Leamos: “… ¿También vosotros estáis así sin entendimiento? ¿No entendéis que todo lo de fuera que entra en el hombre, no le puede contaminar, porque no entra en su corazón, sino en el vientre, y sale a la letrina? Esto decía, haciendo limpios todos los alimentos. Pero decía, que lo que del hombre sale, eso contamina al hombre” (Mr. 7:18-20).
Esta afirmación la hizo el Señor Jesús, después que los fariseos y los escribas le cuestionaron, preguntando por qué sus discípulos comían sin lavarse las manos, conforme a las tradiciones de los ancianos. Que, por cierto, dicho sea de paso, habían dogmatizado en aquella época más de seiscientos mandamientos, no escritos en la palabra de Dios. Estos mandamientos regían la vida social, religiosa y política de Israel. Y lo triste del caso es que los israelitas obedecían y les daban más valor a estos mandamientos de hombres, que a la palabra de Dios.
Por eso nuestro Señor Jesús les dijo: “…Bien invalidáis el mandamiento de Dios para guardar vuestra tradición” (V. 9). Pero volviendo al punto, no estamos en contra de la higiene y la limpieza que debemos tener en cuanto a lo que comemos o ingerimos. Es importante, definitivamente. Pero el enfoque del Señor Jesús es eminentemente espiritual. Los fariseos y escribas le daban más importancia a la higiene de manos, que limpiaba cualquier inmundicia material, que a la limpieza de lo que contamina el alma o el corazón del hombre.
Ellos se mostraban al pueblo como personajes muy espirituales, temerosos, fieles, limpios, aseados, sabios, obedientes, etc. Pero internamente eran todo lo contrario. Vestían hermosos atuendos, vestidos pulcros y adornados, pero su corazón estaba lleno de podredumbre. Por eso Jesús les llamó: “sepulcros blanqueados”. Leamos: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia” (Mt. 23:27).
Es más, Cristo les llamó fuente de contaminación. El corazón de ellos estaba lleno de hipocresía e iniquidad. Por eso Cristo Jesús les advirtió a sus discípulos que se guardaran de la levadura de ellos, que consistía en sus enseñanzas corruptas y actitudes hipócritas. Y es que debemos de ser muy entendidos, así como el Señor se los dijo a sus discípulos. ¿De dónde proviene la corrupción de los hombres? Tú me dirás: del pecado; y es correcto. Pero: ¿cómo entra el pecado al corazón del hombre? Mediante lo que oímos y lo que vemos.
Estamos viviendo la época más grande de la expansión y saturación de la comunicación entre los hombres que habitan la tierra. Ya no sólo es oído sino también visto. Los dispositivos móviles, junto a todas las plataformas de comunicación y redes sociales que existen, han facilitado de una manera casi mágica, la comunicación entre los hombres. Con la consecuente tragedia espiritual y moral de toda la humanidad.
Los niños están siendo manipulados por imágenes que impactan su subconsciente. De tal forma que se vuelven verdaderos zombis, manipulados por las imágenes que ven; infectando sus inocentes cerebros de toda clase de maldad. Formando a una temprana edad, futuros delincuentes, drogadictos, asesinos, hijos rebeldes y contumaces, irreverentes y ateos, etc. Los jóvenes son estimulados prematuramente a la codicia sexual, encendiéndose en pasiones que no pueden controlar. Y destruyen el futuro de inocentes niños que nacen no siendo deseados y terminan siendo padres antes que maduren.
Los hogares son destruidos por la sutileza de las palabras que, astutamente seducen los oídos de los simples y son arrastrados a trampas diabólicas. Leamos: “Lo rindió con la suavidad de sus muchas palabras, Le obligó con la zalamería de sus labios. Al punto se marchó tras ella (o él), Como el buey al degolladero, Y como el necio a las prisiones para ser castigado; Como el ave que se apresura a la red, Y no sabe que es contra su vida, Hasta que la saeta traspasa su corazón (…) Camino al Seol es su casa, Que conduce a las cámaras de la muerte” (Pr. 7:21-23 y 27).
Mi amado lector, ten cuidado, pues lo que oyes puede ser el inicio de tu fin. Recuerda que la palabra de Dios dice: “Ellos nunca hablan con sinceridad; ¡están corrompidos por dentro! Sepulcro abierto es su garganta; ¡su lengua es mentirosa! ¡Castígalos, Dios mío! ¡Haz que fracasen sus intrigas! Recházalos por sus muchos pecados, porque se han rebelado contra ti” (Sal. 5:9-10 DHH).
A esto se refería el Señor Jesús a sus discípulos, cuando les dice: “De la grosura del corazón habla la boca”. Y de allí, vienen todos los males que afectan. 1): La naturaleza humana (dentro del corazón del hombre). 2): En la mente humana (los pensamientos). Y 3): En las acciones humanas (los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez).
Sé sabio y apártate de toda conversación que no te traiga edificación. Satanás no descansa y te enviará mensajeros y mensajes para atrapar tu preciada alma. Mejor busca la presencia de Dios, pues en ella estarás seguro y serás librado del lazo del cazador.
No te detengas a oír lo que no te conviene. Porque lo que no edifica, corrompe las buenas costumbres. Ama la sabiduría que viene de lo alto, pues ella te hará salvo. Que Dios nos libre del cazador de almas. Que Dios les bendiga. Amén.