En lo más profundo de la mente humana y exacerbado por la conciencia, existe un extraño “sentimiento de culpa”, originado por el pecado; siendo éste: el apartamiento de la voluntad del “eterno Dios”. Este sentimiento tratamos siempre de acallarlo, como mecanismo de defensa interna. Pero allí está. Vuelve una y otra vez. Algo no está bien. ¿Qué hago yo? Y surge entonces: mi obra, mi solución. Es que me fue dicho: “seréis como Dios”. ¡Tengo que hacer algo! Y surge con esto, mediante cualquier especie de religión, rito, sacrificio, peregrinaje, ídolos, prácticas espiritualistas, hasta sacrificios humanos, etc., para satisfacer a sus dioses; creados en su desesperada mente.

Y surgen las múltiples religiones, que ya suman muchos miles. Actualmente serían, según estadísticas, arriba de las cinco mil, reconocidas, las cuales se ven proyectadas elocuentemente, por las monumentales y excelsas obras artisticas y arquitectónicas que revela la historia a través de los milenios. Culturas antiquísimas, en las cuales siempre y como prioridad uno, son los templos, en culto a innumerable cantidad de falsos dioses, esculpidos en piedras, maderas, pirámides, joyas, altares y lugares altos. Hasta el culto a la muerte, mediante exuberantes tumbas faraónicas, que incluían sus artefactos y enseres: “para la otra vida”.

Tal vez con una falsa expectativa de una nueva existencia, pero las momias permanecen allí, sin vida. Las tumbas, con huesos muertos, sólo con la degeneración del tiempo o integrados a la tierra misma. Y allí, no hay más esperanza. Leamos: “Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles” (Ro. 1-21-23).

Entonces, dentro de todo concepto religioso y moral mediante convenios de convivencia y sobrevivencia colectiva, surgen algunos valores éticos, que aunque en algún momento nos permiten evidenciar ciertos males, no generan verdaderas soluciones ni cambios confiables a ese ser íntimo, llamado: “alma”. Y ninguna obra humana será capaz de satisfacer integralmente, por su misma naturaleza espiritual.

De allí, que aunque nos esmeremos meticulosamente en cumplir con algunas leyes y normativas de conducta, al igual que los antiguos fariseos, escribas y sacerdotes de otras latitudes y culturas, siempre caerán en el defecto de la insatisfacción y la hipocresía misma. Ya que sus estructuras fundamentales se han establecido por siempre, en la mente o inteligencia humana de un ser profundamente corrompido por el espíritu de Satanas mismo. Quien con engaño cambió el sentimiento original de ese ser perfecto, creado por Dios a su imagen y semejanza.

Por supuesto, toda esta perversa obra no fue discernida por el original Adán, porque se alejó gradualmente de la presencia de la verdadera inteligencia de su Creador. Y de allí en adelante, esta heredada tendencia continúa hasta el día de hoy. Quedamos entonces, actualmente expuestos únicamente al razonamiento y la lógica materialista, los cuales están incluidos dentro de la religión, el humanismo y el existencialismo. Apoyados firmemente en la mal llamada ciencia, la cual pretende estudiar a Dios mismo. ¡Ah, torpeza humana!

La palabra de Dios, siempre y de diferentes formas nos ha hablado a todos los hombres, leamos: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo…” (Heb. 1:1-2). ¿Qué significa esto? Que Dios mismo se ha ocupado de librar al hombre del yugo de “estupidez” que vivimos mediante falsas expectativas religiosas.

Estableciendo de nuevo una relación directa mediante Jesucristo, como intermediario de nuestra reconciliación por el pago de mi pecado y origen de la culpa que nada ni nadie puede quitar. Porque la ofensa es contra Dios mismo y él, entonces, hubo de establecer la normativa para liberación, mediante el perdón de mis pecados. ¿Y cuál es esa normativa? Pues que sería únicamente como un regalo. Y que yo negando mi razonamiento, tendré que aceptar únicamente por “fe”, en sencillez de corazón, renunciando a mis obras muertas. Entiéndase: religiones, cultos, prácticas idolátricas, sacrificios, etc.

Se entiende entonces, que no somos libres de la culpa, transgresión o pecado, por ser “buenas o malas personas”, con buenas obras dictadas por la mente humana. A lo que las Escrituras dicen: “Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino POR SU MISERICORDIA, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna” (Tit. 3:4-7). Siendo además que para Dios: “…todas nuestras justicias (son) como trapos de inmundicia” (Is. 64:6).

Amado hermano, todo esto es maravilloso. Y podríamos decir: ¿ahora, qué hay qué hacer, si todo está hecho? Pues así es. ¿Sólo por creer? Sí. Pero esto implicará indefectiblemente, como dice la Escritura: “Haced frutos dignos de arrepentimiento”. Además: “obras, como efecto de mi salvación; no para salvación”; en gratitud por el regalo inmerecido. También, como fruto del amor e influencia directa del Espíritu Santo que hoy gobierna esta nueva vida, tenemos doble regalo: 1). El perdón. Y 2). Una nueva estructura íntima que genera paz y alegría, aun en la adversidad y el dolor. Ya sin cultos a los dioses extraños y aún más, convencidos que la muerte misma no turbará nuestra alma. Esperando con una visión limpia: “cielos nuevos y tierra nueva”. Sé feliz y vive la vida para Dios. Porque sólo en él está la vida. ¡Aleluya, Aleluya, Aleluya! Amén y Amén.