No podemos ignorar una grandísima verdad, en cuanto al destino del evangelio que nuestro Salvador Jesús trajo al mundo. Y es, que era para: los pobres, los enfermos, los prisioneros, los esclavos, los hambrientos, los sedientos, los ciegos, los débiles, los huérfanos, los desvalidos, los desamparados, para los muertos en delitos y pecados, etc. Leamos: “Respondiendo Jesús, les dijo: Id, y haced saber a Juan las cosas que oís y veis. Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio; y BIENAVENTURADO ES EL QUE NO HALLE TROPIEZO EN MÍ” (Mt. 11:4-6).

Cuando la gente se daba cuenta del poder y la sabiduría que Cristo portaba y manifestaba a través de sus obras y enseñanzas, se daban diferentes reacciones, tales como: admiración, odio, resentimiento, desprecio, amor, fe, esperanza, valor, convicción, escándalo, etc. Hoy me quiero referir a esta última de las reacciones. La palabra escandalizar, del griego “skandalizo”, significa: tropiezo, ocasión de caer; también perturbar, alborotar, horrorizar e indignar. Una buena pregunta sería: “¿Qué reacción produce Cristo en usted, querido lector?” Usted lo sabe mejor que nadie. El pasaje anterior, contiene las palabras que el Señor Jesús respondió a su amado amigo Juan el Bautista, cuando mandó a preguntarle si él era el Mesías prometido.

Estoy seguro que cuando los discípulos de Juan le contaron lo que vieron hacer al Señor Jesús, su reacción fue de mucho regocijo y esperanza. Produciendo en el corazón de aquel último profeta, de la dispensación de la ley, una firme convicción para enfrentarse a su muerte con valor. No se escandalizó, sino se regocijó. En una ocasión Jesús fue a predicar a su tierra Nazaret. Y llegó a predicar a la sinagoga de aquel lugar. Al oírlo, se impresionaron de su sabiduría y del poder sanador que tenía, y se preguntaban: “¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos no están entre nosotros?” Y se escandalizaron de él (tropezaron en el mensaje de Cristo Jesús). Y no le creyeron. Y no hizo allí muchos milagros, a causa de la incredulidad manifestada. (Léase Mateo 13:53-58).

En otra oportunidad, sus propios hermanos lo incitaron a que subiera a Jerusalén: “Porque ni aun sus hermanos creían en él” (Jn. 7:5). Esto le tocó vivir al Señor Jesús estando sobre esta tierra. Muchos tropezaron en él, se escandalizaron de él y llegó a tal extremo su tropiezo, que decidieron matarlo en una cruz. Los mismos que habían recibido beneficios de parte del Señor, ahora se levantaban contra él. Suena cruel. ¿No es así mi amado lector?

 

Y ahora ¿contra qué tropiezan?

Jesús ya no está entre nosotros corpóreamente, pero nos dejó su legado evangélico, su palabra, la cual es firme y eterna. Pasará y dejará de existir este mundo y el universo conocido, pero su palabra jamás. Al igual que los tiempos antiguos, el hombre rechaza y resiste su palabra, leamos: “Para vosotros, pues, los que creéis, él es precioso; pero para los que no creen, La piedra que los edificadores desecharon, Ha venido a ser la cabeza del ángulo y: Piedra de tropiezo (SKANDALIZO), y roca que hace caer, porque tropiezan en la PALABRA, siendo desobedientes; a lo cual fueron también destinados” (1 P. 2:7-8).

         Observe que ante el mensaje de Cristo Jesús, la reacción de los hombres puede ser, por un lado, de un aprecio muy especial, manifestado a través de una entrega voluntaria, espontánea y desinteresada. Produciendo una obediencia incondicional a él y obviamente a sus mandamientos, los cuales no le serán en ningún momento gravosos. Todo lo contrario, serán su deleite y alegría, produciendo la santidad indispensable para estar en la presencia de Dios. Los mandamientos del Señor no se cuestionan ni se discuten. Simplemente se obedecen con amor y regocijo, porque esto agrada al amado. Por el contrario, para otros la Palabra de Dios, produce en el corazón de ellos incomodidad y perturba su vida. Crea resentimiento e insatisfacción y se manifiesta en rebeldías. Cuestionan lo que Dios nos pide, como pueblo y nación santa que debemos ser en este mundo y entre esta generación maligna y perversa.

Mi amado hermano, no caigamos en el error del pueblo de Israel, que seguía la ley no por fe, sino como por obras, sin sentimiento ni conciencia. Y ¿qué produjo eso? Tropiezo, como está escrito: “…He aquí pongo en Sion piedra de tropiezo y roca de caída; Y el que creyere en él, no será avergonzado” (Ro. 9:33). ¿Le avergüenza obedecer la palabra de Dios? ¿La encuentra pesada y difícil de obedecer? ¿Le irrita e incomoda cuando lo exhortan por actitudes y conductas que no coinciden con la voluntad de Dios? Pues esto, amado hermano, es encontrar tropiezo en Cristo Jesús. Esto es escandalizarse de él.

Hermano, en el nombre del Señor Jesús, NO TROPIECE EN ÉL, porque de lo contrario estará corriendo en vano. Mejor que él sea nuestro santuario. Que él sea la razón de nuestra vida; el motivo de nuestra alegría; la satisfacción de nuestra estancia sobre esta tierra; la inspiración de nuestra alabanza; la fuerza que nos impulsa a servir a Cristo en la iglesia y en este mundo. “A Jehová de los ejércitos, a él santificad; sea él vuestro temor, y él sea vuestro miedo” (Is. 8:13). Hermano ¿está usted necesitado de Dios, prisionero de cadenas que lo atan al sistema y necesita ser libre? Entonces, por usted vino mi Salvador Jesús. Encuentre en Cristo su deleite espiritual siempre. Que Dios les bendiga. Amén y Amén.