Unidos hagamos la voluntad de Dios

23 julio, 2016

““Unidos hagamos la voluntad de Dios”
Estando en el tiempo del fin la maldad se acrecienta. Las congregaciones “cristianas” aumentan como la ciencia, en consecuencia la fe que agrada a Dios y vence al mundo se va escaseando y el amor se enfría. Es tiempo de reflexionar sobre el espíritu que se mueve en el mundo, en la congregación y en el hogar. ¿Estamos librando la batalla de la fe, viviendo y muriendo como Cristo? Si vivimos la palabra que escuchamos, nada ni nadie nos separará del amor de Cristo. Hay grupos “cristianos” donde se llaman hermanos sin conocerse y menos ayudarse. Si lo que se predica se vive, la iglesia se edifica y la congregación (aunque hay engaño en el mundo) crece, porque no somos nosotros, es Dios con nosotros. De donde nuestra conducta o testimonio será luz en las tinieblas. Porque aunque sean dos o tres, somos el cuerpo donde Cristo es la cabeza que nos mueve a amar, sirviendo a los que están en el mundo extraviados, buscando la verdad que da paz, libertad y esperanza de la vida eterna. Imitemos al que dejó su gloria para venir con amor a su pueblo que se extravió -incluyendo a los gentiles-, para nacer de nuevo y servir a los perdidos y afligidos en este mundo que engaña y se destruye.
Gracias Señor por acudir a nuestro ruego estando en el mundo extraviados, afligidos, sin Dios, sin fe ni esperanza, pero oímos y creímos al que dice: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor” (Lc.4:18-19).
Esta obra de Dios, Satanás la desvía con el mundo y sus glorias vanas, ofreciendo los deseos de la carne y los ojos, pero como iglesia sabemos que el mundo pasa y sus deseos, pero los que hacemos la voluntad de Dios permanecemos para siempre. Pablo a la iglesia verdadera dice: “…con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz….” (Ef.4:2-3). Jesucristo dice: “…aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas…” (Mt.11:29). Cristo en su amor al mundo, unió a su pueblo y a los gentiles, y dice: “…vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo, (…) y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo (iglesia), matando en ella las enemistades” (Ef.2:13 y 16). La unidad se da con fe y el conocimiento del hijo de Dios. Para esto tenemos la palabra, que al obedecerla se vive y se escudriña cada día. En consecuencia, si en nuestras asambleas hay “…celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad; porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica. Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa. (Stg.3:14-16). El Señor dice: Seguid la paz con todos, sin la cual nadie verá al Señor. También nos dice: “Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn.17:20-21).
Gracias Señor por tu palabra que alumbra y sustenta, para llevar al mundo que está bajo el maligno, la verdad que da libertad y nos mueve a la unidad. Gracias por la unidad de Israel y con nosotros los gentiles.
Nunca olvidemos que como cuerpo, tenemos por cabeza a Cristo y por ello hemos de llevar las buenas nuevas de salvación a los perdidos. Y como Cristo nos amó, amémonos y soportémonos, para vivir con Espíritu la palabra. Salgamos del campamento para mostrar el amor de Dios y el amor al prójimo que serán por gracia, herederos de Dios y coherederos de Cristo, si padecemos como él padeció.
Señor gracias por Jesucristo tu hijo, quien nos enseñó a amar y servir, muriendo y ayudando a los necesitados de la palabra. Y el testimonio que se da si somos ungidos para cambiar al angustiado con el manto de alegría. Siendo árboles de justicia, plantío de Jehová, para gloria del Padre que nos llamó y nos cambió, dejando al mundo por su reino de paz y justicia. Amén.