Corazones endurecidos

24 mayo, 2015

La naturaleza nos muestra elementos minerales, los cuales tienen muchas propiedades, pero una muy determinante para su uso es la “dureza” y ésta se define como la resistencia a otro elemento de ser rayado, penetrado o afectado en su superficie o estructura. Si trasladamos ese principio al plano espiritual y considerando “el corazón” como lo más sensible, sublime, puro; lo más cercano al entendimiento acerca de lo divino y eterno, vemos entonces, que éste está también condicionado a agentes externos y en este caso, la permeabilidad a la palabra de Dios determinará cambios, los cuales al integrarse a nuestra intimidad, generarán un modo diferente de vida -nuevo nacimiento-, conforme los cánones que han de establecer el principio a la vida eterna.

Dios a través de las escrituras, está continuamente refiriéndose a la dureza del corazón y a la grosura, que es toda esa capa de grasa que tiene el corazón de los seres vivos: sedentarios, glotones y negligentes; que entorpece el buen funcionamiento de este órgano, al extremo de cansarlo hasta “infartarlo”, provocando su muerte y a su vez la del ser biológico completo. Esta terrible enfermedad no permite la permeabilidad de los nutrientes y oxígeno hacia él mismo y a más grosura, más riesgo. El corazón se vuelve lento, -grandote- e ineficaz y progresivamente irá de mal en peor. Esa grosura, sinónimo de dureza espiritual, está concebida y manifestada primeramente por “el pecado”, ya que éste se concibe inicialmente tal vez con algo de dificultad y culpa, sin embargo, pasado el tiempo esta grosura hace que la palabra, que es el antídoto contra el pecado mismo, sea menos efectiva porque no halla cabida, amén de la poca permeabilidad dada por la abundancia de grosura (dureza), a mayor grosura, más enfermedad. El pecado ciega el entendimiento y la razón espiritual: “Fornicación, vino y mosto quitan el juicio” (Os.4:11). Esta etapa es de alto riesgo y de advertencia tras advertencia, hasta que bajo el trabajo del Espíritu Santo de Dios, se abra una brecha al cambio y esta es la circuncisión del corazón: “Pues no es judío el que lo es exteriormente… en la carne (el religioso); sino que es judío el que lo es en lo interior, y la circuncisión es la del corazón, en espíritu, no en letra…” (Ro.2:28-29). Para un hijo de Dios vendrá la circuncisión verdadera, que es arrancar esa grosura (pecado), amargura, resentimiento, odio, placeres y vanidades, y esto equivale a -dolor- por el desarraigo de nuestra cultura, idiosincrasia y aun genética. Es la negación a mi “yo muy íntimo” y a mis derechos. La circuncisión espiritual vendrá de muchas maneras, siendo las pruebas, fracasos y la palabra, claves para un logro eficaz y recordemos que a más dureza, más impacto y golpe para el cambio: “¿No es mi palabra como fuego, dice Jehová, y como martillo que quebranta la piedra?” (Jer.23:29).

Qué difícil es entender y razonar cuando se es víctima de la dureza, al extremo que, al igual que Nabucodonosor –endurecido-, quedó confinado a ser una verdadera bestia: “Mas cuando su corazón se ensoberbeció, y su espíritu se -endureció- en su orgullo, fue depuesto del trono de su reino, y despojado de su gloria. …y su mente se hizo semejante a la de las bestias, y con los asnos monteses fue su morada. Hierba le hicieron comer como a buey, y su cuerpo fue mojado por el rocío del cielo, hasta que reconoció que el Altísimo Dios tiene dominio sobre el reino de los hombres, y que pone sobre él al que le place” (Dn.5:20-21). Entonces, en el endurecimiento del corazón existe una intervención humana y voluntaria al alejarnos de Dios, y el peligro es aun para el más próspero y sabio; tal fue la vida del gran rey Salomón, que al final endureció su corazón e hizo lo malo delante de Dios. Oí alguna vez una frase célebre: “El problema del hombre no está en la bomba atómica, sino en su corazón…” Pero ante una necedad extrema, puede Dios mismo endurecer un corazón; tal es el caso de Faraón a quien él mismo ablandaba y luego endurecía, y también dice la escritura: “…entre tanto que dice: Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones…” (He.3:15). Y dice así también: “Bienaventurado el hombre que siempre teme a Dios; mas el que endurece su corazón caerá en el mal” (Pr.28:14). Por eso amados: “…despojémonos de todo peso y del pecado (grosura) que nos asedia…” (He.12:1). Amados, roguemos y supliquemos al Dios eterno, que nos otorgue mediante su Espíritu, un corazón sano “de carne”, sensible, permeable, dócil, dúctil, circuncidado, puro; y rompa este corazón de piedra, endurecido por nuestra maldad y pecado. Postrémonos y adorémosle a él, reconociendo su soberanía y sigamos corriendo la carrera que nos espera por delante, poniendo los ojos en Jesús. Así sea, amén y amén.