“Mas Jehová es el Dios verdadero; él es Dios vivo y Rey eterno; a su ira tiembla la tierra, y las naciones no pueden sufrir su indignación” (Jer. 10:10). Desde los inicios del hombre sobre esta tierra, ha habido una lucha en esa búsqueda y reconocimiento de la soberanía de Dios sobre toda la creación. El Señor estaba representando en aquel árbol de la vida, que significa: lo verdadero, real y eterno. Y había otra opción, en el árbol del conocimiento del bien y del mal, que era lo opuesto: la mentira, el engaño y la muerte. Sin embargo, la opción de escoger o elegir, era del hombre.
Acerca de esto, nos dice la palabra: “He aquí, solamente esto he hallado: que Dios hizo al hombre recto, pero ellos buscaron muchas perversiones” (Ec.7:29). El hombre, luego de la desobediencia y el pecado, inició una carrera en donde ha tratado de buscar y encontrar, a lo largo de toda la historia, una fuerza superior o un ser supremo, en el cual pueda creer. Esto le ayudaría a desarrollar su existencia con alguna confianza, para sentir seguridad y protección ante los eventos de la vida.
Y de esta cuenta, también surge el aprovechamiento de aquellos que sabiendo y conociendo esa necesidad del ser humano, se presentan como “la solución” o les muestran, a su conveniencia y engañosamente, elementos de apoyo, o sencillamente algo que represente una forma o figura en donde puedan materializar un reconocimiento y hasta adoración. Por eso el Señor expresa con claridad en su palabra lo siguiente: “Así dice Jehová Rey de Israel, y su Redentor, Jehová de los ejércitos: Yo soy el primero, y yo soy el postrero, y fuera de mí no hay Dios” (Is. 44:6).
La raza humana ha adorado al sol, la luna, las estrellas, la lluvia, el fuego, los animales, monumentos, ídolos, al hombre mismo, en ese deseo de reconocer algo más grande o considerando algunos atributos divinos en las manifestaciones de la naturaleza. Y dice la palabra: “Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles (…) cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén” (Ro. 1:22-33 y 25).
Ante la culpabilidad del hombre y su extravío de las cosas eternas, el Señor siempre ha dado una oportunidad para aquellos que le buscan y anhelan algo diferente. Leamos esta expresión que se da en los mandamientos y que manifiesta también el sentimiento de Jesucristo: “…y hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos” (Ex. 20:6).
También dice David: “Todas las sendas de Jehová son misericordia y verdad, Para los que guardan su pacto y sus testimonios” (Sal. 25:10). Esta reflexión tiene el propósito de ayudarnos a entender, conocer más de ese Dios verdadero y enseñar en casa a nuestros hijos y nietos. Una buena enseñanza produce frutos agradables que nos mueven a actuar, así como Josué, quien dijo: “…yo y mi casa serviremos a Jehová” (Jos. 24:15).
Encontramos también a Timoteo, en donde vemos la obra que se dio, al recibir la edificación e instrucción que, con amor a Dios, hizo la madre y la abuela, como señal de obediencia a la sana doctrina. Esto nos recuerda el mandato de Dios a Israel, quien recibió la liberación de la esclavitud y lo sacó de Egipto. Fueron al desierto, en donde Dios los sostuvo y les dio el maná y la palabra. Leamos: “Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes” (Dt. 6:6-7).
Nuestro Señor Jesucristo nos dice: “…Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió. El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta. El que habla por su propia cuenta, su propia gloria busca; pero el que busca la gloria del que le envió, este es verdadero, y no hay en él injusticia” (Jn. 7:16-18).
Además, dice: “Y esta es la vida eterna; que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Jn. 17:3). El trabajo de Jesucristo es mostrarnos el camino, la verdad y la vida, para acercarnos nuevamente al Dios vivo y verdadero. Y que nuestra vida pueda rendirse ante el poder y la grandeza de nuestro Dios que hace maravillas, leamos: “Venid, adoremos y postrémonos; Arrodillémonos delante de Jehová nuestro Hacedor. Porque él es nuestro Dios; Nosotros el pueblo de su prado, y ovejas de su mano…” (Sal. 95:6-7).
Hace muchos años, el evangelio llegó a nuestros países, proveniente de misioneros de Norteamérica. Pero con el paso del tiempo, decayó el amor a Dios y a las almas. Y ha surgido un evangelio diferente, con prácticas y doctrinas extrañas. Sin embargo, el pueblo de Dios debe mantener firme su llamado, leamos: “…porque ellos mismos cuentan de nosotros la manera en que nos recibisteis, y cómo os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero…” (1 Ts. 1:9).
La buena pregunta es: ¿hemos conocido al Dios verdadero? ¿En quién pones tu confianza en medio de las pruebas? Pidamos a Dios conocerle y entenderle, muriendo al mundo, a la carne y sus deseos. El Señor nos dice: “…Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame” (Mt. 16:24). ¡Ayúdanos Señor! Sin ti nada podemos hacer. Que Dios les bendiga. Amén.