Los discípulos le preguntaron al Señor: “¿Por qué les hablas por parábolas? Él respondiendo, les dijo: porque a vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos; mas a ellos no les es dado. Porque a cualquiera que tiene, se le dará, y tendrá más; pero al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado.” (Mt. 13:10-12). La parábola del sembrador da a conocer los misterios del reino de los cielos. El Señor habló a multitudes, pero la comprensión del mensaje se recibe de diversas maneras. Por ejemplo: Alguno oye la palabra y no la entiende; y el malo arrebata lo sembrado. Otro, oye y al momento la recibe con gozo, pero no tiene raíz, es de corta duración; y al venir la aflicción o la persecución, tropieza. Otro, oye la palabra, pero el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra y no fructifica (léase Mateo 13:21-22).

¿Cómo recibimos la palabra en la congregación? Habiendo transcurrido más de dos mil años, tenemos como contra peso, la ciencia que está incrementándose. Daniel dijo: “…cierra las palabras y sella el libro hasta el tiempo del fin. Muchos correrán de aquí para allá y la ciencia se aumentará” (Dn. 12:4). El evangelio ha sido para una manada pequeña por la oposición y persecución del maligno. El Señor dice: “Y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre”. Así comenzó la obra, la cual viene de los norteamericanos, que se formó con base cristiana.

Así como fue creciendo la ciencia y el poder económico, las congregaciones que iniciaron en los EEUU, llevaron la palabra a muchos países, como sucedió en Guatemala, en la época del General Justo Rufino Barrios, que trajo a los primeros misioneros, los primeros cristianos. En estos últimos tiempos, hay iglesias grandes, numerosas, alegres, ese patrón se tiene en nuestro país. Ya no hay persecución porque las asambleas son alegres, atractivas, con salas llenas, especialmente en día domingo. Concluido el servicio, cada quien a su casa o a la búsqueda de un ambiente donde se pueda dar gusto a la carne.

Demos gracias a Dios porque hay reuniones donde se ama a Dios y se ama al prójimo. Por eso el Señor dice: “y el que persevere hasta el fin, este será salvo” En la parábola del sembrador, sólo una clase de tierra oye la palabra, la guarda y vive dando el testimonio que Dios manifestó en jóvenes que, para servir las mesas, se elegían por tener buen testimonio y la llenura del Espíritu Santo. Y también quienes decían a los que les maltrataban: “…He aquí, veo los cielos abiertos y al Hijo del hombre que está a la diestra de Dios” (Hch. 7: 56). El testimonio de este joven, fue para conocer y entender la palabra y ser lleno del Espíritu Santo.

         El Señor le dijo a Nicodemo: “…el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios (…) Lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Jn. 3:5-6). Juan da la confirmación: Y yo no le conocía; pero el que me envió a bautizar con agua, aquél me dijo: Sobre quien veas descender el Espíritu y que permanece sobre él, ese es el que bautiza con el Espíritu Santo” (Jn. 1:33). El Consolador para nuestros problemas: “Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí” (Jn. 15:26).

Romanos 8 es importante conocerlo y entenderlo, para hacer la obra en este mundo que está bajo el maligno. Leamos: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu” (Ro. 8:1). Vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros” (V. 11).

Este estudio o lectura deben hacerlo en casa. Al no hacerlo, se evidencia nuestra falta de entendimiento y de amor al prójimo. Seamos amigos de nuestros hijos, para enseñarles que: “…el mayor amor es que uno ponga su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando” (léase Juan 15:13-14). Si no creemos a la palabra, no tenemos a Dios. Leamos: “…pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él. El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo” (1 Jn. 2:5-6). Amén y amén.