La iglesia tuvo su origen, en esa labor de búsqueda y llamamiento que el Señor Jesucristo vino a realizar a la tierra, hace más de dos mil años. Y trasladó esa comisión a sus discípulos, para que permanezcamos como una familia espiritual, sostenida por la palabra y el Espíritu Santo de Dios; y seamos edificados sobre el fundamento de la doctrina de Jesús y los apóstoles. Leamos: “Andando Jesús junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano, que echaban la red en el mar; porque eran pescadores. Y les dijo: Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres” (Mt. 4:18-19).
El Señor nos ha permitido como organización, durante cuarenta y tres años, buscar la extensión del reino de los cielos, a través de la necesidad de vivir el verdadero evangelio. Teniendo conciencia de la responsabilidad de compartir la palabra por las calles, por las casas, por los hospitales, en los parques, a través de la radio, los periódicos, y actualmente por las diferentes plataformas de las redes sociales. Permitiendo todo esto, alcanzar a lugares y países cercanos como El Salvador, Honduras, México y Estados Unidos.
Y en estos últimos tiempos, el Señor ha movido a su iglesia para alcanzar a la juventud, por medio de retiros juveniles. En donde se ha visto el deseo de la juventud de entender y vivir la palabra de Dios. Rogamos a Dios, que los adolescentes que oyen el mensaje, sean confirmados en casa por los padres, y con la ayuda de los hermanos que estén sirviendo como diáconos o pastores en las diferentes congregaciones.
El Señor nos dice: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí…” (Jn. 5.39). El beneficio será primeramente para nosotros, al recordar los mandamientos y la voluntad de Dios, tal como Moisés aconsejaba al pueblo de Israel, para aplicar estas enseñanzas en nuestro diario vivir. Dios llama a su iglesia para servir y predicar, iniciando en nuestro núcleo familiar. Mostrando con nuestro ejemplo, una vida de negación al mundo, a sus deseos y a las pasiones de la carne, para nacer de nuevo y buscar la llenura del Espíritu Santo.
Es conveniente evaluar cómo está la iglesia en el trabajo de predicar el evangelio. En este país, las estadísticas resaltan que un 50% de las personas son cristianas. En un análisis superficial, se cree que la mitad de nuestra población asiste a congregarse los domingos a un servicio, donde se canta y se predica el evangelio. Pero la palabra dice: “Porque muchos son llamados, y pocos escogidos” (Mt. 22:14). Y también dice: “Así que, por sus frutos los conoceréis” (Mt. 7:20).
Además: “Cuando alguno oye la palabra del reino y no la entiende, viene el malo, y arrebata lo que fue sembrado en su corazón. Este es el que fue sembrado junto al camino. Y el que fue sembrado en pedregales, este es el que oye la palabra, y al momento la recibe con gozo; pero no tiene raíz en sí, sino que es de corta duración, pues al venir la aflicción o la persecución por causa de la palabra, luego tropieza. El que fue sembrado entre espinos, este es el que oye la palabra, pero el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se hace infructuosa. Mas el que fue sembrado en buena tierra, este es el que oye y entiende la palabra, y da fruto; y produce a ciento, a sesenta, y a treinta por uno” (Mt. 13:19-23).
Es importante, no sólo predicar sino vivir el evangelio, pues esto habla de ser testigos del poder de Dios sobre la vida del ser humano. Los frutos serán la evidencia de lo que gobierna mi vida y mi corazón. Y de allí, la necesidad de recibir con mansedumbre la palabra, para que alumbremos con la luz del Señor hacia todo el mundo. Por eso, Salomón dice: “El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre. Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala” (Ec. 12:13-14).
El tiempo final se acerca y también la venida del Señor, leamos: “Pero del día y la hora nadie sabe, ni aun los ángeles de los cielos, sino solo mi Padre. Mas como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre” (Mt. 24:36-37). Y en los días de Noé: “…la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal” (Gn. 6:5).
Gracias a Dios por el trabajo que el Señor permite realizar en medio de su obra. Y esperamos que todos, especialmente los adolescentes y jóvenes, entreguen su vida al servicio de la obra y la comisión de llevar el evangelio a todo lugar y a toda criatura. Pablo nos dice: “Esto manda y enseña. Ninguno tenga en poco tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza” (1 Ti. 4:11-12).
Esta fue la oración de Jesús: “Mas no ruego solamente por estos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sea uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn. 17:20-21).
Hermanos, nuestro deseo y nuestra necesidad debe ser anunciar el evangelio. Compartamos a tiempo y fuera de tiempo, pues el Señor desea que todos procedan al arrepentimiento. Vayamos y seamos pescadores de hombres. Y si Dios está en nosotros, quién contra nosotros. Que Dios les bendiga. Amén.