Hágase Tu Voluntad En Mí

2 septiembre, 2025

Jesús les enseñó a sus discípulos a orar. Y aquellas frases sabias, limpias, llenas de Espíritu y eternidad, fueron plasmadas con precisión en: «El Padre Nuestro» u «oración modelo» (léase Mateo 6:9-13). Y hay expresiones doctrinales, que luego de analizarlas en su esencia y profundidad espiritual nos llevan a un verdadero reto, del que estoy seguro, que ninguno de los hombres somos capaces de cumplir. Y aunque parezca paradójico, son principios fundamentales para nuestra salvación y relación con Dios.

La oración del «Padre nuestro» se ha vuelto religiosa, rutinaria y repetitiva en muchos hombres, menospreciando algunos principios que llevan implícitos grandes misterios eternos, como: la alabanza, la súplica, la petición, el agradecimiento y la confesión de la soberanía de Dios. En esta oración inteligente se reconoce la paternidad de Dios para nosotros, la santificación de su nombre, y la llegada de su reino. Además, hay algunas peticiones por nuestras necesidades materiales. Pero hoy vamos a enfatizar en lo que significa: «Hágase tu voluntad en mí».

El hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios, en pureza; y hacer la voluntad de Dios era su deleite. Pero por el pecado original de la desobediencia, inducido por Satanás, heredamos «la soberbia», como principio existencialista. El pretender ser independientes, grandiosos, intrépidos, conquistadores, astutos y sabios en nuestra propia opinión, pareció una buena idea. Esto ha llevado al fracaso de toda la humanidad, al afrentar directamente a Dios, leamos: “Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles” (Ro. 1:22-23).

Cada uno de nosotros, en el corto recorrido de nuestra existencia, luchamos de diferentes maneras para ser más independientes, más capaces y por supuesto, mandar, imponer criterios, ejercer autoridad y dominio sobre otros. Lograr monopolios en cuanto a todo lo posible. Para esto se estudia, se compite, se prepara y hasta se arrebata. Después de todo, soy un profesional, un gerente, un líder, un directivo, una autoridad respetable, un político, un estadista, un gobernador. Y en extremos: hay nobles, monarcas o reyes, ejerciendo una poderosa hegemonía sobre otros hombres y sectores sociales.

A mayor independencia de Dios y toda autoridad, más egolatría y soberbia; y como consecuencia, más alejamiento del Dios vivo y verdadero, leamos: “Pero él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes. Someteos, pues, a Dios…” (Stg. 4:6-7). Lamentable, pero cierto.

Hoy, este fenómeno está profundamente ligado y arraigado a las iglesias de diferentes religiones y denominaciones. En donde la grandeza del hombre y «el culto al yo», ensombrece la perfecta autoridad de Dios hacia la criatura. Irónicamente, el verdadero sometimiento a la voluntad de él es una filosofía, poema o simplemente un cumplido a la conciencia. Esto no es nada nuevo porque el mal está en la naturaleza de pecado del hombre, ligado íntimamente a su carne y a su intelecto.

La Biblia está llena de testimonios de hombres que aun amando a Dios y demostrando fidelidad y servicio, en su momento resistieron al Espíritu y fallaron al no aceptar: «hágase tu voluntad en mí». Jonás, es un ejemplo. Este profeta de Dios, recibió instrucciones precisas acerca de llevar un mensaje a Nínive. Pero Jonás se resistió. Y aunque no fue a pecar al mundo, simplemente trató de hacer lo que a él le pareció mejor. Fue a predicar, pero a otro lugar. Dios lo soportó y le advirtió, al extremo de orillarlo hasta la misma muerte, en esa tumba de oscuridad dentro de aquel gran pez. Jonás clamó a Dios y él le oyó. Y a pesar de todo, su corazón no cambió en ese momento. Pero Dios siguió teniendo paciencia con «su siervo». Estuvo siempre con él.

Veamos qué difícil es, aunque prediquemos y conozcamos a Dios y su palabra y hayamos visto milagros y prodigios, el aceptar plena y humildemente la voluntad de Dios en nuestra propia vida. Muchas veces nos frustramos y nos echamos para atrás, claudicamos ante alguna prueba. Predicamos en donde él no nos mandó, asegurando que eso es lo que Dios nos dijo. Flaqueamos ante la adversidad, pero aún decimos y oramos así: “Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”.

¿Estamos conscientes de lo que expresamos en nuestras oraciones y cánticos? ¿Estamos dispuestos a recibir y aceptar todo lo que venga de él, sin reserva ni resistencia? Ante nuestra hipocresía e incapacidad demostrada de hacer su voluntad, desde el fracaso de Adán, se pierde toda esperanza. ¡A Dios sea la gloria por Jesucristo! Quien tuvo una verdadera victoria en donde Adán y yo fallamos. Y vino a aceptar un verdadero testimonio de obediencia en fe para plasmar que sí se puede. Porque él pudo y nos ha dado de su Espíritu, para que en su nombre sea derribado todo argumento de soberbia, prepotencia y autonomía mal fundada.

La obediencia y la sujeción son el único camino a Dios, mediante el ejemplo de Jesús, quien obedeció hasta la muerte, leamos: “Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca” (Is. 53:7). “Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió” (Jn. 6:38). “El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, Y tu ley está en medio de mi corazón” (Sal. 40:8).

Amados hermanos, concluimos en que este principio de permitir voluntariamente que Dios guíe y gobierne nuestra vida es, en esperanza, la única y mejor alternativa para eternidad. Sabiendo que todo lo material que hoy vemos, junto con sus valores intelectuales y filosóficos, serán destruidos. Que Dios nos dé la sabiduría para nuestra salvación. ¡A Dios sea la gloria! Padre: «Hágase tu voluntad en mí». Amén y Amén.