Con Dios Está La Sabiduría

8 abril, 2025

En las Sagradas Escrituras podemos encontrar los diferentes atributos de Dios, que lo definen como ese ser supremo y creador de todo lo existente. Y siendo tan grande, tiene la humildad, sencillez y generosidad, de invitarnos a ser partícipes de su naturaleza y de sus virtudes. Una de esas facultades divinas es la excelencia de la sabiduría. Y para aquellos que somos parte de su pueblo, es un valor o una característica que debe manifestarse en nuestra vida y algo que no debe de faltar. Leamos: “Porque Jehová da la sabiduría, Y de su boca viene el conocimiento y la inteligencia. Él provee de sana sabiduría a los rectos; Es escudo a los que caminan rectamente” (Pr. 2:6-7).

En el concepto de la sociedad moderna, existe una preparación para adquirir el conocimiento secular sobre las cosas materiales. Incluyendo desde temprana edad, una formación que pasa por el jardín infantil, la primaria, básicos y diversificado, como una preparación para la universidad. A todo esto, se le suma el deseo de superación y capacitación, que terminan afectando el presupuesto familiar. Ante esta demanda económica y de tiempo, y los sacrificios que puede implicar, se requiere de la guía de Dios, para no afectar nuestra comunión con Dios ni con su pueblo.

Es importante no menospreciar la formación de nuestros niños y jóvenes, quienes requieren tener en su corazón, el principio de la sabiduría (el temor a Jehová) para amar a Dios y al prójimo. Llevando la misión de predicar el evangelio al mundo, sobre todo, en el tiempo del fin. La reflexión de la palabra de Dios con los hijos en casa, nos ayuda a prevenir la influencia satánica que domina en este mundo. Y que se manifiesta en los lugares de estudio o de trabajo, creando ambientes peligrosos y hostiles, los cuales combaten contra la fe que nos permite vencer al mundo y agradar a Dios.

Menciono el caso de un joven de escasos recursos, quien llegó a la escuela de agricultura de una comunidad rural, para trabajar y estudiar. Inicialmente se identificó como evangélico, y mantenía sobre su cama una Biblia. Se destacó como estudiante, trabajador y deportista. Pero la apariencia del evangelio pasó a la historia. Sus resultados y éxitos, lo llevaron a una educación superior, en donde trabajaba y estudiaba sin perder materias. Y un día antes de su graduación de la universidad, perdió la vida con el tractor que manejaba. Sus logros académicos o glorias vanas, sin tomar en cuenta a Dios, le hicieron perder la paz y la vida eterna.

Otro amigo de infancia, estuvo en el seminario y se convirtió en pastor. Sus mensajes para la juventud, eran transmitidos en una radio cristiana que tenía audiencia. Pero anhelando elevar su nivel académico, buscó estudios universitarios y una noche antes de recibir su título profesional, en un accidente, perdió la vida. En ambos casos, ninguno recibió el honor académico. La palabra nos exhorta para buscar algo mejor que todo esto: «la sabiduría de Dios».

En un período de la historia del pueblo de Israel, debido a su ceguera e hipocresía, el Señor tiene que hablarles de la siguiente manera: “…por tanto, he aquí que nuevamente excitaré yo la admiración de este pueblo con un prodigio grande y espantoso; porque perecerá la sabiduría de sus sabios, y se desvanecerá la inteligencia de sus entendidos” (Is. 29:14). Israel se había apartado de Dios. Se acercaban religiosamente con su boca y con sus labios, pero su corazón estaba lejos de Dios. Su temor era un mandamiento enseñado por hombres.

Desde que Dios llamó y escogió a su pueblo, le dio instrucciones claras, para que pudieran preservar su vida y su misión sobre este mundo, leamos: “Guardadlos, pues, y ponedlos por obra; porque esta es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia ante los ojos de los pueblos, los cuales oirán todos estos estatutos, y dirán: Ciertamente pueblo sabio y entendido, nación grande es esta (…) Por tanto, guárdate, y guarda tu alma con diligencia, para que no te olvides de las cosas que tus ojos han visto, ni se aparten de tu corazón todos los días de tu vida; antes bien, las enseñarás a tus hijos, y a los hijos de tus hijos” (Dt. 4:6 y 9).

El Señor Jesús, nos ubica en el camino correcto cuando nos dice: “…Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame” (Mt. 16:24). Esto no es fácil. Para que el Señor haga su obra, se requiere morir al mundo, nacer de nuevo y recibir el Espíritu Santo. Buscando la sabiduría de Dios, para apartarnos del pecado y todo aquello que nos aleje de Dios y estorbe nuestra buena relación con él.

El apóstol Pablo aconseja a Timoteo, diciendo: “…guarda lo que se te ha encomendado, evitando las profanas pláticas sobre cosas vanas, y los argumentos de la falsamente llamada ciencia, la cual profesando algunos, se desviaron de la fe. La gracia sea contigo. Amén.” (1 Ti. 6:20-21). Busquemos primeramente el reino de Dios y su justicia, y lo que necesitemos, vendrá por añadidura. Podemos obtener y alcanzar una profesión, una maestría, etc., pero no nos olvidemos ni dejemos de oír la palabra, que es la fuente de la sabiduría. Y fortalezcámonos en la oración, que tiene poder para alcanzar las promesas y en el trabajo de anunciar las buenas nuevas de salvación.

Hagamos nuestra la palabra de Dios para estudiarla y ponerla por obra. Ya que esto se traduce en sabiduría para nuestra vida; siendo testimonio a los demás, para que vean nuestro fruto por el poder del Espíritu Santo. Que Dios les bendiga. Amén.