Adán, en su plena manifestación de libertad, habla con Dios. Se comunica e identifica plenamente con la -verdad absoluta-. No hay temores ni ansiedades, mucho menos malicias ni corrupción. En tal estado de perfección y equilibrio, mediante una naturaleza “a imagen y semejanza de Dios”, todo era bueno y ¡bueno en gran manera! No hay escondites ni refugios; la luz meridiana resulta agradable y benevolente. En esta condición hay salud, prosperidad, positivismo, crecimiento y vida. La obediencia a la verdad se convirtió entonces, en un maravilloso caudal de esperanza y vitalidad perpetua, mediante las promesas de un Dios de verdad y que es: la verdad misma. La eternidad estaba en sus manos. Era libre y por ende, feliz. “Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Gn. 2:16-17). Adán, en su plena manifestación de libertad, habla con Dios. Se comunica e identifica plenamente con la -verdad absoluta-. No hay temores ni ansiedades, mucho menos malicias ni corrupción. En tal estado de perfección y equilibrio, mediante una naturaleza “a imagen y semejanza de Dios”, todo era bueno y ¡bueno en gran manera! No hay escondites ni refugios; la luz meridiana resulta agradable y benevolente. En esta condición hay salud, prosperidad, positivismo, crecimiento y vida. La obediencia a la verdad se convirtió entonces, en un maravilloso caudal de esperanza y vitalidad perpetua, mediante las promesas de un Dios de verdad y que es: la verdad misma. La eternidad estaba en sus manos. Era libre y por ende, feliz. “Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Gn. 2:16-17).  En la segunda escena Adán desobedece (peca). Y en esa condición, él mismo se acusa y se condena. ¡Falló! Y esto lo trae a la conciencia, que era ya hombre muerto. Allí nacen sus más grandes enemigos, como: el miedo, el terror, la persecución, los sentimientos de culpa, la mentira, el reproche, la auto justificación, la frustración profunda, la ira ante la incapacidad del éxito, los complejos y traumas, etc. Y opta por la única salida viable para él y es: buscar un escondite, alejarse de la luz, refugiarse en la soledad de las tinieblas, leamos: “Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto (…) Y él respondió: Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí” (Gn. 3:8-10). Triste y lamentable. El pecado de la desobediencia, desde ese momento, provocó en el hombre el inicio de su carrera como: “fugitivo de la verdad”. No quiere saber quién es y qué tan perversa es su nueva naturaleza realmente. Por ello, se refugia en las tinieblas de su soledad, acusado por su conciencia -mientras la tenga-. En esa búsqueda de escondites, se crea concupiscentes fantasías, encontrando refugios como el alcohol, las drogas, los juegos de azar, la práctica de aberraciones sexuales, el esoterismo, la magia, la ciencia, la idolatría, la lujuria, etc. Consideraremos adicional a esto, que el pecado siempre busca la noche, la oscuridad y el escondrijo. Verbigracia: todos los clubes de pecado, salas de juegos, la prostitución y el homosexualismo, sobreabundan cuando aparece la noche.  Leamos: “Dice a cualquier simple: Ven acá. A los faltos de cordura dijo: Las aguas hurtadas son dulces, Y el pan comido en oculto es sabroso. Y no saben que allí están los muertos…” (Pr. 9:16-18). Pero aún hay algo más, peligrosamente camuflajeado, que es: el refugio de las religiones mismas, instituciones humanas, que albergan fugitivos que no quieren oír su propia verdad ante la luz de un evangelio verdadero. Y mediante rituales y prácticas humanísticas, se cosen “hojas de higuera” para refugiarse en idealismos espiritualistas, mientras la verdad pasa de largo y persiste en todo esto, el estado de “fugitivos de la verdad”. La verdad, siempre ha existido como la luz misma, la cual se hace prevalecer sobre las tinieblas y la maldad, indiscutiblemente. Sin embargo, leamos: “Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas” (Jn. 3:19-20). Indiscutiblemente, a ninguno nos gusta que sea descubierta y advertida nuestra realidad misma. Y mediante actitudes evasivas, hasta llegar a la violencia misma, cada uno defendemos el ser interpelado por la verdad. Aunque tal vez por dentro sepamos, que así como lo dicen, así es. Y continuamos huyendo hacia otros escondrijos de mentiras, como “fugitivos de la verdad”. No cabe la menor duda que sólo los verdaderos hijos de Dios, mediante un llamamiento divino y con auxilio del Espíritu Santo, serán capaces de reconocer la importancia de conocer su propia condición de pecado y maldad. Esto vendrá por el conocimiento de la verdad para discernir el bien y el mal, revelado en las Sagradas Escrituras, la cual al confrontarnos nos mostrará nuestra incapacidad para vivirla. Y en ese ánimo, debemos clamar al único que es capaz de sacarnos a la libertad, que es Jesucristo, para dejar la condición de fugitivos y seguir una nueva ruta con el sentimiento original vivido en el Edén y con un profundo sentimiento de eternidad. “¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos” (Sal. 19:12). Los hombres siempre tratarán de evadir la verdad, al extremo de inventar lo que ellos llaman: “mentiras blancas”, frase humanista que no aparece en el lenguaje divino de la verdad genuina. Amado hermano, estamos dentro del cuerpo de Cristo. Y qué importante es aceptar de parte de los hermanos y autoridades, las palabras que, tal vez, no quisiéramos oír acerca de nuestros males. Pero que al final nos habrán de ubicar en nuestra verdadera realidad y condición espiritual. Para que al conocer nuestros achaques espirituales, los cuales siempre serán muchos, corramos a los pies de la misericordia, manifiesta en Jesucristo; quien siempre, mediante la verdad, nos hará verdaderamente libres para su gloria. Así sea. Amén y Amén.