Vivimos en un mundo que ha sido contaminado por el pecado y como consecuencia, somos testigos del aumento de la maldad cada día, así como la corrupción, las guerras, intereses mezquinos, y todo sentimiento negativo, maligno y perverso. Todo esto tiene su origen en el alejamiento y la desobediencia a Dios y sus principios. La palabra dice que: “…el mundo entero está bajo el maligno” (1. Jn. 5:19). Por ello, vemos cómo predomina en nuestras sociedades: la destrucción, el robo y la muerte, características del diablo, quien es el enemigo que busca la perdición de nuestra preciada alma.
Además, encontramos en las Sagradas Escrituras la condición del hombre, debido a su transgresión, leamos: “…por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios…” (Ro. 3:23). Todos somos pecadores por naturaleza. Y, por lo tanto, necesitamos ser justificados de nuestras malas acciones y nuestra mala manera de vivir. Esto se logra únicamente por la fe en nuestro Señor y Salvador Jesucristo. De quien dice la palabra: “…He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn. 1:29).
El Señor Jesús dejó su trono en el cielo, para venir a esta tierra a enseñarnos el camino, la verdad y la vida. Y la palabra nos habla sobre Jesús, diciendo: “…sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fil. 2:7-8). Dándonos con todo esto, la oportunidad de ser: “…justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús…” (Ro. 3:24). ¡Gloria a Dios!
Desde los orígenes del hombre, hubo una intención maligna de apartar a la criatura de su hacedor, de separar al hombre de Dios. Esto implicaba romper y crear una barrera en esa buena relación y armonía con Dios y todo el entorno existente. Y podemos notar también, que desde el inicio el Señor se da a conocer y nos muestra que hay esperanza en esta tierra para el hombre, engaño sutil, que únicamente esclaviza y daña el alma. Ante estas cosas, el Señor llama a su iglesia a trabajar en la labor de buscar y rescatar a las almas perdidas, almas sedientas de algo verdadero y con un anhelo de cambio, en medio de cualquier situación o condición en que se encuentren. Y la voz de Dios, por medio del mensaje de su palabra, es esa esperanza y luz para los necesitados, leamos: “Mas no ruego solamente por estos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn. 17: y 20-21).
Recientemente, hemos tenido dos experiencias que han dejado huella y que de diferentes formas nos deberían llevar a reflexionar en nuestra vida. La primera de ellas fue el Retiro Juvenil, en Masagua, Escuintla. En donde contamos con la participación de más de cuatro cientos jóvenes, quienes viajaron de diferentes partes del país, con el deseo de participar en la actividad y escuchar la palabra de Dios que da libertad al alma. Las reflexiones entregadas mostraron su efecto en los jóvenes. Esperando que Dios perfeccione su obra y dé entendimiento en cuanto al tema que se compartió: «Jesús lo es todo».
Y la segunda experiencia ha sido la partida, hacia la presencia del Señor, de Dayana Zamora Rivera, una joven muy apreciada entre nosotros, de la iglesia de Santa Lu cía Cotzumalguapa, Escuintla. Su vida evidenció un buen testimonio, a pesar de los conflictos que conlleva la juventud. Y en los momentos de necesidad, buscó el consejo de Dios y la fortaleza en su palabra, de tal manera que llegó a la meta, glorificando a Dios y honrando a sus padres.
Esto se da si buscamos la llenura del Espíritu Santo de Dios en nuestra vida. Leamos: “… lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con leamos: “…¡Jehová! ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado…” (Ex. 34:6-7). Uno de los blancos más afectados y atacados por el maligno es la juventud. Ya que en esa etapa se despierta la curiosidad por descubrir muchas cosas y explorar la vida en sus diferentes formas. Asimismo, es cuando hay fuerzas, energía, vigor y ánimo para realizar y cumplir muchos propósitos. Por eso Satanás busca desviar o encausar ese potencial hacia el pecado. Ofreciendo el mundo con sus deseos y vanidades, la fama, el dinero, y cualquier otro estímulo, que al final es parte de un el Padre, y con su Hijo Jesucristo” (1 Jn. 1:3).
Busca al Señor mientras hay oportunidad. El Señor no hace acepción de personas. Cristo murió por nosotros, para mostrarnos su amor tan grande. Leamos: “Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte…” (1 Co. 1:26-27). Clamemos al Señor y pidamos que el Espíritu Santo venga a nosotros para que haga esa obra perfecta, en donde podamos tener conciencia de pecado, de justicia y de juicio. Abre tu corazón, busca al único que puede darte el alimento que sacia el alma y permite que Jesucristo entre y more en tu vida. Que Dios les bendiga. Amén.