La iglesia reúne a los interesados en oír y conocer acerca de Dios. Esto se da en los que estuvimos perdidos y engañados en el mundo por el enemigo de Dios, el diablo, quien en el cielo engañó a una tercera parte de los ángeles. Con esa misma astucia engañó a Eva y hoy continúa estorbando la obra de Dios, al conocer la debilidad del hombre, que no sabe que el ocuparse de la carne es muerte. Por ello, Satanás ofrece satisfacer los deseos de la carne y dar glorias vanas al postrarse ante él. Todo esto es para que no conozcamos a Dios ni le sirvamos con amor. Pero Dios envió a su Hijo Jesucristo: “…para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Jn. 3:16).

Para la iglesia, que ahora la formamos los gentiles arrepentidos y los convertidos de Israel, Dios profetizó las buenas nuevas que Jesús leyó en Nazaret: “El Espíritu del Señor está sobre mí, Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres, Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; A pregonar libertad a los cautivos, Y vista a los ciegos; A poner en libertad a los oprimidos” (Lc. 4:18). Diciéndoles: “…Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros” (V. 21). Iniciando así su ministerio, para los israelitas y gentiles que formamos parte del cuerpo donde Cristo es la cabeza, para recorrer ciudades y aldeas, enseñando y predicando el evangelio a los desamparados y dispersos como ovejas sin pastor. A los doce discípulos les dijo: “Y yendo, predicad, diciendo: El reino de los cielos se ha acercado. Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia” (Mt. 10:7-8). Esto se cumple si ya morimos al viejo hombre.

 

¿Cómo es el evangelio?

Cuando se inicia en el cristianismo hay cambios radicales. La familia, los vecinos, los compañeros de trabajo, notan que nuestra conducta cambia. Dejamos los afanes, las malas juntas, las modas, los lujos, y comenzamos a entender lo que pasa en el mundo, como resultado de la comunión  con Dios y con la nueva familia de la fe. Empezamos a conocer la voluntad de Dios y la importancia de asistir a las reuniones, en donde la palabra que recibimos limpia la mente, el corazón y nos fortalece el alma. Por ello, la asistencia congregacional se da los domingos en la mañana y en la tarde, más las reuniones por las noches durante la semana. Mayormente las salidas de los días viernes y sábados para conocer las agrupaciones del país o países vecinos, en donde encontramos familia espiritual que nos recibe y hospeda con el propósito de compartir la palabra y las obras que Dios nos permite experimentar. Así como escuchar a nuestros hermanos que nos edifican con sus experiencias, porque si amamos a Dios, todo lo que pasa en nuestras vidas es positivo.
Este evangelio se experimenta, cuando Dios lleva a la persona a reconocer que nada ni nadie puede sacarnos de las angustias o el temor a morir. Eso nos lleva a elevar el clamor que sale de un corazón que reconoce su mal y ruega el perdón; con la seguridad de que Dios oye y responde, porque Dios dice: “Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces” (Jer. 33:3). Esa humillación nos da la liberación y salvación. Este es el punto para el nacimiento de una nueva criatura que murió al mundo y que quiere nacer para la obra del Señor.

Como ciudadanos del reino, debemos entrar en un orden y en obediencia, siendo necesario para esto, ser bautizados como lo hizo Jesús en el Jordán, leamos: “…también Jesús fue bautizado; y orando, el cielo se abrió, y descendió el Espíritu Santo sobre él en forma corporal, como paloma, y vino una voz del cielo que decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia” (Lc. 3:21-22). Para seguir el camino, la verdad y la vida, Jesús dice: “Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios” (He.12:1-2).

Dios nos prueba, así como sucedió con Israel en el desierto: “Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas. Pero tú sé sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio” (2 Ti. 4:3-5).

          Persecución: “Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán…” (Jn. 15:20). El evangelio es grande y poderoso para vencer al enemigo. Por ello, debemos poner los ojos en Jesucristo. Pidamos el Espíritu Santo para ser guardados de toda falsedad y guiados hacia la verdad, y cuidémonos de permanecer en el Señor, para que él permanezca en nosotros y podamos resistir al maligno, con la fe que nos da su palabra. Y roguemos al Señor para que venga por su iglesia que predica, sirviendo a los necesitados de la paz y el amor que Cristo da sus hijos. Amén.