“Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha” (Ef. 5:25-27).
Mis amados hermanos, estos versículos describen de una manera maravillosa el gran propósito de Dios, mediante el sacrificio de Jesús en la cruz, de formar un nuevo pueblo, cuyo nombre fue dado por el mismo Señor Jesucristo. Y es: «IGLESIA», del griego «EKKLESIA» que significa: de «EK» “fuera de” y «Klesis» “llamamiento”. En resumen: “una asamblea llamada fuera de”. Fuera del mundo, pero no físico sino de sus influencias pecaminosas, que contrastan con la naturaleza divina.
Esta congregación tiene que conservar las cualidades de su Redentor, Cristo Jesús, leamos: “…y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo” (Ef. 1:22-23). Sí, apreciado lector, la iglesia es el cuerpo de Cristo Jesús. Somos la parte visible de su naturaleza divina. Piensa en la profunda responsabilidad que implica ser un verdadero cristiano o seguidor de Cristo.
En este momento me quiero referir a una de esas cualidades y es la de no marchitarse, en otro pasaje se le llama «inmarcesible», leamos: “…para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros…” (1 P. 1:4). ¿A quiénes se refiere con «vosotros»? Somos tú y yo, mi querido hermano, si tenemos esas cualidades que pertenecen a la naturaleza divina, de las cuales hemos sido partícipes mediante Jesucristo. Leamos: “…por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia…” (2 P. 1:4).
¿Y qué significa inmarcesible? Es algo que no se marchita; algo que, a pesar del tiempo inexorable, no pierde sus cualidades originales; es permanente; es puro; no cambia. Todas las cosas que hay sobre este mundo y aun el mundo mismo como planeta se envejece, ya no es el mismo de cuando fue creado por Dios. Sus características originales se van envejeciendo y cambiando, como un proceso natural y material. Pero Dios es inmutable, él no cambia, él permanece para siempre.
La iglesia moderna no manifiesta esta cualidad. El cristiano actual no ha podido resistirse a la influencia modernista. Cada día vemos cambios tan profundos en la doctrina y conducta del cristianismo. Hay una evidente pérdida de valores espirituales, los cuales son sustituidos por el mundanalismo. La idolatría que Dios castigó en el antiguo tiempo en Israel, se ve palpablemente manifiesta en los creyentes. La proliferación de modas y costumbres importadas e introducidas a la iglesia es algo común. Cosas que jamás enseñó el Señor Jesús a sus discípulos son las que hoy se ven en las iglesias.
La iglesia moderna es una iglesia cansada, fatigada y débil, que no ha podido resistirse al impacto del modernismo actual. Muestra una fragilidad enorme contra las corrientes paganas y mundanas, nacidas del mismo pensamiento de Satanás, el príncipe de este siglo. Recordemos que la belleza física se marchita, pero la belleza del alma, que es espiritual, permanece. La palabra de Dios nos anima a que nuestro amor a Cristo sea inalterable, que no cambie, leamos: “La gracia sea con todos los que aman a nuestro Señor Jesucristo con amor inalterable…” (Ef. 6:24).
Dios espera un amor íntegro y no mezclado, honesto y no impuro, permanente y no ambiguo. ¿Pero quién lo puede alcanzar? Considero que humanamente es imposible. Es por eso que necesitamos renovar día a día ese hombre espiritual, que diariamente está asediado por un mundo embriagante y poderoso en capacidades alienantes. Leamos: “Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando (marchitándose o envejeciendo), el interior no obstante se renueva de día en día” (2 Co. 4:16).
Adelante pueblo de Dios, el tiempo apremia y es necesario que utilicemos sabiamente el tiempo que tenemos. No te quedes estancado ni postrado a causa de las tentaciones o aun errores cometidos, pues cualesquiera que sean, todo tiene solución en Cristo. No desmayes en la prueba. Despierta, que Dios está llamando a los últimos que serán redimidos y quizás hoy llegue el último. ¿Y qué estarás haciendo tú? ¿Perdiendo tu alma en frustraciones, que lo único que hacen es retardar tu paz y tu felicidad?
Cristo Jesús vino para darnos vida y vida en abundancia. Leamos: “…y revestido del nuevo (hombre), el cual conforme a la imagen del que lo creó (Dios) se va renovando hasta el conocimiento pleno (completo)…” (Col. 3:10). No es tiempo de lamentos, es tiempo de levantarse. “…y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Ef. 4:23-24).
Que Dios llene tu corazón de fe y esperanza, para aguardar con paciencia la llegada del esposo de la novia (la iglesia) que es Jesucristo. Esfuérzate y sé muy valiente, no tengas miedo ni tampoco desmayes, tu Salvador es el que llena de fuerzas al cansado. Que Dios te bendiga y te guarde hoy y siempre. Amén.
