“Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo…” (Jn. 10:17-18). Estas palabras las dijo el Señor Jesús a sus discípulos en público. Y muchos judíos que se agolpaban para escucharle le criticaron duramente diciendo: “demonio tiene y está fuera de sí”; y le preguntaban a la gente y a los discípulos de Jesús: “¿Por qué le oís?”. El Señor Jesucristo les estaba dando una afirmación tremenda de su ministerio mesiánico, difícil para cualquier judío y gentil de aceptar. Y es que JESÚS afirmaba que era el Cordero perfecto, el Mesías prometido, el cual debía dar su vida en rescate, para cubrir el carísimo precio a pagar, para alcanzar la liberación de la raza humana del poder esclavizante de Satanás.

Y es que nadie en su sano juicio es capaz de dar su vida voluntariamente a la muerte. No es posible ni razonable. Es ilógico humanamente hablando. Pero la afirmación de Jesús era contundente al decir: “YO pongo mi vida (…) nadie me la quita, sino que YO de mí mismo la pongo”. Su afirmación dejaba claro que había una total renuncia al valor más preciado que cualquier ser humano le da a su existencia, que es la vida. Satanás lo afirma cuando le dice a Dios, en respuesta a una pregunta que le hace el Señor sobre su siervo Job: “Respondiendo Satanás, dijo a Jehová: Piel por piel, todo lo que el hombre tiene dará por su vida” (Job 2:4).

En las palabras del Señor Jesús, iba implícita la revelación del misterio de la victoria sobre la muerte. Y es que: “para vivir eternamente, hay que morir a la carne efímera”, en otras palabras: “hay que morir para vivir”. El contenido de esta afirmación no ha cambiado, sigue siendo la misma y sus efectos tampoco han cambiado. Es un principio inalterable. Aunque haya personajes de diferente talla que afirmen lo contrario, el peso de la verdad predomina sobre la fragilidad de la mentira. Hay evangelios que ofrecen una vida eterna sin sacrificio ni pruebas que hagan morir lo terrenal en nosotros, afirmando que Jesús ya lo hizo por mí. Es comprensible que cualquiera defienda su vida con todo lo que tiene, si el concepto que tiene de vida es la existencia temporal sobre la tierra, y sus ojos espirituales no han sido abiertos al mundo espiritual que es eterno.

Esta es la razón fundamental que el diablo tiene para crear en el hombre una sobre valorización de la vida terrenal. Crea una cortina de humo poderosa para sobredimensionar lo que vemos, sentimos, oímos, gustamos, etc. Y todo con la intención de esconder el eterno valor que tiene el alma, que es un ente espiritual en donde está concentrada la verdadera esencia del individuo. E inocentemente o por ignorancia, lo cambiamos por lo material y mundano. Decía el Señor Jesús a sus discípulos: “Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará. Pues ¿qué aprovecha al hombre, si gana todo el mundo (lo material), y se destruye o se pierde a sí mismo (condenación por el pecado)?” (Lc. 9:24-25).

¿Se da cuenta, mi amado hermano y amigo, lo fantasioso e improductivo que resulta el aferrarse a los valores terrenales que son temporales, en contraposición a los valores espirituales que son eternos? ¿Por cuál de los dos se define usted? Por cierto, esta es una decisión muy personal, en la cual interviene su libre albedrío, su voluntad íntima y personal. Porque al final de cuentas la salvación o condenación es individual. Y los beneficios o las consecuencias fatales, se sufren individualmente. Ahora resulta más fácil de comprender, por qué el Señor Jesús hace énfasis en su decisión al decir: “Yo pongo mi vida y yo de mí mismo la pongo”. Es un acto eminentemente voluntario y personal, una expresión tangible de un amor profundo, como lo diría el Señor Jesús: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” (Jn.15:13).

         Comprendamos, pues, que el sacrificio de Jesús no sólo implicaba el precio de la salvación del hombre, sino también el ejemplo a seguir de un modelo de vida; excepto de liturgias religiosas superficiales y vanas, sino más bien la expresión tangible y evidente de la FE, esa fe que salva, esa fe sacrificial que me impulsa a morir a mí mismo para poder vivir para Dios eternamente. Leamos: “…llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos. Porque nosotros que vivimos, siempre estamos entregados a muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal” (2 Co. 4:10-11).

         Cristo fue la ofrenda ofrecida en el altar del Gólgota para alcanzar el perdón de los pecados y también la ofrenda por la paz que da el perdón. Mi hermano en Cristo, la voluntad personal juega un papel importantísimo en la decisión de seguir el camino de la salvación. La invitación de Dios a través de Jesús sigue abierta: “¿Quieres seguir en pos de mí?” pregunta el Señor. ¿Quieres tú responder y levantar tus manos y decirle: Heme aquí, qué quieres que yo haga? Decirle aquí estoy yo, con todo lo que yo soy, mi tiempo, mis manos, mis pies; quizás no es mucho Señor, pero contigo, estoy seguro que haremos proezas.

Yo, Señor, quiero ofrecerte mi vida en ofrenda voluntaria, así como lo hizo mi Salvador Jesús: “Quiero presentar mi cuerpo en un sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, y lo quiero hacer consciente de las consecuencias que esta decisión implica, como una ofrenda grata delante de tus ojos” (lea Romanos 12:1-2). Este es el camino para alcanzar el amor de Dios sobre nosotros. El Señor Jesús dijo: “Por eso me ama el Padre”, ¿por qué? porque Dios no lo forzó a tomar ninguna decisión, sino él dijo: “Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron. Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad…” (He. 10:6-7). Dios sigue llamando ¿qué responderás tú? Subamos al altar del sacrificio y entreguemos nuestra vida, porque “la ofrenda soy YO”. Que Dios te bendiga y te sostenga hasta alcanzar la meta. Amén y amén.