“El placer en la obediencia voluntaria”

19 septiembre, 2025

La obediencia genuina es una aceptación individual, pronta, voluntaria e irrestricta. Aceptada con grande gozo y responsabilidad acerca de la voluntad de Dios en mí y por amor a él; por el derecho legítimo y legal que le asiste como Creador sobre toda su creación. Siendo confirmado y manifiesto mediante toda evidencia, mandatos y preceptos, vertidos por las claras leyes naturales que rigen hasta hoy el universo. Esto habla por sí mismo de la grandeza de un poder y una inteligencia suprema.

Leamos: “…porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se los manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa” (Ro. 1:19-20). Además, fueron afirmadas muy elocuente y directamente, mediante ángeles, jueces, profetas, visiones, señales y por Dios, en la manifestación real de nuestro Señor Jesucristo.

Esto fue plasmado en las Sagradas Escrituras y afirmado por el Espíritu Santo dentro de nosotros mismos como herencia, llevando implícitas verdades absolutamente perfectas, provenientes del creador de todo lo existente, el Elohim. Al inicio de la creación, el atender a la voluntad de Dios y obedecer, más que un mero cumplimiento a lo establecido, era para Adán un deleite personal, un privilegio, la razón de su existir; con la consecuente reciprocidad de amor y cuidado de parte del Creador hacia su criatura.

Toda esta perfección y equilibrio, fue empañada por un principio satánico de perversidad, infamia, manipulación intelectual y elocuencia de maldad. Basado en argumentos filosóficos falaces y mentiras disfrazadas de amor y bondad, manifiestas en astutas expresiones como: “Dios te ha engañado; no es como él te dijo; pruébalo y verás que no es tan así; verás que puedes ser realmente como Dios, sabiendo el bien y el mal; no necesitas más de él”.

El hombre desobedeció y esta propuesta, repito, de desobediencia, causó su muerte espiritual y al final, de todo el género humano. Sí, como lo dijo Satanás, sus ojos fueron abiertos. Pero advierto, sólo para analizar lo terrenal, mediante la observancia de la vida, sus ilusiones, sus leyes físicas, químicas, biológicas, y todo fenómeno inherente a su limitado entorno. Bajo la percepción finita de sus sentidos materiales y su torpe razonamiento manipulado por Satanás y su destructiva visión.

Murió para el hombre toda capacidad de discernimiento del bien y del mal, respecto a los verdaderos valores espirituales que, al ser producto de Dios su esencia y de la verdad absoluta, trascienden a la eternidad. Porque en su naturaleza él es infinito y eterno. Y en su plan original, él también pretende que nosotros seamos partícipes de su misma naturaleza para heredar también, por la obediencia a la verdad manifiesta por Jesucristo, los beneficios de una nueva vida plena y eterna con él (léase Génesis 3:4-8).

Sin embargo, el ver, oír, poner atención y obedecer, son dones que provienen de lo alto, como una dote divina. No dado a todos los hombres, sino a aquellos que conforme a sus propósitos nos ha ubicado, no por méritos humanos ni por obras, dentro de ese maravilloso plan de salvación y eternidad. Entendiendo que el «hombre natural» en su búsqueda de Dios, se encontrará sólo con una religión vacía, llena de falsas promesas basadas en las ideas de otros hombres simples. Y engañando a sus seguidores causan fracaso y perdición fatal para las almas.

Leamos: “…el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros” (1 S. 15:22). “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces…” (Stg. 1:16). “…el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1. Co. 2:14). “…porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Fil. 2:13).

Hay una excelente actitud en todos aquellos escogidos de Dios, vertidas en la palabra desde el inicio de esta generación. Y es el caso de Abel, que pudo tener una visión tan precisa al agradar a Dios con la mejor ofrenda. Abraham, que no titubeó en salir de Ur de los caldeos, para seguir instrucciones de un Dios que apenas conocía. También Noé, que recibe una instrucción acerca de hacer un arca, llevando a feliz término un proyecto más que imposible. Samuel, que siendo un niño y estando dormido, es capaz de oír la voz de Dios y de inmediato se pone a las órdenes y Dios le respaldó.

Y así, tanto en el Antiguo y Nuevo Testamento, vemos hombres y mujeres que no necesitaron mayor razonamiento ni explicación. Creyeron con el alma a su Señor y se entregaron voluntariamente. Amado lector y hermano en Cristo, termino con un pensamiento de David, quien ante la necesidad y diligencia de entender a Dios y buscar su voluntad para vida eterna, expresa: “Una vez habló Dios; Dos veces he oído esto: Que de Dios es el poder, Y tuya, oh Señor, es la misericordia…” (Sal. 62:11-12).

Para un llamado o un hijo de Dios, una sola vez que él hable es suficiente para que a mí me parezca que lo sigue repitiendo, pues él es soberano. Y si algo hemos de alcanzar, es únicamente por su bondad y misericordia. Estemos atentos a su palabra, para que en esa obediencia natural, por el nuevo nacimiento, heredemos sus promesas en amor: “Porque por gracia sois salvos (…) por medio de la fe (…) no por obras…” (Ef. 2:8-9).

Dios aún sigue hablando y la puerta sigue abierta para aquellos que son capaces no sólo de oír, sino de actuar en base a su voluntad, guardando en esperanza las promesas de eternidad. Así sea. Amén y Amén.