Nos encontramos en medio de un mundo que ha sido contaminado y corrompido por un sistema maligno y perverso. Dios creó al hombre en un ambiente sano, agradable, hermoso y perfecto. Era el lugar ideal para desarrollar su vida. Pero alguien intervino en aquella escena y se encargó de poner en el hombre una semilla de maldad e incredulidad a la palabra de Dios. Todo esto tuvo consecuencias terribles, pues el hombre cedió sus derechos y su libertad, ante la tentación de un nuevo conocimiento que lo llevó a su caída y a alejarse de Dios, al haber escogido equivocadamente.
Luego de aquella desobediencia, la realidad del hombre fue otra. Se inició una nueva etapa para él, en donde habría dolor y sufrimiento, como efecto del pecado. Y fue en su familia, en su hogar, en donde inician los efectos negativos y las consecuencias de haber menospreciado la palabra de Dios. Leamos: “No como Caín, que era del maligno y mató a su hermano. ¿Y por qué causa le mató? Porque sus obras eran malas, y las de su hermano justas” (1 Jn. 3:12).
La caída del hombre fue inminente y se entregó a toda clase de maldad y pecado, perdiendo el rumbo de su vida y viviendo sólo para lo material y perecedero. A pesar de todo ello, el Señor encontró hombres que le dieron descanso y reposo, al mostrar por medio de su fe, la obediencia a la palabra y los mandatos que Dios había establecido desde el inicio para el hombre, los cuales tienen beneficios y grandes promesas al guardarlos.
Dios escoge a un pueblo, para trasladarle los principios divinos que traerán bendición y que serán la guía para su estancia dentro de esta tierra. Leamos: “Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes” (Dt. 6:6-7). El Señor desea que su palabra se vuelva parte activa de nosotros, de tal manera que sea el timón que dirija nuestra vida hacia la rectitud, la justicia, la paz, el gozo, la bondad, la generosidad, etc.
Por eso, el trabajo de recordar en casa principalmente, lo que Dios estableció para nuestro desarrollo en esta vida. Leamos: “Por tanto, guárdate, y guarda tu alma con diligencia, para que no te olvides de las cosas que tus ojos han visto, ni se aparten de tu corazón todos los días de tu vida; antes bien, las enseñarás a tus hijos, y a los hijos de tus hijos. El día que estuviste delante de Jehová tu Dios en Horeb, cuando Jehová me dijo: Reúneme el pueblo, para que yo les haga oír mis palabras, las cuales aprenderán, para temerme todos los días que vivieren sobre la tierra, y las enseñarán a sus hijos…” (Dt. 4:9-10).
Damos gracias a Dios por esa palabra que se comparte, para instruir al niño en su camino, para dar a la juventud de la iglesia las herramientas y armas para enfrentar al maligno. Para avivar nuestra fe en medio de los últimos tiempos y vencer al mundo. Y para que el pueblo en general, pueda recibir la sana doctrina, basada en las Sagradas Escrituras, que les oriente y les guíe sobre cómo afirmarse, permanecer y servir en el camino del Señor.
El apóstol Pablo le recomendó a Timoteo: “Pero persiste tú en lo que has aprendido, y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido; y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús” (2 Ti. 3:14-15). El aprendizaje debe iniciar en casa y es reforzado en la iglesia con la palabra. Los ejemplos y testimonios de una vida transformada, evidencian la obra del Señor y motivan a seguir el camino de Dios.
David fue el hombre conforme al corazón de Dios y para ello buscó en Dios y su palabra la guía para su vida, aun en los momentos más difíciles de su existencia. Leamos: “Lámpara es a mis pies tu palabra, Y lumbrera a mi camino” (Sal. 119:105). Cuando no buscamos la dirección de la palabra en nosotros, las consecuencias pueden ser tristes. Un joven dejó a su familia para trabajar y estudiar en una Escuela de Agricultura. En la aldea había una iglesia y los dos primeros años leía La Biblia. Finalizó su carrera y se le reconoció como un buen estudiante. Pero al cerrar sus estudios en la universidad, sus pensamientos y metas eran enfocados a lo material. Manejando un tractor en su trabajo, tuvo un accidente y perdió la vida.
Un pastor que dio mensajes de cómo servir al Señor, cerró su licenciatura en la universidad y repartiendo las invitaciones para graduarse, se cayó de una moto y perdió la vida. En la palabra hay consejo para el que busca la verdad. Leamos: “Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado. Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí” (Jn. 15:3-4).
Recordemos que sin santidad nadie verá a Dios. Y necesitamos escudriñar las Escrituras en casa, para ser guiados personalmente y como familia, para dar pasos de obediencia en el camino del Señor. La sabiduría está en Dios, para seguir siendo instruidos y buscando que su Santo Espíritu nos guíe a toda la verdad. Que Dios les bendiga. Amén.