“Pero así dice Jehová a la casa de Israel: Buscadme, y viviréis; y no busquéis a Bet-el, ni entréis en Gilgal, ni paséis a Beerseba; porque Gilgal será llevada en cautiverio, y Betel será deshecha. Buscad a Jehová, y vivid…” (Am. 5:4-6). Desde que el hombre fue creado y cayó en pecado, la inclinación a la idolatría (culto a dioses inexistentes, inventados por ellos mismos) ha sido la tendencia de toda la raza humana. Esto es obvio, pues a causa del pecado, el hombre perdió la capacidad espiritual para percibir, oír, y entender al verdadero Dios, creador de todo lo existente, el cual es Espíritu, leamos: “…el único que tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver, al cual sea la honra y el imperio sempiterno. Amén” (1 Ti. 6:16).
El mismo Satanás ha aprovechado de una manera muy astuta y eficiente esta incapacidad espiritual humana. Y utilizando a hombres y mujeres, poseídos por demonios, los ha convertido en líderes espirituales; y los ha ascendido a la categoría de sacerdotes y sacerdotisas. Levantando de esta manera toda una constelación de dioses paganos, a los cuales, los hombres engañados les rendían y les siguen rindiendo culto y una religiosa adoración; aunque no sean reales, sino imágenes, estatuas, montículos, etc., y a pesar de todo, los adoran.
No obstante, en el corazón del hombre hay conciencia de la existencia de un Dios creador. Y Dios en su inmensa misericordia y compasión, decide formar un pueblo que no existía, para mostrar al mundo a través de él, su gracia y su poder real. Y le pone por nombre Israel, que son descendientes de Jacob, hijo de Abraham. Este Abraham hizo un pacto con Abimelec, rey de Gerar, sobre un pozo de agua que Abraham había perforado. Y le puso por nombre a aquel lugar, Beerseba (pozo del juramento). Y se convirtió en un lugar de adoración y marcaba los límites fronterizos de Israel por el lado sur.
Posteriormente, Dios se le apareció a Jacob y tuvo una tremenda experiencia espiritual que marcó su vida. Y le puso por nombre a aquel lugar Bet-el (casa de Dios), el cual se convirtió en un lugar muy importante de adoración. Este pueblo, Israel, se hizo grande y vivió varios siglos como esclavo en Egipto. A su tiempo Dios levanta a Moisés, el cual los libera con la mano poderosa de Dios, actuando de una manera evidente y portentosa.
Recién liberados de la esclavitud de Egipto, y ya en el desierto, Israel, a pesar de todo lo que habían visto del poder de Dios manifestándose entre ellos, revela la influencia idolátrica y pagana de los egipcios sobre ellos, levantando un becerro de oro para adorarlo. Y como era de esperar, esto despertó la ira de Dios sobre su pueblo, al grado que estuvo a punto de destruirlos a todos.
Después, Josué sucede a Moisés e introduce a Israel a Canaán, pasando milagrosamente el río Jordán en seco, así como Moisés y su pueblo pasó el Mar Rojo. Allí se levantó un montículo de piedras, como señal del poder de Dios en favor de Josué y su pueblo; y le pusieron por nombre Gilgal, el cual llegó a ser un lugar de adoración para los israelitas.
Estos tres lugares especiales de Israel, representaban espacios donde el pueblo acudía con regularidad a, supuestamente, adorar a Dios y presentar su culto “religioso”. Eran tiempos previos a la invasión babilónica y Dios les advierte de la inutilidad de sus cultos. Pues buscaban el lugar, pero ignoraban al Dios verdadero y vivo, que se había manifestado en su momento en cada uno de esos lugares.
Dios revela de esta manera la hipocresía de su corazón y de sus cultos superficiales y les dice: “Aborrecí, abominé vuestras solemnidades, y no me complaceré en vuestras asambleas. Y si me ofreciereis vuestros holocaustos y vuestras ofrendas, no los recibiré, ni miraré a las ofrendas de paz de vuestros animales engordados. Quita de mí la multitud de tus cantares, pues no escucharé las salmodias de tus instrumentos” (Am. 5:21-23).
Mi amado hermano, lamentablemente el pueblo de Dios no escuchó los mandamientos de Dios ni su reprensión para impedir el terrible juicio que profetizaba Amós, quien lo describe como torrente de: “…las aguas, y la justicia como impetuoso arroyo” (V. 24). Mi querido lector, reflexionemos en: ¿cuál es la diferencia entre ofrecer cultos religiosos a Dios y buscar al Dios vivo? Para no caer en el mismísimo error de los israelitas.
Dios no está en contra de nuestros cultos ni de los lugares físicos, en donde en algún momento Dios se manifestó con su mano de gracia y te tocó para convertirte de tus malos caminos. Por cierto, todos estos lugares, para nosotros podrían ser: la iglesia central, el Aprisco, tu iglesia local, o algún otro lugar de tu encuentro con Jesucristo, etc. Pero quiero que entiendas, mi querido hermano, todos estos apreciados lugares dejarán de ser, el día que Cristo arrebate a su pueblo, «aquellos que buscan con corazón sincero al Dios vivo, demostrando obediencia a sus mandamientos».
te olvides que Dios conoce las intenciones de tu corazón; y se acerca el justo juicio de Dios contra la humanidad, pues rechazaron a Dios el Padre y a su Hijo Jesucristo. Y recuerda que: “…el propósito de este mandamiento es el amor nacido de corazón limpio, y de buena conciencia, y de fe no fingida…” (1Ti. 1:5).
Le ruego a mi Dios que te dé su santa unción para ser capaz de servir y adorar, no un lugar sino, al Dios vivo. Que Dios les bendiga. Amén.