No hay cosa más hermosa y sublime que la iglesia verdadera del Señor, la cual fue fundada por Jesucristo y sus discípulos. Esta representa una verdadera embajada del reino de los cielos, el cual fuera acercado mediante la materialización del Mesías, quien significa la palabra viva, en la manifestación de la plenitud de la deidad del Dios eterno. Estando ya establecidos los principios de esta nueva era, el mismo Dios, mediante su soberanía y pre-escogencia -no por méritos alcanzados ni obras humanas- sino por pura misericordia, toma de aquí y de allá al decir: “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca…” (Jn. 15:16).

Lo más paradójico de este misterio, es que al escoger a Israel, les advierte que no eran el mejor pueblo entre los pueblos. Y hoy también, al escoger a los gentiles, escogió lo indigno, lo peor del mundo, lo menospreciado, para que la gloria no sea del hombre por sus hechos, sino por su amor y benevolencia, leamos: “…nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, para que justificados por su gracia, viniéramos a ser herederos conforme a la esperanza de vida eterna” (Tit. 3:5-7).

 

¿Cuál es el problema dentro de la iglesia?

El mayor problema que se da dentro de la iglesia, es que todos los que allí estamos, somos débiles seres humanos. Llenos de vanidades, pasiones, vicios, complejos, traumas, malicias, saturados de amarguras del pasado por las injusticias de los hombres, y hasta contaminados de aberraciones, impregnadas por diferentes culturas, razas y aun manifestaciones demoníacas; enseñados a defender nuestros derechos aun con violencia. Así llegamos sin excepción, en mayor y menor grado. Unos, con unos males y otros, con otros. Pero simplemente la iglesia, está llena de “gente”. Nadie de nosotros es extraordinario. Tal vez algunos han alcanzado «algún» nivel espiritual más alto, mediano o casi nada, pero allí estamos.

Al principio de nuestra emotiva llegada a la iglesia somos receptivos, obedientes, dóciles, sacrificados, preguntamos, queremos aprender y servir. En ese objetivo.. anhelamos, pedimos, suplicamos, nada importa y sentimos que eso era lo que necesitábamos para ser felices. Iniciamos una carrera de idealismos hacia las instituciones y aun hacia las personas y líderes. Hasta que llegan las pruebas se rompe el encanto o fantasía, las cuales han de evidenciar lo que verdaderamente hay en nuestro corazón.

Aparecen en escena personas “difíciles de soportar”, personalidades extrañas. En cuanto más nos adentramos al cuerpo de Cristo se descubren errores, sentimientos encontrados, personas con “doble ánimo”, inconstantes, con algún grado de menosprecio, rebeldía y aun mundanalismo. Aquí inicia nuestro juicio crítico y de comparación a “Egipto”. Nos desilusionamos, desanimamos y podemos caer en algún grado de frustración, al extremo de decir: “al fin, no hay nada bueno”; “todo es igual”; “no vale la pena”. Y deseamos “las cebollas y los melones” del mundo. Satanás mismo aprovecha el momento para hacernos desistir, poniendo aun otras alternativas.

 

¿Por qué tiene que ser así?

Recodemos que hemos entrado a un reino de fe, en donde toda obra y justificación está basada en este valor o principio. Pero la fe es intangible, incomprensible para la mente humana, por lo cual tiene que ser ejercitada mediante la exposición de eventos y fenómenos adversos, “como se prueba el oro y la plata”, para afirmarla y hacerla efectiva para sobrevivencia y salvación, leamos: “Pero sin fe es imposible agradar a Dios…” (He. 11:6). Es en la convivencia y en el trato personal con los demás, en donde se puede cultivar el amor, la compasión, la paz interna, etc. Así también se verán nuestras reacciones de violencia, rencor, falta de Espíritu, poca paciencia y más.

Dice la palabra: “Hierro con hierro se aguza (se afilan o sacan punta o brillo); Y así el hombre aguza el rostro de su amigo” (Pr. 27:17). El hombre no nació para vivir solitario como ermitaño, porque Dios en su naturaleza tampoco vive solo, él está rodeado de millares de ángeles. La iglesia primitiva se describe como aquella comunidad en la cual perseveraban en la doctrina, en la comunión, en el partimiento del pan y en la oración. Y las promesas siempre son ubicadas en la comunión: “Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt. 18:20). “…no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuando veis que aquel día se acerca” (He. 10:25).

Otro enfoque muy doctrinal, es la necesidad de que la prueba de la convivencia, ha de definir, al tiempo, quiénes son verdaderos o falsos. Y en esto el apóstol Pablo afirma a la iglesia de Filipos ante los problemas entre dos hermanas: Evodia y Síntique, para que sean de un mismo sentir. Y también les anuncia a los de Corinto sobre los abusos en la Cena del Señor: “Porque es preciso (NECESARIO) que entre vosotros halla DISENSIONES, para que se hagan manifiestos entre vosotros los que son aprobados” (1 Co. 11:19).

Recordemos que no es el que dice la última palabra el que tiene la razón y es aprobado. Dios espera que seas «» el que cedas ante los eventos más complejos y contradictorios, sabiendo que él siempre se acercará a los humildes y resistirá a los altivos y soberbios. Deja que sea Dios el que nos justifique. Humíllate ante él, ya que la vida, toda ella es vanidad y es fugaz, y llena de pruebas que nos prueban y forman para la gloria de él. ¡Ánimo! mi amado hermano, es mejor que perdamos ante los hombres y no delante de Dios, quien tiene toda potestad. Así sea. Amén y Amén.