Tanto en el mundo secular, como en el camino de Dios o iglesia, cada uno estamos rodeados de seres humanos con diferentes características y costumbres, así como niveles en cuanto a una madurez emocional, física, intelectual y espiritual, los cuales al interrelacionarse encontrarán personas como tú y yo. Que profesando un conocimiento de Dios y una fe eminentemente espiritual, tenemos un compromiso ante la sociedad mediante nuestra actividad vivencial, la cual deberá ser responsablemente analizada y dimensionada, respecto a: ¿qué ven realmente las demás personas en nuestro comportamiento de convivencia? O somos de las personas que poco o nada nos importa el qué dirán, al cabo: «nadie me da de comer; y si no, que se aguanten…»; o tal vez: «yo vivo la vida a mi manera».

De allí en adelante, una actitud totalmente indolente, ante el efecto que nuestras palabras, acciones y ejemplos, causen en las personas. Y lo único que importa, es salir bien yo y sólo yo, y que las cosas se hagan como mejor me parezca. Recordemos que una de las tendencias más fuertes en el ser humano es: tener el dominio o hegemonía sobre la vida de los demás, lograr el control de las situaciones, sacando beneficio de todo aquel que lo rodea y ser el mayor en todo y en todos. Este afán de grandeza y dominio, hace pasar incluso por los derechos de los demás, tomando autoridad y enseñoramiento, lo cual será una meta deseable para todo aquel hombre que no conoce los principios ni valores divinos.

Y ahora la interrogante: ¿qué piensa Dios de nuestra actitud prepotente, indiferente y menospreciativa, al ver a alguien, que llamándose hijo de Dios, no ve semejante mal; pretendiendo verse más grande que los demás y subyugándolos? Veamos qué dicen las Escrituras: “…los discípulos vinieron a Jesús, diciendo: ¿Quién es el mayor en el reino de los cielos? Y llamando Jesús a un niño, lo puso en medio de ellos, y dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Así que, cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos” (Mt. 18:1-4). Lo más hermoso en este pasaje, es cómo Jesús ubica los valores del reino de Dios en un rango diferente.

Aquí la idea no es subyugar, mandar, imponer, etc. Aquí, para ser grande tenemos que entrar por la puerta de la humildad, sencillez, inocencia y sinceridad de un niño puro. Que sin prejuicio se abre campo hasta donde Cristo está. No temió ser rechazado ni apartado, sólo se acerca confiado y con fe. Y es así, como es aceptado por Jesús también, con mucho amor y complacencia. Y Jesús mismo lo exalta en cuanto a su actitud. Alguien diría en sus malicias y soberbias: «¿y si me rechaza?; ¿y si se burla de mí?; ¿y si no le caigo bien?», etc. Pero si el niño es realmente niño, la aceptación es un hecho natural y espontáneo.

Ahora, ninguno quiere verse como un niño tonto y entonces, adoptamos una actitud defensiva al expresar: «No quiero que me tomen de su tonto; no se van a aprovechar de mí; ¡Si no me defiendo yo, quién!». Quiero contarte algo maravilloso. Yo sé que es difícil aceptar un papel derrotista, sin argumentar ni una palabra, pero veamos qué nos dicen las promesas de Jesús: “Y cualquiera que reciba en mi nombre a un niño como este, a mí me recibe” (V. 5). Pero ¿qué es lo maravilloso? Que cuando él nos recibe, en adelante tomará incondicionalmente nuestra tutoría. ¿Y qué es esto? Que él nos defenderá y nos cuidará.

Sólo tendremos que resguardarnos en su seno. Haciendo juicio sobre cualquier agresor, no tendrás que defenderte ni argumentar, sólo confiar. Y a los que nos estorben, dice: “Y cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar” (V. 6). Además dice: “…porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios” (Stg. 1:20). En otras palabras, sólo tengo que esperar pacientemente en él.

Ahora veamos qué significa entonces, ser estorbo o piedra de tropiezo. Pues son nuestras malas acciones, los malos testimonios y ejemplos, la indiferencia, menosprecio y hasta agresión hacia aquellos “niños, que han creído fielmente” y se han acogido a la misericordia, protección y amnistía divina, encontrando su justificación otorgada por la gracia de Cristo. Él mismo los defenderá así: “¡Ay del mundo por los tropiezos! porque es necesario que vengan tropiezos, pero ¡ay de aquel hombre por quien viene el tropiezo!” (Mt. 18:7).

Amado hermano, qué importante es entonces, nuestra actitud ante los “niños de Dios”, ya que una mala acción, un mal testimonio o un mal ejemplo, en una mente frágil y débil pueden causar tanto daño, que sea capaz de despertar el enojo de Dios. Esto sería tan peligrosamente dañino para el agresor, el cual será al final, quien cargue con las consecuencias de sus decisiones personales. Por eso, padres, abuelos, tíos, maestros y alguaciles de la grey, etc., roguemos a Dios que nos haga mantener íntegros, en cuanto a valores y ejemplo de vida. Para no hacer tropezar a nadie y a su vez no despertar la molestia, o aun la ira de Dios. Cuidémonos de toda manifestación de contaminación, como: iras, raíces de amargura, ansiedades, mal carácter, vocablos y expresiones inadecuadas y griterías. Además, guardémonos de toda especie de pecado que haga resbalar a alguien débil o pequeño. «SEÑOR AYÚDANOS». Así sea. Amén y Amén.