El tiempo que estamos atravesando es un tiempo de violencia, pestes, destrucción de la naturaleza e incremento de la ciencia; que en suma, afectan nuestro amor a Dios y al prójimo. Ya que el mundo y el materialismo, nos llevan a un sistema que pelea con nuestra fe y contra todos aquellos valores y principios que provienen de Dios. Esto nos hace reflexionar que estamos en un camino en donde tendremos pruebas. Y en medio de esas circunstancias, nuestra conducta pondrá de manifiesto lo que hay dentro del corazón. Por ello, la palabra nos dice: “…por sus frutos los conoceréis” (Mt. 7:20).

         Desde los inicios del pueblo de Israel, han existido hombres de Dios que han marcado la ruta y el camino a seguir en nuestra estancia sobre esta tierra. Dios le habló a Moisés por medio de Jetro, diciendo: “Oye ahora mi voz; yo te aconsejaré, y Dios estará contigo. Está tú por el pueblo delante de Dios, y somete tú los asuntos a Dios. Y enseña a ellos las ordenanzas y las leyes, y muéstrales el camino por donde deben andar, y lo que han de hacer” (Ex. 18:19-20).

Y siguiendo ese camino, otros siervos nos han compartido con firmeza su convicción de agradar a Dios, leamos: “…pero yo y mi casa serviremos a Jehová” (Jos. 24:15). Esto será una realidad en el camino que Dios nos ha dejado, cuando oímos, entendemos y escudriñamos la palabra, para crecer en fe y en amor a Dios y al prójimo.

David aconsejaba a su hijo Salomón, diciendo: “Guarda los preceptos de Jehová tu Dios, andando en sus caminos, y observando sus estatutos y mandamientos, sus decretos y sus testimonios, de la manera que está escrito en la ley de Moisés, para que prosperes en todo lo que hagas y en todo aquello que emprendas…” (1 R. 2:3). El ánimo y el consejo en este pasaje, son para que todas aquellas cosas que nos dispongamos a realizar, se encuentren dentro de la voluntad de Dios.

El interés por hacer la obra mientras estemos en el camino, lo hizo manifiesto nuestro Señor Jesús, quien desde niño buscó escuchar la palabra, escapando de sus padres y diciéndole a su madre: “…¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar? (Lc. 2:49). Este interés por conocer más del Señor, es el sentimiento que necesitamos transmitir y avivar en el hogar. Para que podamos aprender cómo debe ser nuestra relación con la familia, con los compañeros de estudio, en el trabajo, y en cualquier lugar a donde Dios nos lleve.

         Ya en su ministerio, el Señor Jesucristo nos habla de ese inicio en el camino que nos lleva a la vida eterna, diciendo: “…y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas…” (Mt. 11:27-29).

Sin Dios, nos afanamos por la comida, la bebida y el vestido. Pero recordemos la palabra que nos dice: “No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas, pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mt. 6:31-33). Nos desviamos del camino, cuando buscamos sólo las añadiduras y no lo que es verdaderamente importante: Dios y su reino.

A los que estamos en el camino, el Señor nos dice: “…Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará. Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?…” (Mt. 16:24-26). Con esto se nos recuerda cuál es el camino verdadero.

Entendamos los beneficios de continuar perseverando en el Señor y su camino: “Maldito el varón que confía en el hombre (…) y su corazón se aparta de Jehová (…) Bendito el varón que confía en Jehová (…) será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces, y no verá cuando viene el calor, sino que su hoja estará verde; y en el año de sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto” (Jer. 17:5 y 7-8).

         El Señor nos dice: “Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos (…) porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer” (Jn. 15:12-15).  

         El amor no hace mal al prójimo. Así que el cumplimento de la ley es el amor. Esto es para con nuestros hermanos. Pero tiene aplicación para el padre con los hijos en el hogar. Comenzando con los niños, buscando el acercamiento al joven y adolescente que conocerá el camino a Dios y a la vida eterna. Leamos: “…el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer” (V. 5). ¡Señor, ayúdanos! Sin ti nada podemos hacer. Que Dios les bendiga. Amén.