“Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto” (Jn. 15:1-2). Este muy conocido pasaje del evangelio, nos muestra una hermosa metáfora (una comparación entre algo espiritual o abstracto con algo concreto, para darle mayor facilidad de comprensión y profundidad).
Como principio de interpretación debemos comprender que hay tres elementos básicos que se manifiestan: Cristo Jesús es la vid (planta de uva); Dios, el Padre, es el labrador (el dueño); y los creyentes son los pámpanos (las ramas). Es una figura que el Señor Jesús enseñó. Dando a entender la conexión que debe existir entre estos tres elementos figurativos. Es de suma importancia comprenderlos y entenderlos.
- Dice el Señor Jesús: “Yo soy la vid verdadera”. Él es la única fuente de vida y de sustento para el que cree en él. No es Israel. No es la organización en donde se congregue el creyente. No es el pastor o líder que tengan. Cristo es la única fuente de poder y de sustento.
El Señor Jesús afirmó que: “…Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra” (Mt. 28:18). “Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré” (Jn. 14:13-14). Es por esto que en esta parábola Jesús dice algo lógico, pero poco comprendido: “Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en mí (la planta que es la vid), así tampoco vosotros, si no permanecéis en mi” (Jn. 15:4).
¿Quieres llevar frutos en tu vida cristiana? ¿Quieres tener poder sobre el pecado que te persigue? ¿Quieres permanecer fiel hasta el final de la carrera? Pues mi querido hermano, es simple, no te separes de Cristo Jesús. Tu fracaso o tu victoria espiritual depende de esta posición tan simple. ¿Has visto alguna vez una rama separada de su planta, que tenga vida y lleve fruto? Es sencillamente imposible: “…el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer” (V. 5).
- Dice el Señor Jesús: “Mi Padre es el labrador”. Dios Padre es el dueño de la vid. Por lo tanto, tiene el derecho de cuidar de la vid, es suya. La revisa, chequea su condición, su productividad, su prosperidad, la abona cuando es necesario, la poda cuando las circunstancias lo ameritan. En fin, él está al cuidado de ella. ¿Qué nos enseña esto? Para que llevemos más frutos, Dios nos limpia y nos poda para que llevemos abundancia de frutos.
Dios derrama sobre nosotros el poder de su Santo Espíritu, para obtener esa sabia espiritual bendita que nos guía y dirige en nuestro diario vivir. Produciendo los frutos espirituales que nos identifican como verdaderos hijos de Dios. Por otro lado, nos envía pruebas y permite las tentaciones del enemigo, para fortalecer nuestra condición espiritual. Dice el Señor Jesús: “En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos” (V. 8).
No basta con haber aceptado a Cristo como tu Salvador. No basta con pertenecer a una organización evangélica. No basta con tener privilegios que muchas veces sólo elevan el ego personal. No basta con ser el hijo de algún líder espiritual como subdiácono, diácono, o pastor. Es necesario que tengas un compromiso personal con Cristo. Dios está buscando frutos y frutos en abundancia.
¿Quieres glorificar a Dios el Padre, como Jesucristo lo hizo? ¿Quieres ser amado por Dios el Padre y ser bendecido por él? ¿Quieres tener tu gozo cumplido en este precioso camino de la salvación? Entonces, mi amado hermano, produce frutos, muchos frutos. Y de esta manera demostrarás que Dios está contigo y tú en él.
- El peligro de no llevar fruto: “Todo pámpano (rama) que en mí no lleva fruto, lo quitará”. Esta advertencia del Señor Jesús, debe generar en cada creyente una profunda preocupación, leamos: “El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden” (V. 6).Dios el Padre, el dueño de la vid verdadera, tiene la potestad de cortar o quitar toda rama que no lleve los frutos que él espera.
El precio que él (Dios el Padre) pagó para adquirir el derecho de administrar esa vid, fue altísimo. Entregó a la muerte a su amado Hijo Jesús, más las inversiones posteriores, como derramar su misma presencia mediante la unción del Espíritu Santo, abonar con bendiciones, milagros, y prodigios su evangelio original. No fue cualquier cosa, leamos: “¿Qué más se podía hacer a mi viña, que yo no haya hecho en ella? ¿Cómo, esperando yo que diese uvas, ha dado uvas silvestres?” (Is. 5:4).
Esa expresión: “¿Qué más puedo hacer por mi viña?”, refleja cierta frustración de Dios, por los frutos contradictorios que los israelitas manifestaron ante él. Dos mil ochocientos años después, vuelve a tener vigencia esta pregunta. Sólo que, en el contexto de la iglesia de Cristo. ¿Qué más puede hacer Dios por nosotros? Ya lo hizo todo. Pero no todo está perdido. Existe un remanente fiel, que son pámpanos que están llevando frutos, quizás no en gran abundancia, pero están llevando.
Te pregunto a ti hermano: ¿Estás dando frutos? ¿Qué más puede hacer Dios por ti, que no haya hecho? Vamos hermano, esfuérzate y aprovecha la oportunidad. Dios te llama, no te alejes. Que Dios te bendiga. Amén.