitiendo otra oportunidad para empezar de nuevo. Una y otra vez, y conseguir la eternidad misma con Dios. Esto significa renunciar sin recelo a las soluciones del intelectualismo de cualquier índole y creer como niños a esta nueva forma de sobre existencia, hasta llegar a la eternidad misma. Leamos: “Conforme a la gracia de Dios que me ha sido dada, yo como perito arquitecto puse el fundamento (Cristo), y otro edificará encima; pero cada uno mire cómo sobreedifica. Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo” (1 Co. 3:10-11).

Cada uno de los que vivimos sobre este mundo, tenemos nuestros propios proyectos de vida. Y mediante sueños y luchas, vamos realizándolos mientras dure nuestra existencia. Luchamos entregándolo todo, material y espiritualmente. Queremos ser ricos, importantes, admirados y hasta eternos, leamos: “Hay camino que parece derecho al hombre, Pero su fin es camino de muerte” (Pr. 16:25). Sin embargo, cada edificación concebida bajo nuestra propia inteligencia fracasará ineludiblemente. Porque su cimentación está basada en argumentos satánicos de soberbia y vanidad, trayendo como consecuencia tristeza y pérdida.

Creo hermanos, que es tiempo de fundamentar todo plan de existencia actual y para eternidad, en los principios básicos en Cristo, los cuales son firmes. Tales como la humildad, el amor, la sencillez, el sacrificio, la negación, la obediencia, la perseverancia, la entrega, la misericordia, la sujeción, la bondad, el desprendimiento y muchos otros más, expuestos vivencialmente por él mismo, como las únicas virtudes aceptadas por Dios. Como principios en la cimentación de un edificio, el cual tendrá que ser probado mediante vientos, fuego y tormentas.

Cristo es la roca inconmovible, la cual es nuestra única alternativa y justificación delante del Padre. Y entendamos que dijo Jesús: “separados de mí nada podéis hacer”. Acerquémonos, pues, confiadamente a él sin recelos y construyamos efectivamente sobre el fundamento eterno que es Cristo Jesús, en el cual “habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad de Dios”. Él ha de ser el primer y único cimiento para vida. ¡Siempre alertas y adelante! Así sea. Amén y Amén.