La sociedad moderna vive sumergida en un mar de afanes, los cuales producen en su cuerpo una innumerable cantidad de enfermedades físicas, psicológicas, emocionales, y -por qué no- también espirituales; creando una dolorosa existencia sobre esta tierra. Esta enorme variedad de enfermedades hacen que la existencia del ser humano sea agobiante, el cual está dispuesto a gastar ríos de dinero para procurar la cura, en el mejor de los casos. En caso contrario, que es el más común, se amontona una cantidad exagerada de paliativos, que lo único que hacen es crear falsas expectativas a los enfermos. Esto genera una tremenda y abundante fuente de riqueza, para los que viven a expensas de estos flagelos que, literalmente, matan a la gente. Mientras tanto, ellos engordan sus arcas de dinero, a costa del anhelo del hombre por procurar una condición de vida saludable.

Dialogando con mi alma, digo: ¿y quién está libre de esto? ¿Acaso no somos parte de este tejido social humano, queramos o no? ¿No corremos nosotros también todos los días con el afán de obtener los medios necesarios para una subsistencia digna? ¿Acaso no procuramos con mucho esfuerzo responder a nuestras obligaciones como padres, y cubrir las responsabilidades que asumimos como tales? Es imposible evitarlas. Mi querido hermano, estoy seguro que cada uno de nosotros, de acuerdo al medio de trabajo que Dios nos ha permitido tener, luchamos todos los días con “afán y fatiga para no ser gravosos a otros”.

Un día el Señor Jesús dijo: “Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal” (Mt. 6:34). El mismo Señor Jesús lo confirmó, cada día trae su propio afán; y lo identificó como algo malo, pero inevitable. Entonces me pregunto: ¿cómo hacer para que ese mal, ineludible, no me afecte a mí, de la misma manera como afecta a todos los demás? Y digo a mi alma, dialogando con ella: alma mía, no busques en otras cosas tu descanso; no trates de encontrar en otro espíritu, que no sea el de Dios, tu reposo; en él solamente estate quieta, sosegada, tranquila, porque mi esperanza está en él, en su poder y amor; sus misericordias han sido constantes cada día.

En las ilusiones vanas que Satanás le ofrece al hombre para escapar de su realidad, le muestra muchos asideros, tales como el dinero, haciéndole creer que si lo tiene, alcanzará la solución de sus problemas, sin darse cuenta que: “…raíz de todos los males es el amor al dinero…” (1 Ti. 6:10). Y que hunde al hombre simple, en un mundo peor del que quiere escapar, y será traspasado de muchas angustias y dolores, no sólo en esta vida sino también en la venidera. Pero no, alma mía, Jesucristo solamente es mi roca; él es el único que ha prometido salvación eterna; él es mi refugio y no permitirá, si confío de corazón en él, que mis pies resbalen.

Mi querido hermano, si estás enfermo, te animo en el nombre del Señor Jesús, a que cobres ánimo en su mano poderosa, la cual la tiene extendida hacia ti. Él es nuestra única salvación y él es nuestra roca fuerte: “Diré yo a Jehová: Esperanza mía, y castillo mío; Mi Dios, en quien confiaré” (Sal. 91:2). En Dios está la esperanza de la gloria eterna. Que el diablo no meta pensamientos de fracaso ni la ponzoña de la duda enferme tu fe, recuerda que las Escrituras dicen: “…Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado” (Ro. 10:11).

 

Mirando a la cruz

El principal objetivo de nuestro enemigo Satanás, es hacernos perder la fe, pues él sabe que ella es el puente que nos comunica con el único Dios verdadero y con su Hijo Jesucristo, y por medio de ella hacemos nuestras sus promesas. El día que se pierde la fe, perdemos lo único que nos puede conectar con Dios, que es el Espíritu, recuerde que: “…sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay…” (He. 11:6). Por lo tanto hermano, quien quiera que seas, defiende tu fe con fervor, con ánimo y con el poder que viene del Espíritu Santo de Dios. Espera absolutamente y en todo tiempo solamente en Dios. Derramemos delante de él nuestro corazón con gemidos, ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas, pues Dios tiene el poder para librarnos de todo mal.

Esperemos con paciencia el tiempo y la voluntad de nuestro buen Dios. Si él aparentemente tarda en su respuesta, no te angusties ni te aflijas, él sabe lo que está haciendo con tu vida. Las soluciones de los hombres son como ellos: vacías. No confiemos en los hombres ni pongamos en ellos nuestra esperanza porque nos acarrea maldición, mejor confiemos en Dios. No agregues dolor y aflicción a tu condición, mejor decide poner tu mirada en la cruz. Sí, allí donde fue colgado nuestro Salvador Jesús; allí donde él se volvió pecado y llevó los nuestros para librarnos de la condenación eterna. Sí, miremos a la cruz, allí fuimos lavados por su preciosísima sangre, la cual derramó por puro amor y de manera incondicional, para que todo aquel que crea, alcance la salvación de su alma. Así que hermanos, compañeros de luchas y aflicciones, cobremos ánimo en el poder de Jesús y él nos sostenga fieles hasta el final. Amén.