“Ocupándonos por lo espiritual”
Estando en el mundo, sin conocer y entender la gracia y el amor de
Dios, le tememos a la pobreza, a las enfermedades y sobre todo a la
muerte. Mayormente a la pandemia, que ha sido la causa de la muerte de
miles de personas, de todos los estratos sociales. En nuestro territorio,
hemos visto la unión de empresarios y profesionales. El Estado declaró al
país bajo una calamidad nacional y la erogación de fondos para atender y
detener la epidemia, solicitando préstamos y habilitar de emergencia, cinco
hospitales que atenderán a personas contagiadas. También la aplicación del
toque de queda. No permitiendo el funcionamiento de los centros educativos
a todo nivel y quedando prohibidas las reuniones de iglesias.
Dios dice a su pueblo: “…En el mundo tendréis aflicción; pero
confiad, yo he vencido al mundo” (Jn. 16:33). David nos dice: “Aunque
ande en valle de sombra de muerte, No temeré mal alguno, porque tú
estarás conmigo; Tu vara y tu cayado me infundirán aliento” (Sal.
23:4). Y nos agrega: “Mira mi aflicción, y líbrame, Porque de tu ley no
me he olvidado” (Sal. 119:153). Dios nos enseña que el mundo no es el
medio para quedarnos: “Porque: Toda carne es como hierba, Y toda la
gloria del hombre como flor de la hierba. La hierba se seca, y la flor se
cae; Mas la palabra del Señor permanece para siempre…” (1 P. 1:24-
25).
Entiéndase, estamos en el mundo el tiempo que Dios nos permita,
para conocer y amar a Dios, siendo probada nuestra fe. Y seremos
trasladados después de la transformación o resurrección, según nuestra
obediencia a Dios, a cielos nuevos y tierra nueva, por eso Pablo dice:
“Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia” (Fil. 1:21). Sí,
por amor a Dios anunciamos el evangelio que nos lleva a morir al mundo. Y
predicamos el evangelio a los necesitados de conocer la verdad, que nos da
libertad de los deseos de la carne, de los ojos y de la vanagloria del mundo
que dejamos, para llegar como siervos del Señor a la vida eterna.
El mundo será destruido como lo experimentó Sodoma y Gomorra,
por la aberración sexual. Fenómeno carnal, mencionado por Pablo 58 años
después de Cristo, dando a conocer las aberraciones de lesbianismo y
homosexualismo: “Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron
como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus
razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser
sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible
en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de
cuadrúpedos y reptiles. Por lo cual también Dios los entregó a la
inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que
deshonraron entre sí sus propios cuerpos, ya que cambiaron la verdad
de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes
que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén. Por esto Dios
los entregó a pasiones vergonzosas (lesbianismo y homosexualismo)…”
(Ro. 1:21-26).
Lo anterior confirma la preocupación y el encargo de Pablo a Timoteo:
“…guarda lo que se te ha encomendado, evitando las profanas pláticas
sobre cosas vanas, y los argumentos de la falsamente llamada ciencia,
la cual profesando algunos, se desviaron de la fe…” (1 Ti. 6:20-21). Y
por haberse multiplicado la maldad, el amor se enfriará. Condición que nos
mueve a velar y orar para no caer en tentación. Y entregarnos más al
evangelio que da paz y seguridad, en la crisis que está viviendo el mundo.
Para aceptar la muerte, tan temida, la palabra dice: “…si el grano de
trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva
mucho fruto. El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida
en este mundo, para vida eterna la guardará. Si alguno me sirve,
sígame; y donde yo estuviere, allí también estará mi servidor. Si
alguno me sirviere, mi Padre le honrará” (Jn. 12:24-26). Esta negación,
es para llevar la cruz cada día, muriendo al mundo y naciendo de nuevo en
las cosas de Dios. Dejando los afanes. Buscando el reino de Dios y su
justicia.
Dios nos dice en su palabra, que la iglesia busca la comunión con
Dios y con los de la familia de la fe, para edificarnos y mantener la
renovación del entendimiento. Compartiendo la buena voluntad de Dios,
agradable y perfecta. Gozándonos en la esperanza de terminar nuestra
carrera y recibir la corona de justicia. Soportando las tribulaciones. No
dejando de orar por la familia de la fe. Presentando nuestro cuerpo en
sacrificio vivo, santo y agradable al Señor.
Recibimos la palabra con gozo, sin los afanes que teníamos. Evitando
el engaño de las riquezas que ahogan la palabra. Fructificando y
glorificando a nuestro Señor. Sabiendo que somos siervos de Dios y libres
del engañador que mata y destruye, si estamos en su Hijo Jesucristo, quien
nos da la vida eterna. Esto se logra, escudriñando las Escrituras que nos
ayudan a conocer y entender su palabra mediante su Espíritu, el cual el
mundo no lo ve ni le conoce. Pero los que hemos nacido de nuevo, le
conocemos porque mora en nosotros como el Consolador. De manera que
en esa unidad espiritual, amemos a Dios y a nuestro prójimo.
Lo que está pasando, será para crecer en la fe que le agrada a Dios y
vence al mundo. Sabiendo que la aflicción, Dios la permite para no olvidar
que estamos de paso. Luchemos por esa bendita presencia del Espíritu
Santo en nuestra vida, pues sin Dios nada podemos hacer. Leamos: “El
que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se
secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden. Si permanecéis
en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que
queréis, y os será hecho” (Jn. 15:6-7). Señor, que la experiencia que
enfrentamos sirva para buscarte, amarte y servirte. Amén.