Amados hermanos, vivimos en un tiempo en donde cada día el hombre, de acuerdo a su herencia satánica y desligado de Dios por el pecado y la transgresión, no puede coincidir con el pensamiento y el carácter de un Dios santo y perfecto. Este mismo Dios, dentro de sus gloriosas virtudes hacia sus criaturas, concibe por él y dentro de él: «la misericordia». ¿Y qué es la misericordia? Es la bendita y mejor dote o don espiritual, por no decir la única alternativa como fuente de poder para salvación, otorgada por gracia en amor.
Jehová, Dios, siendo el más grande y maravilloso existente hoy mismo, jamás entendido y conocido; eterno, todopoderoso, el Elohim, soberano, infinito, justo y perfecto. Consideró la condición de fracaso de: “su Adán”, quien luego de ser creado a imagen y semejanza de Dios, cayera tan bajo, hasta quedar sin entendimiento, sin discernimiento, sin carácter, sin valores ni principios. Viviendo igual o peor que las demás bestias creadas. Perdiendo toda conciencia acerca del objetivo de su vida. Viviendo instintivamente, de acuerdo a los placeres de su carne y al materialismo. Quedando sin esperanza y a la deriva de cualquier trampa diabólica, para llevarlo al final a su muerte eterna.
La consecuencia justa sería esta: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Ro. 5:12). La muerte eterna es más que justificada ante el menospreció de la criatura hacia su creador. Sin embargo, leamos: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Ro. 5:8).
Con este conocimiento entendemos que: el hombre no comprende en su naturaleza adámica, la misericordia, el amor verdadero, la justicia, el perdón, la paz, la sabiduría, la perfecta ciencia, la piedad, el respeto, el temor, la fe, la obediencia, la sujeción, la bondad, etc. Al contrario, es un ser inmisericorde, egoísta, desleal, sin amor, aun sin afecto natural, irrespetuoso, temerario, sin piedad, desobediente, rebelde, despiadado, etc. Este ser, vive sólo para él; no le importa pasarse sobre el derecho de otro y hasta destruirlo para alcanzar sus egoístas metas y proyectos. En consecuencia, no conoce lo que significa la misericordia.
¿Y qué significa «misericordia»? Es un trato compasivo. Es perdonar, no por méritos del transgresor y ni siquiera por lástima; sino hasta sufrir ante el dolor y el padecimiento ajeno, buscando cual abogado, cómo justificar la causa al débil y desprovisto. Intercediendo a tal extremo de sufrir, padecer y aun pagar la culpa de otro. Esta es la mayor lección que Dios evidencia mediante la virtud de él mismo.
Dios se hizo en forma de hombre, ofreciéndose como sacrificio vivo, como la única ofrenda acepta delante de su propia justicia. Y consumó en la cruz del calvario, el plan perfecto en la más grande manifestación de perdón en amor y misericordia. Y esto habría de quedar como testimonio vivo, de que esa misericordia no es sólo un acto simple, sino que dentro de todas las leyes divinas, esta de la misericordia es una ley que está sobre todas las leyes. A esto se le llama la gracia divina.
En las leyes humanas es similar al perdón del rey o bien la gracia y perdón presidencial, ante alguien que a pesar de que los jueces determinaron clara culpabilidad, comprobada y avalada por las leyes vigentes, este reo aún bajo sentencia, la ley de la amnistía o perdón lo justifica; y es la última palabra, no hay más apelaciones, no hay más instancias, porque dice la Escritura: “…y la misericordia triunfa sobre el juicio” (Stg. 2:13).
Ante esta maravillosa ley superior nos quedamos más que perplejos, profundamente agradecidos por esta justicia divina que Dios concibió como único recurso, por la fe en Jesucristo, para el perdón de nuestros pecados. Y esto que hemos recibido de gracia, también debemos de trasladarlo con gozo y gratitud a toda criatura, a todo pecador.
Enseñemos a los hombres uno de los mensajes más elocuentes del amor, de parte de Jesús hacia los hombres, principalmente a aquellos que pretenden mediante obras humanas, cultos religiosos, rituales, sacrificios, imposición de leyes y dogmas, etc., ganar su propia salvación. Y Jesucristo declaró esto con mucha autoridad, leamos: “Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento” (Mt. 9:13).
Amados hermanos, lo que Jesús nos quiso transmitir es que, nadie como ser humano podemos alcanzar nuestro perdón y nuestra salvación, sino sólo por la justificación que viene de Dios. Y así como hemos recibido esta inmerecida misericordia, ahora nosotros debemos de aplicar fielmente hacia cada uno de los seres humanos, aun a los más perversos, esa misericordia o perdón. ¿Y de qué manera lo podemos hacer? Leamos: “Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas” (Mt. 6:14-15).
Muchas veces, envueltos en el odio y el rencor, podemos ser atrapados en el espíritu de confusión, olvidándonos que como seres humanos: fallamos en el pasado, fallamos en el presente y seguro que también en el futuro. Somos seres vulnerables al error y al mismo pecado.
Y quizás un día, no muy lejano, puedas en el momento del error y del fracaso suplicar lo que nunca quisiste dar: «la misericordia», y ahora tendrás que padecer sin hallar consuelo ni reposo, porque dice la palabra: “Con el misericordioso te mostrarás misericordioso (…) Y severo serás para con el perverso” (Sal. 18:25-26). Además: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzará6n misericordia” (Mt. 5:7).
Quiera Dios que entendamos estas leyes divinas y que establezcamos en nuestro corazón la misericordia como principio de vida. Así sea. Amén y Amén.