La iglesia se inició con algunos jóvenes que oraban antes de las reuniones para pedir la dirección y la bendición de Dios. Además, salían a los parques a compartir el maravilloso mensaje de salvación. Con el paso del tiempo, gracias a Dios la iglesia fue creciendo poco a poco, hasta llegar a otros países cercanos. Y la obra llegó hasta los Estados Unidos, en donde se hacen visitas pastorales y se trabaja en conjunto con algunos diáconos. En los últimos años, la asistencia de los jóvenes a la iglesia se ha incrementado. Por ello, el diaconado realiza retiros en diferentes partes del país, enfocados en los jóvenes, en los ancianos y en los matrimonios.
Y existe el peligro de olvidarnos de la formación que Dios nos pide y nos muestra en la palabra. Pidamos a Dios sabiduría para entender esto y hacer la obra en este tiempo. Recordemos lo que el apóstol Pablo y Timoteo nos enseñaron, leamos: “Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido; y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús” (2 Ti. 3:14-15).
A lo anterior se suma el amor y la ayuda que Timoteo dio al apóstol Pablo, escribiendo algunas cartas, lo cual permitió que el joven Timoteo sirviera como pastor en la iglesia de Éfeso. Salomón nos dice: “Instruye al niño en su camino, Y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (Pr. 22:6). Esto se dio en Timoteo, por la enseñanza que recibió en casa de su madre y de su abuela.
El enemigo de Dios se mantiene buscando a quién engañar, tal como le ocurrió a Adán y a Eva, a quienes ofreció que serían como Dios si comían del árbol de la ciencia que hace bien y mal, que era el árbol prohibido. Si oímos la palabra en la iglesia y la escudriñamos en casa, para nosotros será esta promesa: “…Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños” (Mt. 11:25).
Hubo un hombre, un fariseo principal entre los judíos, llamado Nicodemo, quien se acercó al Señor Jesús diciendo: “…Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él. Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer? (…) De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Jn. 23:2-6).
Las enseñanzas en la congregación, deben de ser confirmadas en familia. Y para ello necesitamos tener el Espíritu Santo, pues los padres de los adolescentes y jóvenes requieren de ese apoyo espiritual y especialmente de la aclaración doctrinal. Todo esto será un complemento efectivo, junto con la paz, el amor y la fe, que se obtienen como resultado de la presencia de Dios en nuestras vidas. Esto equivale a los frutos, o sea, la conducta. Y especialmente en las crisis que Dios permite para que le pidamos la fe y la paciencia para entendimiento y edificación.
Escudriñemos la palabra en casa, en familia, para que se vean los frutos en amistad y en la unidad que Dios dará en el hogar, más el servicio en la congregación; siendo luz en las tinieblas y sal en la tierra. Recordemos las palabras del Señor, leamos: “Y le presentaban niños para que los tocase; y los discípulos reprendían a los que los presentaban. Viéndolo Jesús, se indignó, y les dijo: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios” (Mr. 10:13-14).
Una instrucción sabia nos llevará a preservar los valores de Dios en las generaciones que están creciendo. De tal manera que podremos mostrarles cuál es la ruta correcta en este mundo. Y podemos confirmar esto, al recordar las palabras de Cristo, al decirnos: “…Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Jn. 14:6).
Que Dios nos ayude a imitar el ejemplo del Señor Jesús en nuestro diario vivir. Recordando que tenemos un llamado a seguirle, tomando nuestra cruz cada día y muriendo a este mundo y sus deseos, los cuales corrompen y contaminan el alma. Pero si nos ocupamos del Espíritu, tendremos vida y paz. Que Dios les bendiga. Amén.