Vivimos dentro de la era del materialismo extremo, en donde qué difícil es, cada día, entender las cosas que provienen del Espíritu. Hablamos, cantamos, reímos, trabajamos, pero tristemente, nos es imposible salir de dentro de la burbuja del sistema que nos atrapa mediante distractores a todo nivel. Estos nos entorpecen y enajenan poderosamente, desplazándonos a actuar como verdaderas marionetas sin voluntad ni principios de vida ni eternidad, leamos: “…y el mundo entero está bajo el maligno” (1 Jn. 5:19).
Lo más peligroso de este fenómeno, es que usa estrategias tan sutiles como la religión misma, usando falsamente a Dios y lo sublime, como aliado y estandarte de su causa. Envuelven y se presentan seduciendo con principios de “verdadero marketing”. Promueven escenas y eventos humanistas y sensuales, entre música y escenarios fantasiosos que tocan los sentimientos y emociones hasta la avaricia. Todo esto ha de degenerar, al tiempo, en verdaderas vanidades y extrañas pasiones. Segando con esto, toda posibilidad de entendimiento de lo eterno, anulando los verdaderos principios bíblicos para salvación. Y mientras Moisés, allá en el monte recibía las instrucciones que harían sobrevivir al pueblo en el desierto, sucede lo lamentable: “Y viendo esto Aarón, edificó un altar delante del becerro; y pregonó Aarón, y dijo: Mañana será fiesta para Jehová (…) y se sentó el pueblo a comer y a beber, y se levantó a regocijarse” (Ex. 32:5-6).
Estamos en los tiempos más difíciles para el verdadero evangelio de Jesucristo. Ya que al presente, los escenarios físicos y virtuales de un evangelio de algarabía, informalidad, entretenimiento, poco compromiso y cero cruz, son los que prevalecen, leamos: “Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a la fábulas” (2 Ti. 4:3-4). Y algo muy especial en los versículos que anteceden a este pasaje, es que el apóstol Pablo encomienda a Timoteo que predique la palabra a tiempo y fuera de tiempo, que reprenda, redarguya y que exhorte con toda paciencia y doctrina. Además, le recomienda el mantenerse sobrio en todo, soportando las aflicciones, cumpliendo con la obra de evangelismo y ministerio.
Claro, el mantener una actitud correctiva y seria acerca del evangelio habrá de tener sus inconvenientes, ya que muchos prefieren vivir en el engaño y embriaguez de Espíritu. El mismo apóstol Pablo expresa a los Gálatas: “¿Me he hecho, pues, vuestro enemigo, por deciros la verdad?” (Gá. 4:16). Aquí el apóstol Pablo confiesa, que aquellos hermanos que hubieran dado aun sus ojos por el amor que le tenían, ahora al decirles la verdad, el panorama cambió. Triste, pero verdadero.
¿Qué pasa ya dentro de la religión? La religión, como una empresa satánica “con apariencia de piedad y amor”, surge con sus políticas internas de privilegios y puestos eclesiásticos, hasta dones. Algunos con remuneración material y otros, mediante el aporte de fama, gloria y cuotas de poder dentro de las congregaciones. Esto mantiene a los hombres embelesados, ebrios de egolatría y ambición de grandeza, los cuales generan poderosamente un fenómeno esclavizante de: “LA AUTOCOMPLACENCIA”. Siendo ésta retroalimentada con elogios, privilegios y prebendas, que distorsionan poderosamente la verdadera obra de Dios. Convirtiendo a los supuestos ministros o servidores de Dios, en verdaderos mercaderes de sí mismos. Cosechando admiración y fama. Descuidando la verdadera función sacerdotal, la cual es servir “únicamente” de puente entre Dios y los hombres, porque suyas son las almas. Leamos: “Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías destructoras (…) Y muchos seguirán sus disoluciones (…) y por avaricia harán mercadería de vosotros con palabras fingidas…” (2 P. 2:1-3).
No hay trampa más segura dentro de la vida religiosa que podamos caer, que en la red o telaraña de la autocomplacencia, la cual genera intrínsecamente una esclavitud de continuo y con pérdida de la conciencia. No hay forma de saciar el instinto, de ser cada día más y más grande, más y más admirado, ya que siendo algo humano y material, jamás ninguna gloria de este mundo ocupará el espacio que únicamente puede ser llenado mediante el Espíritu mismo de Cristo, en sus más nobles y sublimes actitudes, al expresar: “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mt. 11:29).
No hay prisión más cruel que la de la autocomplacencia. Ya que crece estrepitosamente y nos hace sentir demasiado bien. Y entonces: ¿Por qué renunciar a ella? Sólo el amor y la misericordia de Dios mismo, podrán activar la necesidad y el entendimiento para que un día, al igual que David en un clamor y oración, podamos declarar: “¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos. Preserva también a tu siervo de las soberbias; Que no se enseñoreen de mí; Entonces seré íntegro, y estaré limpio de gran rebelión” (Sal. 19:12-13).
Quiera nuestro buen Dios crear dentro de nosotros un recto y limpio corazón, lleno del anhelo de encontrar en la convivencia de nuestro Creador y su iglesia, la perfecta armonía en el servir y servir. Dando únicamente la gloria, la honra y la alabanza, al que sólo la merece, al “YO SOY”, porque “ÉL ES” y será bendito por todos los siglos de los siglos. “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís” (Col. 3:23-24). Amén y Amén.