La Emoción Y La Pasión Quitan El Juicio

1 abril, 2025

El hombre, como ser creado integralmente, goza de muchas virtudes y dones. Tanto físicos, como aquellos subjetivos y sublimes, inherentes a su alma misma, que le dan ánimo para existir y ser feliz aun en las más crueles adversidades y circunstancias. Esto incluye, como estimulantes, todo elemento externo e interno que lo lleva al bienestar y realización del alma. Dios, todo lo hizo perfecto, de acuerdo a su sabiduría e inteligencia.

Además, recordemos que a Satanás le es más que imposible, el crear. Él sólo toma de lo creado por Dios y trabaja ardua y negativamente en la degradación, degeneración y desvirtualización de todos aquellos elementos, como lo son, entre otros: «las emociones y pasiones», las cuales, como un todo, son buenas y útiles en la idea y dimensión original del creador.

Si Dios hubiera sido para Adán «su emoción y su pasión», Adán hubiera sido el ser existente más feliz y bienaventurado. Hubiera sido eterno, perfecto, sabio, inteligente, etc. Y con los atributos de la imagen y semejanza del mismo Dios, así como originalmente fue diseñado. Aquello es inimaginable e inmensurable, porque aún en esto no somos capaces de entender o procesar en nuestro cerebro y razonamiento, mediante una concepción materialista, la dimensión de lo espiritual y perfecto.

Leamos: “Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles” (Ro. 1:21-23).

Hasta este momento de Dios, todo se avizora como algo hermoso. Pero ¿en qué momento el maligno tuerce estos principios, de la sana emoción y la pasión, para la destrucción del mismo hombre? He allí los misterios espirituales, los cuales son imperceptibles a la mente humana. El proceso entonces, inicia así: ante la propuesta satánica de que el hombre fuera como Dios, el amor propio y enfermizo tomó su ocasión, convirtiéndose en egolatría. Este se dedicó a la búsqueda paulatina del placer extremo, complaciendo sus más altos anhelos de autosatisfacción desmesurada.

Y en esa pasión maligna, aquella criatura, en manos perversas, en un mundo de profundas oscuridades del reino del mal, es llevado a la obsesión por el placer, a extremos incalculables. Entonces, aquellos valores que originalmente fueron creados para dedicarlos a la adoración y amor intenso a Dios, que era su creador, se convierten en «vanas emociones y bajas pasiones», encaminadas a la búsqueda de una felicidad física y temporal. Ofrecida falsamente, sin advertir consecuencias, lo cual incluye la obsesión y locura, en base a la aberrante concupiscencia.

Y asimismo en el poder, progresivamente, sacar más y más provecho al placer. Y esto incluye: la avaricia, la molicie, la degeneración sexual, la gloria, el poder, la fantasía, la fama, la vanidad y muchas cosas más, las cuales, siendo ignoradas y desestimadas por el mismo hombre, llegan a la embriaguez y «verdadera estupidez», con la consecuente pérdida del juicio. Y cayendo en un profundo estupor, por posesiones de demonios, como el citado caso históricamente del “gadareno”, en donde se pierde todo temor y respeto a los valores divinos, alejándose cada día más y más de Dios, en quien habita la vida misma.

Leamos: “Fornicación, vino y mosto quitan el juicio” (Os. 4:11). En este pasaje, Dios advierte que el desconocimiento y el menosprecio de sus leyes y principios, de parte de su pueblo, los llevó a graves consecuencias, al extremo de perder el sacerdocio. Y, además, a recibir grandes juicios, los cuales marcaron y definieron, de parte de Dios, quién de verdad tiene la única razón para una vida plena y eterna.

Dios en su grande amor y misericordia y ante la incapacidad del hombre de salir del espíritu de error, por posesiones demoniacas, decide un plan de rescate, el cual consistiría inicialmente en escogerse un pueblo: Israel, a quien por amor le mostraría su voluntad en muchas maneras. Y así, se revela a su siervo Abraham, mediante la promesa de reconciliación y perdón para toda la humanidad.

Así también avanza en la formación de un pueblo, el cual, luego de su crecimiento en número, en Egipto, es liberado por Moisés. Y aquí se marca el primer principio y mandamiento para eternidad, leamos: “Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento” (Mt. 22:37-38). Este pasaje es contundente en cuanto a la aplicación de: amar profundamente con todo a Dios.

Y esto va, aún más allá de las emociones y pasiones. Mejor diría: en amar a Dios, dejándolo todo, sin razonamientos, aunque con plena conciencia. Eso es con todo nuestro ser: espíritu, alma y cuerpo. Sin embargo, esto sólo se valorará en base al considerar que el grande y profundo amor de parte de él, a pesar de nuestra maldad y pecado, lo llevó a morir por mí y por ti en la cruz del calvario. Sin embargo, esto solamente es comprendido y sostenido mediante la revelación del Espíritu Santo con nosotros y en nosotros, ya que por la promesa, somos partícipes de su gloria.

Amados hermanos y lectores, que sea Dios mismo en su infinita misericordia y por su Espíritu, el que ponga en nosotros ese amor, que va más allá del razonamiento, «siendo que él mismo es el que en nosotros produce el querer como el hacer», para entregarnos a la piedad y a las buenas obras, en un ofrecimiento total de amor y obediencia a lo establecido por él. Así sea. Amén y Amén.