El mundo está experimentando cambios en la naturaleza. En la población se incrementa la violencia, la corrupción y la manifestación de falsos profetas, engañando con un falso evangelio. A la iglesia le está afectando la fe y el amor a Dios y al prójimo; presentándose un cuadro como en los días antes del diluvio. Estaban comiendo, bebiendo, casándose y dándose en casamiento, alarmando más las uniones carnales por la ignorancia del amor a Dios y al prójimo.

No saben que Dios tiene un juicio para todas las naciones, en donde apartará a las ovejas y a los cabritos, leamos: “Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí” (Mt. 25:34-36). A los cabritos rebeldes dirá: “…De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis. E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna” (Vs. 45-46).

         Esta verdad se da en la congregación para transmitir y ampliar en el hogar a los niños, adolescentes y jóvenes, como Moisés lo hizo con Israel: “Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes” (Dt. 6:6-7). La obediencia de la ley, es para nosotros la obediencia a la palabra, leamos: “…la bendición, si oyereis los mandamientos de Jehová vuestro Dios, que yo os prescribo hoy, y la maldición, si no oyereis los mandamientos de Jehová vuestro Dios, y os apartareis del camino que yo os ordeno hoy, para ir en pos de dioses ajenos que no habéis conocido” (Dt. 11: 27-28).

Juan le dice a la iglesia: “Lo que habéis oído desde el principio, permanezca en vosotros. Si lo que habéis oído desde el principio permanece en vosotros, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre. Y esta es la promesa que él nos hizo, la vida eterna” (1 Jn. 2:24-25). Esta misericordia nos alienta y nos prepara para el día de la muerte. Y para vivir como Cristo vivió: sirviendo y enseñando las buenas nuevas de salvación. Por esto es importante escudriñar la palabra en casa. Así se logra la comunión y el amor que se da al recibir de Dios la palabra y su Espíritu que nos orienta, alimenta y sustenta el alma para no pecar.

Si andamos como él anduvo, Juan nos dice: “Os he escrito a vosotros, padres, porque habéis conocido al que es desde el principio. Os he escrito a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes, y la palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al maligno. No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Jn. 2: 14-17).

El hombre, especialmente el joven, busca fuera del hogar la atención que no encuentra para comentar sus experiencias. O bien para conocer el mundo, por la falta de comprensión de los padres. Quienes por no entender la palabra, se afanan buscando sólo satisfacer las necesidades económicas o de su carne. Ignorando que el ocuparse de la carne conduce a la muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y da paz.

El joven busca la comunión con sus vecinos. Especialmente en los centros de estudio o en el trabajo. La falta del conocimiento de Dios en el padre, hace que llegue al hogar fatigado y no quiere que lo molesten. Encontrando como una solución, la astucia de la ciencia que provee los medicamentos, que además de su costo, sólo alivian pero no curan. Además, el peligro de caer en el consumo de drogas y crear una adicción, cumpliéndose la palabra que habla sobre la ciencia que hace bien y mal. Esta situación agrava la economía, la salud y la comunión que debe encontrar el hombre en su familia. Aquí se cumple la palabra: lo que sembramos, eso cosechamos.

El Señor le dice a su pueblo: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mt. 6:33). Y agrega: “…En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Jn. 16:33). Los casos negativos del hombre o de su familia, cambiarán si reconocemos que amamos al mundo o al dinero, y buscamos un cambio, para amar al que nos amó y murió para perdonarnos y darnos nueva vida.

Esto requiere que nos humillemos y reconozcamos que hemos sido malos e injustos. Dios nos dice: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte” (Ro. 8:1-2). Dios se acerca al humilde, pero al soberbio mira de lejos.

Busquemos la amistad de Dios, porque: “Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en muerte” (1 Jn. 3:14). Con el nuevo nacimiento, entendemos: …Que os améis unos a otros, como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” (Jn. 15:12-13). Amén.