Fieles Al Espíritu De Dios

1 julio, 2025

Recordemos que el espíritu de alguien o de algo, es aquella fuerza interna que nos mueve para realizar una acción. Y es allí, en donde nuestras acciones son como un efecto de una verdadera causa personal. Esto predomina como un impulso, muchas veces sin importar las consecuencias, que tal vez tratamos de disimular para acallar nuestra misma consciencia. Es aquí en donde actúa la astucia humana personal, menospreciando como sea: la omnipotencia, omnisciencia y omnipresencia de un Dios vivo, que todo lo ve, todo lo sabe y que discierne hasta las intenciones del corazón.

Esto es la consecuencia del alejamiento de Dios y del alto concepto de sí mismos, que los humanos heredamos de Adán, nuestro antecesor. «YO HAGO LAS COSAS A MI MANERA», al cabo: «el fin justifica los medios». La palabra de Dios nos muestra cómo muchos hombres, con un llamado especial y con un grande deseo de servir al Señor, movidos circunstancialmente por un espíritu o influencia extraña, resistieron al Espíritu Santo. Entrando en grandes conflictos internos, necedades y obsesiones extrañas que causan frustración y dolor. Sin saber que al final, la voluntad del Dios eterno prevalecerá, ya sea cumplida por mí o por alguien más.

Muchas veces resistimos al Espíritu y a la voluntad de Dios. Y sufrimos innecesariamente, humillaciones y dolores que Dios no quisiera que pasemos. Veamos lo acontecido al padre de la fe, al cual Dios lo visitó y le hizo una promesa. Leamos: “Dijo también Abram: Mira que no me has dado prole, y he aquí que será mi heredero un esclavo nacido en mi casa. Luego vino a él palabra de Jehová, diciendo: No te heredará este, sino un hijo tuyo será el que te heredará. Y lo llevó fuera, y le dijo: Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar. Y le dijo: Así será tu descendencia” (Gn. 15:3-5).

En aquel momento, Abram le creyó a Dios. Sin embargo, no pudo sostener esa convicción como tal. Por lo que oye la voz de su mujer y nace Ismael. Decisión que Dios permitió, pero que causó mucho dolor a esa familia; y hasta el día de hoy a toda la descendencia judía. El error tuvo consecuencias por no esperar el tiempo del Señor. Sin embargo, la voluntad de Dios permanece y se da una nueva visitación para afirmar la promesa divina, leamos: “Dijo también Dios a Abraham: A Sarai tu mujer no la llamarás Sarai, mas Sara será su nombre. Y la bendeciré, y también te daré de ella hijo; sí, la bendeciré, y vendrá a ser madre de naciones; reyes de pueblos vendrán de ella” (Gn. 17:15-16). Dios cumple sus planes y promesas; y nace Isaac.

Veamos otro ejemplo. Sólo eran necesarios cuarenta días para pasar de Egipto a la tierra prometida. Y tristemente, se convirtieron en cuarenta largos años de trato y sufrimiento. Ellos querían ser libres, pero un espíritu confundió a todo un pueblo. Dios quería lo mejor; pero al no entender y no estar de acuerdo con lo establecido, Israel sufrió lo que sufrió.

Vemos en este mismo orden de ideas y escenario a aquel siervo y profeta del Señor llamado Jonás; hombre fiel, escogido y usado por Dios. Fue solicitado para una misión tan fácil, como lo era ir y comunicar algo de parte del Altísimo. Pero decidió por él mismo hacer en desobediencia algo diferente. Dios, sin embargo, no lo desecha, lo deja actuar en su libre albedrío. Actúa caprichoso, malicioso, rebelde y Dios lo atiende con paciencia y amor. Pudo haber escogido a otro. Había otros profetas contemporáneos.

Pero la misión era para Jonás. Para ser formado y hacerle ver lo que tiene máximo valor, como lo es: la misericordia, el perdón y hasta la tolerancia. Jonás no fue a pecar ni a perderse al mundo. Él quiso ir, aun a predicar. Tuvo que sufrir y padecer, pero la voluntad de Dios prevaleció. Nínive oyó, se arrepintió y fue perdonada. Pero Jonás tuvo que aprender lo que nunca imaginó. Leamos: “Vino palabra de Jehová a Jonás (…) Levántate y ve a Nínive (algo categórico) (…) Y Jonás se levantó para huir de la presencia de Jehová a Tarsis (actuó en desobediencia) (…) porque sabía yo que tú eres Dios clemente y piadoso, tardo en enojarte, y de grande misericordia, y que te arrepientes del mal (era inmisericorde)(Jon. 1:1-3 y 4:2).

Amados hermanos, es claro que hay una dura batalla en nuestro interior. Hay un espíritu carnal y humano que muchas veces prevalece dentro de nuestro ser. Y esa guerra íntima en la que muchas veces vence la necedad, nos lleva a fracasos y frustraciones, las cuales causan muchas veces sufrimientos innecesarios. Aunque de parte de Dios son aprovechados en nuestra formación espiritual. Podría ser diferente, pero sabemos que: “…a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien…” (Ro. 8:28).

La guerra es fuerte. Y aun con el Espíritu con nosotros y dentro de nosotros, la palabra dice: “Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago (…) Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago (…) ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Ro. 7:15, 19 y 24).

La labor divina en nosotros ha de durar toda la vida, hasta completar la plenitud y la estatura del varón perfecto. Sin embargo, la aprobación no la damos nosotros, proviene de Dios, quien al final dará su beneplácito para entrar en la unidad perfecta con él mismo.

Señor, perdona nuestras inconsecuencias y pecados. Ayúdanos a oír e interpretar tu voluntad para nosotros y haznos partícipes de tu naturaleza. Danos esa plena manifestación de la unción para ser libres de la desobediencia haciendo siempre tu voluntad. Así sea. Amén y Amén.