“¿Cuál es el momento actual
profético que vivimos?”
Han corrido ríos de tinta, tratando de describir los misterios que
esconden las profecías contenidas en la Sagradas Escrituras. Han
desarrollado complejos y carísimos proyectos televisivos, para tratar de
satisfacer la curiosidad de la humanidad, con respecto a la interpretación
profética. Y también, un sin número de predicadores de todo tamaño y
prestigio, han querido con extremada arrogancia, prepotencia y haciendo
alarde de conocimiento sobre este tema, aclarar las dudas que genera la
interpretación de la escatología bíblica, cuyo contenido esconde el plan de
Dios, tanto para su pueblo Israel como para su iglesia, su amada esposa.
Y es que, siendo honestos, a cualquier creyente fiel o estudioso de la
Biblia le inquieta este fascinante tema: la profecía. No pretendo caer en el
error anteriormente expresado, en cuanto a que lo sabemos todo con
respecto a este tema, tan profundo, amplio y difícil de explicar en un
pequeño documento como este. Pero con la ayuda del Espíritu Santo, el
cual conoce lo íntimo del pensamiento Divino, quiero decir lo siguiente: Hay
tres grandes destinos para la profecía que son: Israel, la iglesia y la
humanidad. En cada caso es relativamente fácil identificar ese destinatario,
de acuerdo al contenido profético.
Como miembros de la iglesia de Cristo, estoy seguro que la parte que
atañe a ella es la que más nos interesa comprender. Lógicamente los otros
dos destinatarios se entrelazan en el desarrollo particular de la profecía.
Hace aproximadamente 2,540 años, fue escrito el libro de Daniel. En él
encontramos de manera condensada, el propósito de la profecía universal,
leamos: “Setenta semanas están determinadas sobre tu pueblo y sobre
la santa ciudad, para terminar la prevaricación (de Israel y universal), y
poner fin al pecado (en el mundo), y expiar la iniquidad (en el mundo),
para traer la justicia perdurable (a la humanidad), y sellar la visión y la
profecía, y ungir al Santo de los santos” (Dn. 9:24).
El desarrollo y cumplimiento de esta profecía se da en el formato de
“heptadas”, que quiere decir semanas de años, o sea, setenta semanas de
siete años cada una. En ese lapso de heptadas, transcurrirá el castigo y la
restauración de Israel como nación, hasta establecer la justicia perdurable.
Con efecto no sólo en Israel como nación, sino en el mundo entero. Es
importante comprender que las setenta semanas se dividen en tres periodos
históricos, unos ya cumplidos y otros por cumplirse. El primero, las siete
semanas que equivale a 49 años, dice el profeta Daniel: “Sabe, pues, y
entiende, que desde la salida de la orden para restaurar y edificar a
Jerusalén (…) habrá siete semanas (…) se volverá a edificar la plaza y
el muro en tiempos angustiosos” (V. 25).
Esto se cumplió literalmente en tiempos de Ciro rey de Persia (536
A.C.), leamos: “En el primer año de Ciro rey de Persia, para que se
cumpliese la palabra de Jehová por boca de Jeremías, despertó
Jehová el espíritu de Ciro rey de Persia, el cual hizo pregonar de
palabra y también por escrito por todo su reino, diciendo (al pueblo
judío) (…) edifique la casa a Jehová Dios de Israel (él es el Dios)…”
(Esd. 1:1-3). Y también, en el libro de Nehemías leemos sobre la
reconstrucción de los muros y la santa ciudad, en medio de gran lucha y
“tiempos de angustia”.
El segundo periodo, de 62 semanas (434 años), se cumplió
exactamente con el nacimiento del Mesías Príncipe, Jesucristo. Quien vivió
y se manifestó ante miles de personas, documentado por la historia misma.
Hasta aquí se han cumplido 69 semanas de años. También se describen
maravillosamente, algunos acontecimientos históricos que cambiaron el
curso de la humanidad, leamos: “Y después de las sesenta y dos
semanas se quitará la vida al Mesías, mas no por sí; y el pueblo de un
príncipe que ha de venir destruirá la ciudad y el santuario; y su fin será
con inundación, y hasta el fin de la guerra durarán las devastaciones”
(Dn. 9:26).
Esta predicción advertía, primero la crucifixión de Cristo, lo cual se
cumplió a la vista de muchísima gente; y es un acontecimiento
tremendamente documentado por la historia y narrado en las Sagradas
Escrituras. El segundo acontecimiento es la destrucción de la ciudad y el
templo en el año 70 de nuestra era, también descrito en anales históricos
seculares y advertido por el mismo Señor Jesús (léase Lucas 21:20-24).
En tercer lugar, describe un periodo indeterminado de tiempo, un verdadero
paréntesis de gracia de Dios hacia la humanidad, que se abre con la
resurrección de Cristo Jesús y concluye con el rapto de la iglesia.
Durante este periodo de tiempo se desarrolla la historia del Israel
posterior a la muerte y resurrección de Jesús. Con todas sus
experiencias vividas, tales como su dispersión universal, como lo advirtió el
Señor Jesús: “Mas ¡ay de las que estén encintas, y de las que críen en
aquellos días! porque habrá gran calamidad en la tierra, e ira sobre
este pueblo. Y caerán a filo de espada, y serán llevados cautivos a
todas las naciones; y Jerusalén será hollada por los gentiles, “hasta
que los tiempos de los gentiles se cumplan” (Lc. 21:23-24). También
contiene, la historia inicial y actual de la iglesia de Jesucristo, un
verdadero misterio para el Israel antiguo y que es revelado en el evangelio
de Cristo Jesús y sus apóstoles.
El desarrollo profético de la iglesia, a lo largo de este periodo de
tiempo, se describe en las siete cartas a las iglesias contenidas en el libro
de Apocalipsis, capítulos 2 y 3. La profecía describe señales para estos
tiempos, como: violencia, guerras y devastaciones (hechos como la primera
y segunda guerra mundial), terremotos, pestes, angustia de la gente,
persecuciones, miles y miles de cristianos sacrificados por su fe, la debacle
espiritual de la iglesia moderna, etc. El punto es: ¿cuál es el momento que
estamos viviendo, como iglesia, dentro del trazo profético de Dios? Mi
amado hermano, continuaremos en una próxima carta similar a esta. Y les
digo: No es el fin, pero estamos muy cerca de él. ¿Estás preparado para el
fin y está tu alma asegurada para la eternidad? Que Dios les bendiga.