Tu Fe Te Ha Salvado

17 junio, 2025

“…Pero él dijo a la mujer: Tu fe te ha salvado, ve en paz” (Lc. 7:50). Mis amados hermanos, ¿quién no quisiera escuchar semejante afirmación de Cristo Jesús hacia alguno de nosotros, los que decimos creer en él? Esta afirmación lleva un sentimiento implícito de seguridad y confianza plena. Sabiendo que el mismo Jesús lo estaba confirmando y lógicamente esta confianza produce una profunda paz en el creyente. Por eso las palabras de Jesús: “VE EN PAZ”. Como diciendo: camina tranquilo y seguro; yo estoy contigo y tus obras confirman mi presencia en ti.

Pero este versículo no sólo nos da esa hermosa esperanza, sino también contiene una afirmación aún más grandiosa, cuando le dice: “TU FE TE HA SALVADO”. Un fariseo llamado Simón, le rogó al Señor Jesús para ir a comer a su casa. Y Jesús aceptó. Llegó y se sentó en la mesa, pero las actitudes del fariseo fueron despectivas hacia Jesús. Pero sucedió que una mujer, que tenía muy mala fama de pecadora en la ciudad, se sentó a los pies de Jesús. Y llorando, le regaba los pies con sus lágrimas, besándolos, y con su cabello le enjugaba sus pies. Y no sólo esto, también sacó un frasco de perfume y lo derramó en los pies de Jesús.

Al ver esto Simón, el fariseo, murmuró en su corazón, acusando a Jesús de su pobre discernimiento. Pues, cómo permitía que lo tocara aquella desprestigiada mujer. Por lo tanto, según el fariseo, esto revelaba que Jesús no era un verdadero profeta. El Señor Jesús, conociendo sus malos pensamientos, le contó a Simón una parábola en la que revelaba la actitud agradecida del hombre, la cual es proporcional a la magnitud de la deuda perdonada.

Y le pregunta Jesús: ¿quién amará más? Y Simón respondió: “al que se le perdonó más, ama más y al que se le perdonó menos, ama menos”. La respuesta fue alabada por Jesús, diciéndole: “Rectamente has juzgado”. E inmediatamente le describió el Señor Jesús las obras que ella hizo. Comparándolas con las que él debió haber hecho, por ser parte normal en la cultura hebrea para con un invitado. Tales como: lavar los pies, el saludo de beso en la mejilla y ungir la cabeza con aceite (léase Lucas 7:36-50).

Estas eran costumbres culturales. Pero la mujer lo hizo como una expresión de una profunda fe hacia Jesús el Señor, siendo consciente de su condición de pecadora. No lo hizo por alcanzar ningún favor particular del Señor. Era una expresión espontánea de fe y amor. Ante semejante expresión de fe, el Señor Jesús dijo: “Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama. Y a ella le dijo: Tus pecados te son perdonados” (Lc. 7:47-48).

Mi querido lector, no sé qué dimensión y conciencia tienes de tus pecados pasados y del estilo de vida y del agujero de donde Jesús te ha sacado. Somos muy olvidadizos y podemos mostrarnos muy mal agradecidos con Cristo y su obra redentora en favor nuestro. No hacemos obras para alcanzar la salvación, ellas son el cuerpo tangible de un profundo amor y fe invisibles, por la grandísima e inmerecida misericordia del perdón alcanzado por nuestro Señor y Salvador Jesucristo con su muerte en la cruz.

Las obras, en el cristiano, no son una obligación. Son la manifestación voluntaria y tangible de la preciosa y gloriosa vida en Cristo Jesús. No son obligadas y mucho menos forzadas. Porque esto ya cae en el campo del religioso que pretende convencer por medio de obras aisladas, su amor a Dios y a su Hijo Jesucristo. Quizá engañará a los hombres, pero a Dios jamás. Él conoce las intenciones más profundas del corazón del hombre. Un cuerpo sin espíritu está muerto. Así también una fe sin obras, está muerta en sí misma.

Tú, mi amado hermano, no puedes mostrar tu fe simplemente porque tú lo dices. No, tienes que mostrarla. Así como mi actuar revela la vida que llevo en mí mismo (léase Santiago 2:14-26). La falta de obras que evidencian tu fe o la conciencia que produce la práctica de pecados ocultos en nuestra vida, produce en el cristiano: incertidumbre y duda si será salvo o no. La obra de Cristo Jesús tenía un propósito enorme, leamos: “…quien se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras” (Tit. 2:14).

Es de suma importancia que comprendamos estas cosas. Y la misma palabra de Dios nos exhorta a que insistamos con firmeza. Quizás parecerá redundancia, pero no, es insistencia espiritual. Porque son muy necesarias para la salvación y son útiles para todos los hombres, leamos: “Palabra fiel es esta, y en estas cosas quiero que insistas con firmeza, para que los que creen en Dios procuren ocuparse en buenas obras. Estas cosas son buenas y útiles a los hombres” (Tit. 3:8).

Dice el Señor en el Antiguo Testamento: “Y el efecto de la justicia será paz; y la labor de la justicia, reposo y seguridad para siempre” (Is. 32:17). ¿Comprendes lo que dice este versículo? Cuando tus obras son en justicia o en rectitud, conforme a la voluntad de Dios, tendrás paz para con Dios y tendrás reposo en tu alma. Ella, tu alma, estará tranquila y confiada, porque el diablo no tiene ocasión para acusarte delante de Dios, quien juzgará a todos los hombres.

¿Tienes seguridad de tener derecho a las promesas de Cristo Jesús? Cuida tus obras mi amado hermano, porque ellas revelan quién gobierna tu corazón. Le ruego al Señor que tengas oídos para oír lo que el Espíritu dice a su iglesia. Que Dios les bendiga. Amén.