¿Qué es la vida?

Sin el conocimiento de Dios, la vida es el tiempo transcurrido desde el nacimiento, hasta la partida que el hombre tiene en este mundo. Para los estudiosos, la vida es el modo de vivir según la profesión, el empleo, el oficio u ocupación, donde se busca una complacencia.  Los que estudian las Escrituras, la resumen como los ejercicios de perfección y aprovechamiento en el Espíritu. El apóstol Pablo dice: “Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz” (Ro. 8:6). Y el apóstol Juan dice a la iglesia: “…si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto. El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará” (Jn. 12:24-25). Esto sin revelación es una locura, pero si tenemos el Espíritu, esto nos lleva a la esperanza de tener vida después de la muerte.

El que no ha muerto al mundo, tiene que luchar para la vida terrenal; en donde el promedio de vida para los seres humanos está en setenta y nueve años; en donde se da la lucha social de clases, que tiene la clase alta (ricos), la clase media y la clase baja (pobres). Los pobres sirven a las clases elevadas, especialmente a los ricos, en las tareas agrícolas temporales, donde corren el riesgo de enfermedades o aun la muerte, por mala nutrición, por el uso de agroquímicos, etc. Buscando salir de ello, emigran a ciudades más comerciales e industriales y aun a países más desarrollados, en donde pueden ser atrapados y discriminados, cayendo así en vicios como el alcoholismo, la prostitución y la corrupción. Todo esto mantiene a los impíos bajo el dominio de Satanás, quien vino a matar, robar y destruir.

La clase media se prepara con un oficio que le ayuda a subsistir, pero al mejorar su ingreso buscan la superación académica. El peligro está en menospreciar a Dios y sutilmente caer como Eva, a quien le entusiasmó la oferta de llegar a ser como Dios, léase Génesis 3:5. El profeta Habacuc nos dice: “He aquí que aquel cuya alma no es recta, se enorgullece; mas el justo por su fe vivirá” (Hab. 2:4). Dios a su pueblo advierte: “Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores” (1 Ti. 6:9-10).

Pero hay buenas nuevas para los pobres: “…El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor” (Lc. 4:18-19). Esta es la oportunidad que el Señor presenta para aquellos que desean alcanzar la verdadera vida y vivir dentro de la voluntad de Dios, que es agradable y perfecta. Salomón lo dice de esta manera: Teme a Dios y guarda sus mandamientos, los cuales se resumen en amar a Dios y amar al prójimo como a ti mismo.

 

¿Qué escogió Dios?

“…sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo  y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia” (1 Co. 1:27-29). Dios nos ha escogido para llevar una vida de obediencia a su palabra. Busquemos la humildad y el servicio a los hermanos, recordando el ejemplo que el Maestro nos dio, cuando lavó los pies a sus discípulos, enseñándonos la grandeza del servicio.  Salgamos al mundo, llevando las buenas noticias para salvación y la vida eterna, las cuales quitan ese temor a la muerte.

Recordemos que al final, todos estaremos ante el tribunal de Dios para informar sobre las obras de amor que Cristo nos enseñó. El murió para darnos vida. Por eso nos dice que somos grano de trigo y debemos morir al mundo y a sus afanes. Busquemos el reino de Dios y su justicia, para que la comida, bebida y vestido, vengan como añadidura de la fe que obtenemos al oír su palabra y por buscar la misericordia de Dios, que es mejor que la vida. “Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman?” (Stg. 2:5).

No olvidemos que en el hogar debemos iniciar este trabajo que nos ayuda a prepararnos en la verdadera lucha por la vida, para que podamos decir como Josué al pueblo de Israel: “Yo y mi casa serviremos a Jehová”. Quitemos los ídolos e inclinemos nuestro corazón para servir a Dios. Amemos al que nos amó y dio a su Hijo para darnos una vida nueva, guiada por su Santo Espíritu para fructificar y glorificar al único y sabio Dios. Amén y Amén.