Estamos en las postrimerías de los tiempos, en donde el materialismo progresa estrepitosamente al ritmo de “una vida moderna, contra el tiempo”. En donde quedan muy atrás, muchos valores y principios fundamentales definidos, tales como leyes, aun las de sobrevivencia. En este concepto, lo importante es sentirme bien, placentero, satisfecho físicamente, para lo cual el mundo se ha especializado en todos y para todas las estructuras y estratos sociales diversos. Este concepto de lo desechable es así: lo uso y lo tiro; me gusta, pero ya no me gusta. Me caso y luego, lo dejé de amar, alguien más vendrá; lo importante es mi felicidad.

Todo este principio sin fundamento firme, en una superficialidad de vida, da como resultado seres sin sentimientos reales, manejados únicamente por instintos animales y pasiones incontrolables. Y que al final, no saben ni qué quieren ni a dónde van. Y en esta vorágine de confusión, los tentáculos de esta tendencia han alcanzado aun los valores espirituales y eternos, ministrados por las mismas iglesias modernas profesantes. ¡El mundo y sus pasiones están dentro de la iglesia misma!

Pensemos entonces, en la iglesia actual como en aquella “mujer apasionada”, la cual se siente bella, sensual, erótica y sin remordimientos. Y eso «sólo por el hecho de ser mujer». Es atrevida y confrontativa, sin temor ni respeto, exige un lugar importante. Vive bajo sus propios criterios y caprichos, no bajo las expectativas de otros. Es arrogante, obsesiva y absoluta. Se maneja dentro de un amor loco, lleno de torrenciales emocionales que repentinamente son frustrados ante cualquier eventualidad o pequeño menosprecio.

El apasionamiento es de muy corta duración, porque únicamente está sustentado en la vanidad de la mente. Lo más cruel de esta característica es que ante la contrariedad de sentimientos, aquel ser surge con bajas pasiones, como la ansiedad, el odio, la envidia, el miedo, la ira, la frustración, etc. Pobre mujer, digo: “iglesia apasionada”. Lamentable, pero proféticamente bien definida en las Escrituras, leamos: “Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad;…” (Ap. 3:17).

Aquí nos habla la profecía de una iglesia demasiado soberbia, con una tibieza que no puede reconocer en su embriaguez, de cosas y obras que ella misma se atribuye. Ella se siente apasionadamente bien, pero Dios nos ve en lo más íntimo, aun en la intención de nuestro corazón, por lo cual, él advierte por el amor de la verdad para salvación, que lo que esta iglesia cree es absolutamente falso y pasionario, leamos: “Hay camino que al hombre le parece derecho; Pero su fin es camino de muerte” (Pr. 14:12).

En esa misericordia concreta y absoluta, declara el Señor: “…y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo” (Ap. 3:17). Qué misericordia ante la semejante estupidez humana, inducida por el mismo Satanás. Sin embargo, dice el Señor en la Escritura: “…Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Jn. 8:31-32).

Así, la misericordia no se queda allí. Ya que en su bondad, expone la fórmula perfecta para salir del error y para provocar un genuino arrepentimiento, leamos: “Por tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas. Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete” (Ap. 3:18-19).

Estamos viviendo precisamente esta dispensación, en la gracia, de las oportunidades. Pero tenemos un grave problema y es que cada día la fe falta. Ya casi no hay. Y sin ese elemento fundamental no se puede concebir una iglesia con cruz, asistida personalmente por Cristo, en donde él es la cabeza. Las pruebas no son aceptadas, menos el castigo; se niega aun el infierno. Las vestiduras blancas de santidad son menospreciadas y el colirio no se logra identificar. Sin embargo, Dios es fiel y humildemente toca al corazón de la iglesia y del individuo, esperando una reconsideración para una restauración en amor.

Amado hermano, ante tan evidente error en que vivimos, en una tibieza y negligencia espiritual, es fácil decir: ¡Qué mal están las iglesias de la religión, qué barbaridad, qué tiempos! Pero recordemos que la iglesia de Jesucristo no somos sólo nosotros como “Avivando la Fe”, para ser jueces. La verdadera iglesia del Señor es un ente espiritual que no tiene una sede en templos ni organizaciones eclesiásticas. Y podría ser que muchos de nosotros, aún con la cobertura institucional nuestra, permanezcan dentro de la necedad de Laodicea.

Pongamos mucha atención, porque Satanás se presenta como ángel de luz y sus pretensiones son engañar aun a los escogidos, los cuales dentro de su ingenuidad, estén tal vez adentro del templo, pero fuera del cuerpo espiritual de Cristo.

Consideremos nuestras obras en base al régimen divino y establezcamos dentro de nuestro corazón, por obra del Espíritu Santo, una nueva legislación, para ser aceptos delante de aquel que juzgará al mundo entero de acuerdo a su justicia. Que Dios nos conceda el poder ser adoradores en espíritu y en verdad. Así sea. Dios les bendiga. Amén y Amén.