Las recompensas se merecen, no se exigen

16 enero, 2016

“Las recompensas se merecen, no se exigen”

 

Dice en el libro de Apocalipsis: “He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra” (Ap.22:12). Se entiende como recompensa: “el premio merecido por un beneficio, favor, virtud o mérito”.

Existe un mal concepto de la misericordia de Dios y de la provisión de la salvación, de parte de Dios, para el hombre.  Ciertamente la salvación no es, ni se alcanza por méritos humanos, porque, como lo diría el apóstol Pablo: “…no por obras, para que nadie se gloríe” (Ef.2:9). Pues la salvación es por gracia por medio de la fe, y que conste que aún esto, la fe, es un don de Dios no una cualidad ni virtud humana.

Quiere decir entonces, que Dios en su infinita misericordia y presciencia se derrama sobre cualquier mortal, a quien él ha elegido para que sea su hijo, y lo dota de ciertas virtudes que lo harán -evidentemente- diferente a los demás hombres que lo rodean. Pero, entiéndase: Dios lo dota, no debe de entenderse que somos una especie de marionetas sin voluntad ni iniciativa, y que los hilos de nuestra vida son manejados antojadizamente y arbitrariamente por Dios, ¡NO!  Mi querido hermano y amigo, Dios da al necesitado y menesteroso lo necesario para hacer la voluntad de nuestro creador, todos tenemos las mismas oportunidades de elegir el bien o el mal. El hacer el bien, siempre será mucho más difícil, y en esa ansiedad de querer dejar de hacer el mal, porque todos somos malos, el hombre clamará ardientemente el oportuno socorro, para ser librado de las cadenas del mal.  La palabra del Señor dice lo siguiente, respecto a estas virtudes poderosas de Dios, las cuales necesitamos todos aquellos que somos conscientes de estar librando una batalla espiritual y material contra el mal.  Por ejemplo: La Sabiduría, leamos: “Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche,  y le será dada.  Pero pida con fe…” (Stg.1:5-6). ¿Quién no quisiera tener la capacidad de actuar prudentemente en todos los actos de su vida? Para no cometer errores que posteriormente lamentará.  La palabra del Señor habla que uno de los siete espíritus de Dios, es el “espíritu de sabiduría” (Is.11:2), y lo confirma en el libro de Apocalipsis cuando dice: “Escribe al ángel de la iglesia en Sardis: El que tiene los siete espíritus de Dios… dice esto: Yo conozco tus obras, que tienes nombre de que vives, y estás muerto” (Ap.3:1).

La palabra “Sardis” significa: “un residuo o remanente”. El mensaje a esta iglesia, es que sea sabia para no perder lo que le queda, que por cierto están por morir; y le dice: no he hallado tus obras perfectas delante de Dios. Jesucristo le reclama a esta iglesia su mediocridad, pues a pesar de tener a su alcance los siete espíritus de Dios, por su  negligencia y descuido no ha echado mano de ellos para presentarse delante de Dios -al final de su carrera- con vestiduras blancas, sino que tiene sus vestidos manchados. Le exhorta a que pelee para vencer y de esta manera ser vestida de vestiduras blancas y así no borrará su nombre del libro de la vida.

Esta última afirmación es impresionante y además hay que tenerle muchísimo respeto. Dice el Señor Jesucristo: “No borraré su nombre del libro de la vida”. Esto da por sentado que Dios tiene una nómina de los que han de ser salvos conforme a un macro-plan de salvación, elaborado: “…antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él…” (Ef.1:4). Vea qué tremendo, aun los que ya están en la nómina de salvos pueden perder semejante privilegio si no conservan su dignidad.  Ahora entendamos el consejo del apóstol Pablo cuando dice: “Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Fil.3:13-14).  Sí, mi amado hermano y amigo, las recompensas o premios en Cristo Jesús, se merecen, no se exigen ni se demandan.  El Señor Jesús a lo largo de su vida ministerial, advirtió a los hombres de muchas maneras, exhortándoles a que fueran “siervos diligentes y temerosos”, para que cuando su Señor venga, como ladrón de noche, los halle haciendo su voluntad, pues de lo contrario, habrá lloro y crujir de dientes, lamentos y frustración, y grande será la pérdida y ruina. Definitivamente que, antes de la premiación o bendición, hay condiciones cumplidas conforme a la voluntad de Dios. ¡¡No desmayemos pues!! Abramos nuestros ojos espirituales y creamos con todo nuestro corazón lo que la palabra de Dios afirma: “La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma; el testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo (…) El precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos (…) el temor de Jehová es limpio, que permanece para siempre… Tu siervo es además amonestado con ellos; en guardarlos hay grande galardón” (Sal.19:7-11). Amén.