Amado lector y hermano en Cristo, hay muchos pasajes bíblicos que nos ubican a los salvos, como los que ya nacimos de parte de Dios, con un “sello de salvos”. Y que, basados en un principio de predestinación, fuimos engendrados en un exclusivismo que descarta a todos los demás seres de la faz de la tierra. Sin embargo, este principio ha de interpretarse de una manera más amplia, en misericordia y amor a todas las almas; ya que esa interpretación cerrada nos hace excluyentes, en una actitud egoísta y esto no es el pensamiento de Dios. Las Escrituras dicen: “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 P. 3:9).
Inicialmente, luego que todos los hombres pervirtieran el camino perfecto que Dios había trazado para su criatura, todos los hombres encontraron la muerte como consecuencia. Y después de algún tiempo, luego de un «diluvio universal», Dios encuentra a un hombre llamado Abraham, al cual le llama amigo. ¿Y por qué amigo? Porque le creyó incondicionalmente a Dios. Y ese pensamiento espontáneo y en libertad, le fue suficiente para ser bendecido; entregándole todo un paquete de promesas eternas, que temporalmente serían para Israel. Y a su tiempo, mediante Jesucristo, los hijos de Abraham por la fe las alcanzaríamos. Todos aquellos que seguimos y dependemos de las promesas, siguiendo las leyes de Dios naturalmente y sin argumentos, inteligencia o razonamiento humano.
Cómo, entonces, podemos interpretar aquel pasaje bíblico que dice: “…según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad…” (Ef. 1:4-6). Aquí, hablemos que Dios escogería, dentro de todos los hombres, a aquellos que fueran capaces en su libre albedrío, sin influencia externa, de creer en él y creerle a él en la dimensión de aquel hombre Abraham. Ya que él demostró, no sólo con palabras sino con hechos, su credibilidad ante un proyecto divino, el cual no se evidenció materialmente.
Por supuesto, Dios en su omnipresencia, omnipotencia, omnisciencia y eternidad, sabe de antemano quiénes habrán de decidir, siempre en libertad, qué camino habrán de tomar. Sin embargo, la oportunidad de la salvación vendrá mediante la ayuda y el sello del Espíritu Santo, el cual hasta ese momento confirmará, aun dentro de nuestra mente y conciencia, que somos hijos de Dios, mediante la fe en el sacrificio de Jesucristo en la cruz y mediante el reconocimiento de mi pecado y la incapacidad de escapar por mí mismo.
Veamos ahora, que Dios conoce lo más íntimo de nuestro ser y aun antes que emitamos palabras, él las conoce. Entonces, el don del Espíritu Santo vendrá a cada uno, directamente, de acuerdo al discernimiento divino, mediante un nuevo engendramiento y un nuevo nacimiento, leamos: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Jn. 1:12-13).
También dice: “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación. Él, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas” (Stg. 1:17-18).
Entonces: ¿Por qué nacimos para vencer? Porque en esta vida todos los hombres tendrán sus guerras y sus luchas, tanto humanas como espirituales. Y en el camino secular hay hombres que logran algún éxito material mediante el dinero, la fama, el poder, la ciencia y pareciera que les va demasiado bien. Nosotros, voluntariamente, en libertad plena, hemos atendido a un llamado divino que todos los hombres reciben, pero no todos procesan esta forma de vida y de esperanza. Esto es: el camino de «la negación y la cruz», lo cual parece locura al mundo, pero por la fe, los escogidos sabemos que es la mejor y única alternativa de eternidad con el mismo Dios.
Creemos en las promesas a Abraham como nuestras. Leamos: “Hay camino que al hombre le parece derecho; Pero su fin es camino de muerte. Aun en la risa tendrá dolor el corazón; Y el término de la alegría es congoja. De sus caminos será hastiado el necio de corazón; Pero el hombre de bien estará contento del suyo” (Pr. 14:12-14).
¡Nacimos para vencer! Porque hemos creído al proyecto divino y no al proyecto humano, dictado mediante filosofías o pensamientos religiosos y mentirosos, los cuales mediante argumentos, ritos, prácticas y simples sacrificios humanos, pretenden llegar y cambiar lo que corresponde únicamente al Dios Eterno.
Amado hermano y creyente: es importante que, en esta línea doctrinal, podamos entender que aún hay muchos seres humanos y almas que necesitan oír esta palabra de parte nuestra. Seamos incluyentes y leamos: “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios. Pero digo: ¿No han oído? …” (Ro. 10:17-18). Además, hay una comisión encomendada directamente por el mismo Señor Jesucristo, leamos: “Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado” (Mr. 16:15-16).
Por hoy seamos felices y también misericordiosos con todos. Porque el Dios del universo nos eligió y aunque no entendamos muchas cosas, él las reveló a los niños para avergonzar a los libre pensadores y amadores de sí mismos. ¡Bendito y alabado sea tu santo nombre Señor! ¡Aleluya, Aleluya! Amén y Amén.
