“¡El dinero o la vida!”
Dentro de un mundo cambiante y tendiente a la degeneración y la pérdida
de los verdaderos valores, vemos cómo el ser humano, desde el inicio de su
historia, despreció lo “más excelso” del universo, a su mismo Creador. Con esto
perdió toda visión de eternidad y benevolencia, constituyéndose así en un ser
imitador de lo malo; siendo Satanás mismo, en adelante, su máximo proveedor.
Alimentando y proveyendo principalmente, a través de las ventanas de su alma
misma, que son sus sentidos materiales, toda clase y gama de satisfactores.
Todo esto en el futuro habría de ganar espacios íntimos, en ese ser inexperto y
torpe. Hablo del primer Adán, al haberse “liberado” de Dios mismo, hasta llegar a
los placeres otorgados, alienantes seguros; constituidos eminentemente por
artefactos materiales.
Este mal progresivo habrá de llevar al hombre a la muerte segura. Ya que
lo material es totalmente contrario a lo espiritual, en donde realmente se origina
la vida plena. Leamos: “Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y
el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no
hagáis lo que quisiereis” (Gá. 5:17). Hay que hacer notar con todo lo anterior y
con la sabiduría divina, que todo lo creado es perecedero, aunque
circunstancialmente útil. Entonces… ¿Qué sentido tiene todo esto que nos
rodea, incluyendo la vida misma, si todo es material y efímero? Pues
enfáticamente: Ese es el mayor conflicto y también la fuente de ganancia para el
maligno.
Aun nuestros seres amados, como familia, amigos y otros seres vivientes,
la música, las fragancias, los espectaculares sabores, la tersura de una bellísima
flor, etc., por ser tangibles en la dimensión de los sentidos físicos, por efectos
químicos, lumínicos, vibrátiles o sonoros, son vanidad. Leamos: “Vanidad de
vanidades, dijo el Predicador; vanidad de vanidades, todo es vanidad.
¿Qué provecho tiene el hombre de todo su trabajo con que se afana debajo
del sol? (…) Todas las cosas son fatigosas más de lo que el hombre puede
expresar; nunca se sacia el ojo de ver, ni el oído de oír (…) y nada hay
nuevo debajo del sol…” (Ec. 1:2-11).
De esa misma manera son aun las emociones pasionarias, que aunque
intangibles, modulan y afectan la psiquis, comprometiendo el alma misma y
desubicándola de lo eterno; estableciendo límites y arraigos al materialismo y al
sistema. Con esto queda atrapada en profundas prisiones de amargura y
desaliento. Porque todo lo material, por su estructura temporal, decepciona a
quienes ponen su esperanza en ello. Leamos: “Engañoso es el corazón más
que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jer. 17:9).
Por qué el título: ¡El dinero o la vida! Pues hasta hace muchos años atrás,
para los hombres la vida era lo más importante y respetado, antes que el dinero.
Y junto con ello, algunos valores competentes a la moral o lo religioso. El mismo
Libro de Job expresa un valor que Satanás conoce en el hombre, diciendo:
“…Piel por piel, todo lo que el hombre tiene dará por su vida” (Job 2:4). Sin
embargo, el auge y el dominio del materialismo, ya sistemático, ha invadido
poderosamente la vida misma. El sistema económico en este momento histórico
y profético, es lo predominante. Y vemos que la Escritura se cumple
matemáticamente, ya que se refiere al sistema económico adherido íntimamente
a lo monetario, leamos: “…porque raíz de todos los males es el amor al
dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron
traspasados de muchos dolores” (1 Ti. 6:10). En este versículo bíblico se
interpreta que aun los que conocieron la fe, el dinero o la economía los apartó
del camino.
Pensemos ahora, qué es lo que está pasando con el mundo de hoy ante
la crisis pandémica o de salud. En las grandes potencias, “su dilema” radica en:
qué es lo más importante. 1) ¿La economía, en razón del dinero, la
productividad y muchísimo de esto, dentro de lo suntuario y concupiscente? O 2)
¿Me expongo a riesgos innecesarios, a expensas de la salud y nuestra misma
vida o sobrevivencia? Lamentablemente, la tendencia actual de la humanidad,
según los medidores estadísticos y movimiento psicológico y espiritual de las
masas, es: mejor correr el riesgo de morir y no sacrificar, no digo lo esencial
para la vida, sino, son las contaminadas y verdaderas sociedades inducidas de
consumo, a quienes Satanás tiene esclavas de “lo material o tangible”.
“¡Que mueran los ancianos y los inválidos que no producen!” Todo esto
avalado por el dominio de las políticas integradas por bloques y corrientes
ideológicas, que no son ni de derecha ni de izquierda, sino eminentemente
diabólicas, aun dentro de muchas líneas religiosas. A fin de establecer “su propio
mundo”, bajo la expectativa de nuevos regímenes, sistemas de vida y el
“dominio del anticristo”, quien viene operando y evolucionando progresivamente.
Creando verdaderos esclavos desde el inicio de esta dispensación, hasta que se
cumplan felizmente todas las profecías del fin.
¿Qué es lo que está pasando entonces con todo esto? Pues la palabra es
categórica, al decir que el mundo actual está bajo el maligno, en toda su
infraestructura; funcionando para lo que es de este siglo, que es lo material,
ideológico y humanístico. El amor de muchos se enfriará y serán sustituidos los
valores de lo espiritual por la ciencia de este mundo. ¿Y qué se consigue con
esto? Que las almas cada día se olviden más de Dios y los valores eternos. Y
que abstraídos de una temática tangible, lleguen a realizarse, al culminar en sí
mismos la premisa satánica propuesta desde el inicio: “Tú puedes ser como
Dios, conociendo el bien y el mal”. Hasta llegar a la blasfemia y afrenta al
altísimo en el Valle de Meguido, en el Armagedón. En donde Dios al final,
destruirá la soberbia del hombre.
Pero tú y yo, amado hermano, hemos escogido lo mejor, que es la vida
bajo el concepto de esa nueva criatura, esculpida en el alma misma, hecha hoy
a imagen y semejanza de Jesucristo, quien es las primicias de la vida, por la
resurrección y la verdad absoluta y eterna en Él. Gracias Señor, por esa obra
perfecta de restauración en tu pueblo. Así sea. Amén y Amén.