Mi muy amado hermano en Cristo y lector de nuestras cartas: qué importante es conocer los orígenes y efectos de la ira. Ya que de alguna manera podrían ser subestimados o verlos como algo natural e inofensivo. Pero creo que la ira “en la manifestación humana”, es perversa y satánica. Ya que no sólo es una simple reacción emocional; sino que naciendo de dentro de un corazón contaminado, inicia un proceso evolutivo de maldad que degenera hasta la agresión y muerte. Leamos: “Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios…” (Mt. 15:19).

Recordemos que el hombre en sus orígenes, siendo a la imagen y semejanza de Dios, era perfecto. Sin embargo, luego de tomar la cobertura satánica, su carácter y personalidad fueron proyectados al egoísmo y el amor propio a niveles egolátricos. En esta condición, aquel hombre no acepta ser lastimado ni mucho menos corregido. Se cree absoluto, intocable e irritable; defendiendo su postura mediante reacciones tan absurdas y violentas, que encienden reacciones progresivas, a veces incontrolables dentro de su ser y hacia los demás.

La palabra ira viene del latín “ira”, que es cólera o enojo. Es una emoción que se expresa a través del resentimiento o la irritabilidad. Y que luego de un estímulo o agresión, reacciona en defensa de “su yo”. Accionando mecanismos psicológicos y biológicos, como las hormonas noradrenalina y dopamina, las cuales aumentan la presión arterial y el ritmo cardíaco. Y se activan todos nuestros sistemas para estar listos para lastimar, de alguna manera, a quien nos ha ofendido o agredido, física o emocionalmente.

Ante la frustración de no poder “cobrar la ofensa” a cabalidad, lo que al inicio fuera un simple enojo, el cual se clasifica como pasajero, hace acrecentar en nuestro interior el resentimiento, irritabilidad progresiva y gran deseo de venganza. De no ser posible, hasta el suicidio o daño a sí mismo. Se pueden notar expresiones faciales muy desagradables, leamos: “Entonces Jehová dijo a Caín: ¿Por qué te has ensañado, y por qué ha decaído tu semblante?” (Gn. 4:6). Notemos aquí una expresión facial de descontento y amenaza. De allí inició la concepción de todo un plan perverso, invitando a Abel al campo y lleno de maldad y furia desmedida e incontrolada, arremeta en contra de su hermano hasta matarlo. Hay quienes hacen “miradas que matan”.

Muchos argumentan al respecto de por qué la Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, habla de la ira y el enojo de Dios y aun del Señor Jesucristo, quien con mucho enojo azotó y dio vuelta a los cambistas en el templo. Pues la diferencia radica en varios aspectos: uno, que su reacción fuera en el celo de lo santo. No se defendió a sí mismo, sino lo concerniente a los valores verdaderos. Por otro lado, Dios ve lo profundo, aun las intenciones del corazón. Por tanto, sus juicios son todos rectos y perfectos, no basados en emociones ni teorías, sino en “verdades absolutas”.

Además, Dios al establecer un juicio, da previamente muchas oportunidades, habla de muchas maneras, tiene mucha paciencia y aun se goza en hacer misericordia. El hombre siempre juzga y se enoja hepáticamente, sin considerar razones; sino sólo considerando sus propias ideas e intereses maliciosos y sin fundamentos ni pruebas fehacientes. Además no conoce la misericordia, que es un don divino.

Si analizamos entonces todas estas verdades, nuestra única oportunidad consistirá en aceptar que sin Cristo éramos hijos de ira, igual que todos los hombres y que nuestro merecido castigo sería la muerte. Pero ahora hemos pasado de muerte a vida y entendemos que: “…si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Co. 5:17).

Uno de esos cambios importantes y trascendentales en nuestra nueva vida material y espiritual, es el concerniente con nuestro temperamento. Un verdadero cristiano, debe reaccionar “de una manera cristiana”. No debiera de perder el control influenciado por la ira o el mal genio. Dios advierte a Caín: “¡Cuidado! Tu ira es como un león esperando a tu puerta. Debes controlar tu ira o ella te controlará a ti” (paráfrasis de Gn. 4:7 NVI). ¿Por qué Caín no oyó a Dios? Porque la ira le quita toda percepción de la sabiduría y lo mismo puede suceder en nuestra vida.

Hoy, mediante la gracia que nos ha sido otorgada, no sólo nuestra salvación por el perdón de los pecados, sino por la herencia bendita del Espíritu Santo que habita dentro de nosotros, debemos de cuidar con esmero que esa naturaleza divina en nosotros no sea lastimada o contristada. Ya que mediante este sello tenemos acceso a los benditos valores celestiales en Cristo. Y para ello, debemos cada uno de nosotros no permitir que el enojo y la ira bloqueen nuestra única comunicación con lo espiritual. Y la palabra nos advierte: “Y no contristéis el Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención. Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia” (Ef. 4:30-31).

Dios ha hecho todo el trabajo de amor para nuestros cambios. Por lo tanto, no permitamos que sea lastimado el Espíritu Santo en nosotros. Y luchemos para evitar que todas esas pasiones bajas de iras, enojos y amarguras, bloqueen nuestra relación con Dios. Las provocaciones del maligno allí están cada día a la puerta y para todos los creyentes. Pero esforcémonos en la gracia, sabiendo además que: “…la ira del hombre no obra la justicia de Dios” (Stg. 1:20). Señor, ayúdanos y guárdanos de nuestras pasiones ingratas que no agradan a tu naturaleza. Bendito seas. Amén y Amén.