Sabio es quien antes de buscar esposa, no se afana y cree a lo dicho por el Señor Jesucristo: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, – escuche bien: «primero el reino de Dios y su justicia»-  y todas estas cosas os serán añadidas –«y tendrás la ayuda idónea»-(Mt. 6:33).

Estamos en los tiempos del fin. Recordemos lo que Dios hizo cuando la maldad llegó al límite y destruyó a los menospreciaron a Dios «muriendo en el diluvio», pero Dios salvó a Noé, varón justo y a su familia. Los cielos y la tierra que ahora existen, están guardados para el fuego, leamos: “Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán desechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas (…) ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir…!” (2 P. 3:10-12).

Para lograr esto necesitamos mujeres que eduquen a sus niños en el hogar. Por lo cual dice: Creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. ¿Cómo hacerlo si el niño o niña, no saben leer ni escribir? Con Dios todo es posible… En el mundo, la enseñanza viene por conocer y comer del árbol de la ciencia del bien y del mal, el cual Dios pidió a Adán que no comiera. La educación o instrucción secular se valora, ya que esperan que con los conocimientos, se mejore la economía.

Por el logro económico, los presupuestos estatales invierten para cubrir la enseñanza primaria, básica y universitaria. Hay más colegios y universidades de la iniciativa privada para tener más graduados, que según ellos, cambiarán las deficiencias de nutrición y de salud. Pero cada año hay más pobreza, más corrupción y violencia, al grado que las cárceles son insuficientes; los hospitales atienden pero con deficiencias; súmese a esto la contaminación del aire, de los ríos, de los lagos, etc.; con el agravante de la justicia.

 

¿Pero qué pasa con el alma?

Sabemos que este mundo se terminará, leamos: “Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia” (V. 13). Para la esperanza de esta promesa, la palabra nos recuerda: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (Pr. 22:6). Es vital que usted valore a su madre y a su abuela, especialmente si ella conoce y ama a Dios, pues enseñará en el hogar con su ejemplo, con su conducta y con su carácter, cómo amar y cómo servir a Dios, cómo amar al prójimo.

La fe está desapareciendo porque al salir para estudiar las cosas del mundo, si no hay espíritu, se pierde la confianza en Dios, leamos: “He aquí que aquel cuya alma no es recta, se enorgullece; mas el justo por su fe vivirá” (Hab. 2:4). «La fe se vive en el hogar si habita en la mujer (madre y/o abuela) y se muestra fuera de casa, como resultado del amor que Dios nos da para dar a los necesitados».

El hombre o mujer con la ciencia que engaña se ama a sí mismo, leamos: “Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, (…) aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios…” (2 Ti. 3:2-4).

Pablo espera que nos llenemos del conocimiento de la voluntad de Dios en toda sabiduría e inteligencia, llevando fruto en toda buena obra, creciendo en el conocimiento de Dios. El Señor nos pide que escudriñemos las Escrituras para seguridad de la vida eterna. Salomón, dice: “Bienaventurado el hombre que halla la sabiduría, y que obtiene la inteligencia; porque su ganancia es mejor que la ganancia de la plata, y sus frutos más que el oro fino” (Pr. 3:13-14). Dios llama a sus hijos para servir a los necesitados y si obedecemos dirá: “…Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros…” (Mt. 25:34). Y a los que no sirvieron a los necesitados dirá: “…Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles” (V. 41).

Recordemos que para servir a Dios hay que morir al mundo. Para la enseñanza en el hogar, tenemos el ejemplo de Elcana y Ana. De ellos vendría un profeta y sacerdote en Israel. Ana testifica que Dios oyó su oración y le concedió tener un hijo varón. Después de destetarlo, lo llevó al templo para servir a Dios. Ana, en su cántico de gratitud dice: “Mi corazón se regocija en Jehová, no hay santo como Jehová, y no hay refugio como el Dios nuestro. Jehová empobrece, y él enriquece; abate, y enaltece”.

Samuel fue un gran profeta que guió a Israel. Y todo comenzó con «la humildad de una mujer» que oró con fe y dio la enseñanza a un niño con su conducta y carácter lleno de amor a Dios y a su prójimo. Léase 1 Samuel 1 y 2. Hermanos, el Dios de Ana es nuestro Dios. El espera de nosotros el amor y la fe al igual que el de su sierva. Dios les bendiga.