Caminando Firmes Hacia La Eternidad

15 abril, 2025

“Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano” (1 Co. 15:58). Antes de la dispensación de la gracia, la cual se origina con la vida, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo, las condiciones para acercarse al Dios viviente y ser objeto de sus bendiciones, eran complicadas.

Había barreras muy difíciles de superar y la principal de todas era el pecado del hombre. Leamos: “Porque tú no eres un Dios que se complace en la maldad; El malo no habitará junto a ti” (Sal. 5:4). Pero venido Cristo Jesús, todas esas barreras fueron eliminadas con su sacrificio redentor. Prácticamente limpió el camino, eliminó los estorbos y abrió la puerta de acceso al mismo Lugar Santísimo, lugar donde está el trono de su gracia y su morada.

La palabra de Dios dice: “…Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones. Pues donde hay remisión de estos, no hay más ofrenda por el pecado” (He. 10:17-18). Así que, hermanos amados, ¡tenemos la oportunidad para entrar libremente al Lugar Santísimo! ¿No sé si logras entender o dimensionar, semejante y gloriosa oportunidad? No fue en balde el sacrificio de Jesús. Es efectivo, precioso y poderoso. El precio que Dios pagó por el pecado de la humanidad fue más que suficiente.

Es y será la manifestación de amor más grande, sublime y poderosa, jamás vista en el mundo. Al extremo que han transcurrido dos mil años desde aquel único momento, que no se va a repetir nunca más, porque fue y es suficiente. Y su poder perdonador sigue vigente, como el mismo día que se vivió la crucifixión de nuestro Salvador Jesucristo. Pero esa obra maravillosa de Dios no queda allí, sino que al Señor Jesucristo, Dios, nuestro Padre, lo constituye en nuestro gran sumo sacerdote según el orden de Melquisedec; y abogado de todo aquel que cree en él, de corazón puro.

Por lo tanto, no hay excusa, quien quiera que seas. Ya no existe lo difícil e imposible para alcanzar la presencia de Dios en este mundo. Dios está con todo aquel que le invoca con fe. Y si hemos fallado por alguna razón, abogado tenemos, el cual intercederá por nosotros delante de Dios Padre. Comprendemos que no somos perfectos e infalibles, somos criaturas débiles, susceptibles y frágiles.

Y por esta razón, necesitamos acercarnos a Dios con corazones sinceros y plenamente convencidos de que hemos sido purificados por medio de la sangre de Cristo y liberados de mala conciencia. Y convencidos de la bendita palabra de verdad que recibimos continuamente, leamos: “Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones…” (2 P. 1:19).

Ante todo esto, mi querido hermano y lector, mantengámonos firmes contra toda fuerza del mal, sin fluctuar ni caer en la tentación de la ambigüedad y la tibieza espiritual. No te olvides que Dios apartará a todos los tibios en el día del juicio final, porque el que nos llama y nos sostiene es fiel y sus promesas son firmes. Él venció y seguirá venciendo a Satanás, nuestro mortal enemigo, demostrando que su victoria en el Gólgota, todavía tiene poder sobre él. No fracases en tu caminar, todo el plan de Dios para salvar al hombre es perfecto.

Ahora que nos acercamos cada día más a su advenimiento, es necesario que tengamos mucho amor entre nosotros. Ese amor que busca el perdón a tu prójimo, que busca la paz con tu compañero, que busca la santidad en tu propia vida y que, con misericordia y humildad, te lleva a exhortar y corregir a tu hermano. Y todos y cada uno buscamos el bien mutuo y la convivencia gentil y amable.

Leamos: “Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo; antes exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy; para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado” (He. 3:12-13). En fin, los animo en el nombre de nuestro Señor Jesucristo a que no dejen de reunirse. Recuerden que, en esas reuniones con el pueblo de Dios, allí él envía bendición y vida eterna, son momentos de edificación mutua.

Te recuerdo las hermosas palabras del gran rey David, refiriéndose a la bienaventuranza del amor fraternal en la iglesia del Señor, y dice así: “¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es Habitar los hermanos juntos en armonía!” (Sal. 133:1). Debo de reconocer con mucha tristeza que no para todos tiene sentido este versículo, pues más parece que ir a la iglesia les es una carga o un estorbo y que más bien tienen por costumbre buscar excusas para no ir a la iglesia.

Mi querido hermano, te recuerdo que la proximidad del rapto de la iglesia del Señor es cada día más inminente. Te exhorto en el nombre de nuestro Señor Jesús. No descuides la oportunidad que tienes delante de ti, porque llegará el día en que lo anhelarás, pero tristemente será demasiado tarde. Dios te llama hoy, no endurezcas tu corazón. Que Dios te bendiga y te sostenga caminando firme hasta la eternidad. Amén y Amén.